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De la tierra al limbo y de regreso. Espectros y revenants en Beltenebros de Antonio Muñoz Molina y Pedro Páramo de Juan Rulfo. Un estudio comparativo.

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Academic year: 2021

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De la tierra al limbo y de regreso.

Espectros y revenants en Beltenebros de Antonio Muñoz Molina y Pedro

Páramo de Juan Rulfo. Un estudio comparativo.

Edith Oliver Mosqueda Student Number: 10675337

MA Thesis Literary Studies: Spanish Literature, Culture and Society University of Amsterdam

Graduate School of Humanities Supervisora: Prof. Dr. Shelley Godsland Segunda lectora: Dr. Rebeca Fernández Rodríguez

30 de agosto de 2018

Imagen: J. J. Hernández Barajas

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A Justa, por justa.

A Edu y Max, porque están allí.

A los tres, por lo pasado, lo presente, y lo que está por—venir.

Y también...

A mis espectros benignos que, de algún modo, todavía son y están.

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Agradecimientos

En primer lugar, quiero dar las gracias a mi supervisora de tesis, Frof. Dr. Shelley Godsland por sus amenas clases, por sus conocimientos, por sus sabios consejos, por su infinita paciencia y por creer en mí; sobre todo cuando yo misma ya casi había dejado de hacerlo. Gracias por haberme motivado, inspirado, y por haber sido mi guía en este “viaje de descubrimiento”.

Agradezco también a mi segunda lectora, Dr. Rebeca Fernández Rodríguez. Gracias por las interesantes clases, por aceptar leer mi trabajo y por la amabilidad que siempre he recibido de su parte.

Un agradecimiento especial y cariñoso a mis amigos Aharon Naftali y Hendele Naftali-Dzienczarski, a Henriëtte Moll y a mis dos “hermanas”: Blanca Cano González y Mercedes Pardiñas Facal. Gracias a todos por su siempre incondicional ayuda.

Además del estímulo de mis hijos Edu y Max, y de mi tía Justita, he tenido la gran suerte de contar también con el apoyo, cercano o en la distancia, de familia y amigos quienes, de una forma u otra, me han alentado para seguir adelante con mis estudios. A todos y cada uno de ellos: ¡muchas gracias!

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ÍNDICE

Agradecimientos 3 Resumen 6 Abstract 7 1. INTRODUCCIÓN 8 2. EL LIMBO 15

2.1. Comala y Madrid como limbo 17

3. ESPECTROS Y REVENANTS EN PEDRO PÁRAMO Y BELTENEBROS 32

3.1. Los espectros como símbolos 32

3.2. Presencias espectrales 35

3.3. La hauntología derridiana 38

4. ¿POR QUÉ VUELVEN LOS ESPECTROS? EL OBJETIVO DEL ACOSO 46

4.1. La Revolución Mexicana y la Transición 53

4.2. La culpa, el duelo y el perdón 57

5. CONCLUSIONES 64

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If it —learning to live— remains to be done, it can happen only between life and death. Neither in life nor in death alone. What happens between two, and between all the "two's" one

likes, such as between life and death, can only maintain itself with some ghost, can only talk

with or about some ghost [s' entretenir de quelque fantôme]. So it would be necessary to learn

spirits. Even and especially if this, the spectral, is not. Even and especially if this, which is neither substance, nor essence, nor existence, is never present as such.

(Jaques Derrida)

DERRIDA. JACQUES DERRIDA. DARE I DIE? ME ATREVO A MORIR, DERRIDA?

(Carlos Fuentes)

Aquí un grave murmullo lastimero —que advertí de susurros, no de llanto—

del aura eterna hacía un hervidero. Un duelo sin martirio, en su quebranto,

sufre la inmensa turba de mujeres, hombres y niños que adolece ahí tanto. (Dante Alighieri, de la entrada al Limbo)

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RESUMEN

El propósito de esta investigación es el análisis de las novelas Beltenebros de Antonio Muñoz Molina y Pedro Páramo de Juan Rulfo. Para ello, me serán útiles las exposiciones de Jacques Derrida, en cuanto a los espectros y la hauntología, para enmarcar y apoyar mis argumentos. De acuerdo con mi hipótesis, en estas dos novelas que se escribieron después de periodos violentos, en una fase de supuesta transición a la democracia, los personajes muertos representan a los espectros de inocentes y culpables de esos periodos en España y en México, que siguen sin encontrar descanso en la muerte y se encuentran en el limbo; sin esperanza de alcanzar el perdón o la justicia. Los personajes vivos, por otra parte, viven también en un limbo sobre la tierra, huyendo del acoso de los espectros y de sus voces, sin atreverse a la confrontación con el pasado. En este trabajo se intenta demostrar que los autores nos ofrecen en dichas obras literarias: en primer lugar, un enfrentamiento muy humano y a la vez violento con el pasado doloroso y traumático; en segundo lugar, una propuesta para la toma de conciencia y para reparar la injusticia; y finalmente, un intento de comprensión de ese pasado de modo que se pueda llegar a la labor de duelo, y más adelante, tal vez al perdón.

Palabras clave: espectros, revenants, Jacques Derrida, Pedro Páramo, Beltenebros, lugares límbicos, reconciliación con el pasado.

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ABSTRACT

The purpose of this investigation is the analysis of the novels Beltenebros by Antonio Muñoz Molina and Pedro Páramo by Juan Rulfo. To this end, Jacques Derrida's expositions, in terms of spectra and hauntology, will be useful for framing and supporting my arguments.

According to my hypothesis, in these two novels that were written after violent periods, in a phase of supposed transition to democracy, the dead characters represent the specters of innocents and guilty of those periods in Spain and Mexico, which continue without finding rest in death and remaining in limbo; without hope of achieving forgiveness or justice. On the other hand, the living characters they also live in a limbo on earth, fleeing from the harassment of the ghosts and their voices, without daring to face the past. In this work we try to show that the authors offer us in these literary works: in the first place, a very human and at the same time violent confrontation with the painful and traumatic past; in second place, a proposal for the awareness and to repair the injustice; and finally, an attempt to understand that past so that one can arrive at the work of mourning, and later, perhaps to forgiveness.

Key words: specters and revenants, Jacques Derrida, Pedro Páramo, Beltenebros, limbic places, reconciliation with the past.

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1. INTRODUCCIÓN

En el día a día de nuestro presente, en la vida cotidiana, coexistimos rodeados de espectros del pasado que nos asedian, que nos inquietan porque irrumpen en nuestra existencia y ponen nuestro mundo de cabeza. Dichos espectros nos empujan a iniciar el diálogo con ellos, nos apremian a no huirles sino a encararlos. Debido a que su acoso es inquietante y perturbador, no los podemos olvidar o simplemente hacer a un lado; además, están en todo sitio y nos relacionamos con ellos de diferentes modos. Estos espectros se caracterizan por ser huellas, símbolos, marcas de una ausencia presente o de una presencia ausente. Es algo que ya no está, algo que se ha desaparecido, pero que en realidad no se ha ido del todo porque, de manera inesperada, resurge y no nos abandona.

En su libro Specters of Marx: the State of the Debt, the Work of Mourning, and the New

International (1993), Jacques Derrida define los conceptos sobre espectros y revenants, y nos

exhorta a aprender a vivir con esas presencias espectrales. Manteniendo un diálogo, con y en compañia de los espectros, nos dice Derrida, viviremos de diferente manera y mejor; aunque, nos corrige:

No, not better, but more justly. But with them. No being—with the other, no socius without this with that makes being—with in general more enigmatic than ever for us. And this being—with specters would also be, not only but also, a politics of memory, of inheritance, and of generations (xviii-xix; cursiva en el original).

Si Derrida se refiere a los espectros y la herencia de muchas generaciones de espectros o, como dice el filósofo “certain others who are not present, nor presently living, either to us, in us, or outside us” (xix; cursiva en el original), es en nombre de la justicia. El autor se refiere a una justicia que todavía no se ha dado, o ya no se da más, a esos otros que no están aquí, o todavía no están, y a quienes debemos respeto. Derrida recalca que:

No justice—let us not say no law and once again we are not speaking here of laws— seems possible or thinkable without the principle of some responsibility, beyond all living present, within that which disjoins the living present, before the ghosts of those who are not yet born or who are already dead, be they victims of wars, political or other kinds of violence, nationalist, racist, colonialist, sexist, or other kinds of

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exterminations, victims of the oppressions of capitalist imperialism or any of the forms of totalitarianism (xix; cursiva en el original).

En este trabajo realizaremos el análisis y la comparación de dos novelas que presentan un universo lleno de espectros; nos referimos a Pedro Páramo, de Juan Rulfo, y Beltenebros, de Antonio Muñoz Molina.

En Pedro Páramo, los protagonistas están ya muertos. Sin embargo, es apenas a mitad del relato cuando nos damos cuenta de ese hecho cuando Juan Preciado, quien comienza la narración, nos cuenta qué es lo que ha provocado su muerte.

Los personajes de Beltenebros, en cambio, están vivos pero su existencia es más bien fantasmal; parecen muertos en vida, pasan por esta vida como sombras. En ambas novelas, estos escritores nos presentan a personajes que habitan un mundo fantasmagórico e irreal, un lugar límbico suspendido entre vida y muerte donde permanecen atormentados por sus fantasmas y por revenants: no muertos, no vivos.

En lo que respecta a los personajes en las dos novelas, podemos decir que se distinguen por ser presencias espectrales; son figuras perseguidas por el dolor de las injusticias de las que fueron víctimas, o por la culpa y el remordimiento, consecuencia de sus malas acciones. En

Pedro Páramo y en Beltenebros, los escritores nos acercan a los protagonistas y a su mundo,

a sus percepciones y a las circunstancias que los rodean. Nos damos cuenta de la manera en que se encaran con los espectros de su pasado traumático para darle a este un sitio y para asimilar sus experiencias.

Curiosamente los dos relatos comienzan con la llegada de los narradores a un lugar, y también con las razones que han motivado a los personajes a hacer ese viaje. En la novela de Rulfo, Juan Preciado comienza: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo” (61). Y Darman, el narrador en Beltenebros nos dice: “Vine a Madrid para matar a un hombre a quien no había visto nunca” (9). Juan Preciado inicia un viaje para conocer a su progenitor, para indagar sobre su origen. Darman vuelve a Madrid para terminar con su pasado. Pero, el uno y el otro son viajes que tendrán consecuencias para los dos personajes.

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Suponemos que los autores, al colocar a los personajes como espectros, en un espacio límbico, lo hacen con el afán de dar un lugar ontológico a las no presencias, a las ausencias, a todo lo no dicho, a las víctimas, a lo omitido o silenciado; en fin, a lo que ha quedado en secreto. Al dar la palabra a personajes por mucho tiempo silenciados, los autores nos apremian a recuperar la memoria de sucesos que se habían relegado al olvido; a esos acontecimientos de la historia que aún no han concluido para mucha gente y que exigen una toma de conciencia.

Las dos novelas que comprenden nuestro corpus se caracterizan por haber sido publicadas en una época posterior a dos periodos traumáticos en la historia. Cuando Rulfo publica su novela en 1955, México pasaba por una etapa de aparente calma donde se establecen e institucionalizan los resultados logrados después de la Revolución y los levantamientos cristeros que duraron hasta 1929, aproximadamente. La novela de Muñoz Molina aparece en 1989, en una época en la que la transición a la democracia iniciada después de la muerte de Franco alcanza su culminación en 1986, gracias al ingreso de España a la Comunidad Europea. Aunque los acontecimientos en las dos narraciones se desarrollan en el presente de los personajes, estos recuerdan momentos del pasado que dejaron su marca, tanto en ellos mismos, como en la historia colectiva de México en Pedro Páramo, y de España, en

Beltenebros.

A pesar de que en la novela de Rulfo no se encuentran fechas específicas, podemos asumir que el escenario histórico comprende un periodo que abarca el fin del siglo XIX y los años previos a las revueltas de 1910. Este periodo refleja ya la inquietud que se mueve bajo una tranquilidad aparente, que pasa luego por los años de la Revolución (1910-1920), y culmina en los años del movimiento cristero, entre 1926 o 1927.

El texto de Rulfo se inicia cuando la historia cronológica casi ha llegado a su fin: Juan Preciado narra su llegada a Comala para buscar a su padre Pedro Páramo y escucha del arriero Abundio —que también es hijo de Páramo—, que el cacique ya había muerto. Juan permanece en el pueblo rememorando la muerte de su madre Dolores y la voz de esta que le indujo a ir a ese lugar, donde ella había nacido y del que tenía mucha añoranza. Juan Preciado comienza a encontrarse con los antiguos habitantes de Comala, que conocieron a Dolores y que, tomando la palabra, le cuentan historias de como el pueblo se quedó vacío y abandonado (algo que sucede después de haberse iniciado el movimiento cristero en México).

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De acuerdo con Blanco (2012), el pueblo fantasma de Comala en la ficción de Rulfo introduce el elemento inquietante del asedio como “reinvocation of the intersections of space and ethics in the narratives of desert landscapes” (98); como un espacio existente pero que ha sido desatendido o eclipsado por la modernidad, o en este caso, por la revolución. Para esta estudiosa:

to read for haunting —and to watch for ghosts— means not just to explore enunciations of enclosed grief and repetitious mourning. It is to acknowledge that the things we “may very well not be equal to”, demand our attention just the same. (Blanco, 2012: 182)

En lo que respecta a lo anterior, podemos decir que el pueblo, como espacio desolado que aparece en la novela de Rulfo, es también un espectro que protesta por el abandono; porque lo dejaron convertirse en la ruina que encuentra Juan a su llegada. Poco a poco, Juan se da cuenta que, tanto el pueblo como los demás personajes, en realidad ya están muertos. A mitad de la novela nos percatamos de que Juan también ha fallecido y de que su relato no estaba dirigido a los lectores sino a su compañera de tumba: Dorotea la Cuarraca. A partir de aquí las voces y las historias se multiplican y pronto advertimos que, también en su sepultura, los muertos continúan escuchando las quejas de los otros difuntos y de sus sufrimientos en el pasado. Así sabemos de los lamentos de las víctimas de Pedro Páramo, de otros crímenes de este, y de cómo murió asesinado por Abundio. Pero también nos enteramos de la triste infancia del cacique y de sus pesares por no haber hecho alcanzado el amor de Susana San Juan y que esta, a su vez, yace en la tumba vecina a la de Juan y Dorotea, atormentada por sus propios fantasmas.

Podemos observar que la novela de Rulfo está llena de lamentos que van y vienen en el recuerdo; que el presente y el pasado se confunden. Pero, como dice Jean Franco (1998): “el pasado se inserta a sí mismo dentro del presente como una responsabilidad ética”, para llamar la atención hacia las voces de los que piden la justicia que no les fue concedida durante sus vidas (280). La novela de Rulfo según Anderson (2007), no describe específica y objetivamente las luchas de la identidad y la modernidad en México, sino que más bien:

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the novel uses its unique configurations of tales and techniques to plunge us into the struggle itself, to wrestle with the contradictions of being haunted by a past that will not completely die, to live in a present shaped by forces beyond our control. (4)

En Beltenebros, tenemos el relato de un narrador en primera persona: Darman, un hombre que radica en la costa oeste de Inglaterra y que, en apariencia, lleva una vida tranquila regentando una librería. Su doble vida, como miembro de una organización clandestina de antiguos republicanos, lo hace participar en actividades en las que es famoso y temido por su frialdad y precisión. La novela comienza cuando Darman recibe órdenes para volver a España para eliminar a un traidor, aproximadamente en 1965. Pronto Darman comienza a encontrar paralelismos entre este caso y otro, veinte años atrás, cuando tuvo que matar a Walter, quien también había sido acusado de traición a la causa. La sensación de repetición de acontecimientos se ve reforzada por la presencia de Rebeca Osorio, hija de Rebeca Osorio, la mujer de Walter que quedó viuda y embarazada, y de quien Darman estuvo enamorado en secreto. Darman se ve acosado por fantasmas de su vida y por el desasosiego que le provoca la culpa de sus acciones, que vuelven para enfrentarlo. Sus pensamientos se sitúan en el presente, pero lo llevan a momentos y experiencias pasadas.

Se distinguen tres periodos muy importantes en la historia de España a los que se hace alusión en este relato. El primero refleja el retiro de los soldados republicanos en su paso por los Pirineos. Es en invierno, durante los últimos días de la Guerra Civil, cuando Darman y algunos de sus compañeros, vencidos por las fuerzas enemigas, recibieron órdenes de dispersarse y tuvieron que huir hacia el exilio. El segundo periodo se sitúa años más tarde, al final de la Segunda Guerra Mundial y ya en plena dictadura franquista, en Madrid; aquí se ubica el viaje de Darman a Madrid para eliminar a Walter. El tercer periodo se emplaza más o menos veinte años después, de nuevo en invierno pero ahora en Madrid. Aquí ocurre el presente de Darman y su último viaje, esta vez para matar a Andrade, quien tiene una relación amorosa con Rebeca hija.

El desenlace ocurre cuando Darman se da cuenta de que, ni Walter ni Andrade, fueron traidores. El verdadero intrigante era el impostor Valdivia, a quien se tenía por un héroe muerto, pero que tras su oscura personalidad como el comisario Ugarte encarnaba toda la maldad. Él era Beltenebros y manejaba todo y a todos desde las tinieblas. De acuerdo con las aseveraciones de Estruch i Tobella (1996) y López-Valero Colbert (2007), Muñoz Molina

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toma como trasfondo para su novela, algunos hechos verídicos de la historia del PCE durante los años de la posguerra. Jo Labanyi (2002), quien realiza una “lectura espectral” de la literatura española del periodo de la transición y de la postransición, considera muy significante que autores como Muñoz Molina, no solamente recuperan en sus obras “the shadowy figures of history's losers and desaparecidos which insist on returning”, sino también “a variety of popular or mass—cultural forms: cinema, the thriller, family photographs” (8). Y en efecto, Beltenebros se caracteriza por la combinación de técnicas narrativas como la novela negra, de detectives, o el film noir.

Para llevar a cabo la interpretación de las presencias espectrales en las novelas de nuestro corpus, nuestra investigación toma como base los conceptos de Jacques Derrida sobre los espectros. Apoyándonos en las esposiciones de este filósofo, queremos demostrar que esos fantasmas o espectros del pasado, que perturban a los personajes en dichas novelas, tienen el objetivo de provocar una toma de conciencia respecto a ese pasado no asimilado del todo. Además de analizar las representaciones espectrales presentes en ambos relatos, exploraremos y definiremos los lugares límbicos donde se mueven tales espectros, y trataremos de interpretar los motivos de su asedio.

Mediante el examen de las novelas, y apoyándonos, tanto en los conceptos de Derrida, como en las investigaciones de la crítica, intentamos mostrar que Juan Rulfo y Antonio Muñoz Molina recurren a determinados elementos narrativos con el propósito de rescatar la memoria de sucesos y personajes del pasado. Creemos que los dos autores nos exhortan a aprender a vivir con los espectros. Por ello, coincidimos con críticos como Álvarez (1979), quien, al referirse a Pedro Páramo, afirma que en en esta novela se confirma la tesis primordial de Rulfo, o sea “la “convivencia” de vivos y muertos en la tierra” (220; cursiva en el original). Asimismo, Briones García (1999), recalca el compromiso con la historia en la novela de Muñoz Molina, así como la presencia de la memoria para contrarestar el olvido patrocinado por el poder (78).

Después de haber introducido las novelas, su contenido y el momento de su aparición, pasaremos al análisis de las mismas. En el capítulo dos nos detendremos a examinar los conceptos de limbo, a delimitar esos espacios donde se encuentran los personajes y ver las sensaciones que producen esos lugares en las figuras de las novelas. En el capítulo tres veremos la teoría de los espectros de Derrida e identificaremos esas presencias espectrales en

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las novelas de nuestro corpus. A su vez, examinaremos cómo se produce el acoso de dichos espectros o revenants. En el capítulo cuatro estudiaremos cuál es la finalidad que persiguen los espectros con el asedio y hacia qué periodos o acontecimientos de la historia nos remiten las novelas. A lo largo de los tres capítulos, trataremos de demostrar que los escritores se sirven de los espectros, de los espacios límbicos y de la inquietud que produce el acoso, para dirigir nuestra atención a circunstancias del pasado; para recuperar sucesos y personajes que se mantenían en el silencio y a los que debemos cierta responsabilidad.

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2. EL LIMBO

En la novela de Rulfo, los protagonistas están muertos, son almas en pena que lamentan su pasado, fantasmas que se conducen como si estuvieran en vida y buscan la convivencia con los vivos porque no han logrado expurgar las deudas que tuvieron con ellos. En cambio, los personajes de Muñoz Molina están vivos pero deambulan sintiéndose como muertos, repudiando su propia existencia y sin poder compensar la injusticia inflingida a los difuntos. En ambas novelas los personajes habitan un espacio nebuloso, asfixiante, ambiguo y sin tiempo; un lugar suspendido e indeterminado de donde no hay salida y donde la salvación parece no existir. De las exposiciones sobre los espacios en los que se ubican los personajes de ambas novelas veremos que se destacan características infernales, fantasmales o comparables con el purgatorio, pero, en todo caso, alejados de la vida terrena y mucho más distantes del paraíso.

En este trabajo partimos de la hipótesis de que Comala y Madrid, estos lugares descritos por Rulfo y Muñoz Molina, no pueden ser ni el infierno ni el purgatorio aunque tengan algunas características que compartan lo infernal o pugatorial, y que es necesario considerar dichos espacios como lugares límbicos. Para demostrar lo anterior, en este capítulo identificaremos en primer lugar, la idea de limbo de acuerdo a sus concepciones teológicas, sociales y literarias, así como las diferencias entre la noción de limbo y los conceptos de infierno y purgatorio. A partir de los juicios expuestos analizaremos algunos ejemplos tomados de las novelas para registrar las particularidades de esos espacios donde se mueven los personajes y distinguir el simbolismo que los autores dan a los espectros que aparecen en estas obras. Queremos responder a la pregunta del por qué estos dos autores, en epocas y lugares diferentes, colocan a sus personajes encerrados en esos lugares límbicos, infernales o purgatoriales.

Muchos críticos han enfatizado el uso de conceptos religiosos, literarios o míticos para referirse a la obra de Juan Rulfo y de Antonio Muñoz Molina. En este trabajo, sostenemos la idea de que detrás de las técnicas narrativas de ambos autores se sitúa un razonamiento histórico, social y político para expresar en las novelas las consecuencias de periodos traumáticos en el presente de México y de España. Así, la manera en que Muñoz Molina hace uso de las sombras, de lo tenebroso y agobiante en Beltenebros es para mostrar los efectos que el periodo franquista ha dejado en el presente, además de brindarnos estrategias para llevar a

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cabo una memoria histórica de responsabilidad. Asimismo, consideramos que el universo de Comala que nos presenta Juan Rulfo, donde los muertos y los vivos conviven en una agonía constante, es una representación del pasado violento de los mexicanos, que padecieron las consecuencias de una revolución que solo favoreció a unos cuantos y que siguen esperando su redención, aún en la muerte.

En lo que respecta a las concepciones religiosas sobre limbo, infierno y purgatorio, consideramos de gran importancia la obra de von Wobeser, Cielo, infierno y purgatorio

durante el virreinato de la Nueva España (2011), pues nos presenta las ideas que formaban

parte de la imaginación de los españoles en general desde la época medieval. Durante la catequización iniciada desde comienzos del siglo XVI, este imaginario fue transmitido por los conquistadores y las diferentes órdenes religiosas católicas a los pobladores del nuevo continente en general, y de la Nueva España en particular. Para nuestra investigación se han elegido las definiciones de Von Wobeser porque explican las concepciones que son todavía actuales tanto en México como en España. Para muchos católicos, dichas alegorías continúan siendo válidas hoy en día porque, a pesar del paso del tiempo, muchas de las inquietudes y los miedos con respecto al más allá no han cambiado. También nos apoyamos en la descripción de limbo que Dante nos ofrece en la Divina Comedia; ya que ha sido el modelo literario en el que se han basado algunos críticos para apoyar sus opiniones. Creemos que esas ideas representan muy bien los espacios donde se mueven los personajes de las novelas y las sensaciones que esos espacios provocan. Por medio de algunos ejemplos analizaremos las imágenes que refieren al limbo, ese ambiente donde se encuentran los personajes que es un lugar o estado suspendido en el tiempo y en el espacio, entre la vida y la muerte, que los envuelve en una atmósfera de desaliento y desolación, sin esperanza y sin expectativas de escape ni de salvación.

De acuerdo con von Wobeser, el limbo fue una creación medieval que se debió a la creencia de los cristianos católicos de que no todos los difuntos que morían en pecado recibían la misma pena; de ahí que se imaginaron un infierno con niveles diferentes para distintos castigos (174). Según esta división, el infierno profundo estaría abajo, luego habría dos limbos, uno para los niños que morían sin bautizo y, sobre este, el limbo de los justos; finalmente se encontraba el purgatorio. Tanto el infierno como el limbo de los niños se consideraban eternos y sin posibilidades de salvación. Sin embargo, estos dos espacios se diferenciaban por la condición del castigo: en el infierno profundo el castigo era sentido, esto

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es, el tipo de penitencia era física, mientras que en el limbo, a las almas solamente se les había privado de la presencia de Dios. El limbo de los justos y el purgatorio, por otra parte, eran de carácter transitorio (von Wobeser: 173-6). Griffiths (2007) resume el concepto religioso de purgatorio de la siguiente manera:

In its most general Christian doctrinal sense, the word denotes a place (or condition or state) entered at death, remained in for a time, and then left for heaven. Those who enter purgatory are certain of heaven, for the only exit from it leads directly there, and purgatory is by definition temporary. (2)

Como podemos observar, la característica singular del purgatorio es su carácter expiatorio y la temporalidad de la estadía de los pecadores en dicho sitio. Von Wobeser recalca que el reconocimiento oficial del concepto de purgatorio fue muy importante para los creyentes, gracias a este concepto se rompe la dualidad que existía entre infierno o cielo y se crea la oportunidad de obtención de salvación por medio de la purificación de las almas y el perdón de los pecados (178). De esta manera desaparece la naturaleza infernal que se tenía del purgatorio para convertir a este en “la antesala del cielo” (von Wobeser: 184).

En la Divina Comedia, Dante ubica al limbo en el primer círculo del infierno y menciona como características: la oscuridad, el miedo, lo profundo y nebuloso (21); es un lugar donde se encuentran hombres, mujeres y niños que sufren la angustia “sin esperanza, con deseo” (22). Entonces, el limbo al que nos referiremos se identifica por lo tenebroso, lo profundo, lo agobiante, por el sufrimiento de los que se encuentran en él y la desesperanza; pero no obstante, con el deseo de salir de allí.

2.1. Comala y Madrid como limbo

Rodríguez Alcalá (1965) sostiene que en la novela de Rulfo se expone una dualidad de ambientes que apuntan a dos lugares, uno paradisíaco y otro infernal (95). Para su análisis, este estudioso acude a la Divina Comedia y relaciona las quejas de los muertos con el Infierno de Dante; a su vez, afirma que las evocaciones de los muertos son paradisíacas cuando se refieren a una Comala que fue un lugar fértil y hermoso (95). De acuerdo con este acercamiento, las palabras de Dolores Preciado que acompañan a su hijo Juan retratan una

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época paradisíaca y una naturaleza rica y abundante, un lugar donde los cinco sentidos se recrean con “Llanuras verdes”, con “El color de la tierra, el olor de la alfalfa y del pan. Un

pueblo que huele a miel derramada”, el sabor “del azahar de los naranjos en la tibieza del tiempo” (80), o en las madrugadas el ruido de las carretas cargadas de víveres y cuyas ruedas

rechinan “haciendo vibrar las ventanas, despertando a la gente” (109; cursiva en el original). El pueblo de Dolores no era el lugar yerto al que llega su hijo Juan, sino un sitio lleno de fortuna —como se expresa en el uso de la palabra alcancía—, “levantado sobre la llanura.

Lleno de árboles y de hojas, como una alcancía” (121; cursiva en el original). La pena de

Dolores es por la pérdida de ese “tesoro” de vida que ella quiso dejarle a su hijo como herencia, un lugar “donde se ventila la vida como si fuera un murmullo; como si fuera un

puro murmullo de la vida”, pero que ya no existe más (121; cursiva en el original). En el

limbo de Dante también hallamos esa referencia a los lamentos de las almas, sobre todo de esos seres que no son pecadores; por eso nos dice: “gran dolor me produjo su semblanza, pues supe allí de gentes de valía, que habitaban el Limbo en añoranza” (22).

Entonces, Comala es el paraíso perdido que añoran sus moradores: una alegoría de los deseos del pueblo de una situación de bienestar del país que se representa en la voz de Dolores que persigue a su hijo; en los pensamientos de Susana San Juan que desde su tumba rememora el tiempo fértil “cuando maduraban los limones. [...] los limones maduros que llenaban con su olor el viejo patio” (138); o en las palabras que el padre Rentería le dice a su superior: “¿recuerda usted las guayabas de China que teníamos en el seminario? Los duraznos, las mandarinas aquéllas que con sólo apretarlas soltaban la cáscara” (134).

A su vez, Comala es el infierno sobre la tierra donde los habitantes, como espectros dantescos, sufren horribles penas, en una atmósfera asfixiante y apartados de la luz. En el infierno representado por Rulfo los pobladores padecen abusos y pobreza porque el poder está en las manos de unos cuantos; como en las de Pedro Páramo, para quien las demás personas son completamente insignificantes. Así lo expresa el cacique al hablar con Fulgor Sedano para referirse a una víctima de su hijo Miguel: “No tienes porqué apurarte Fulgor. Esa gente no existe” (128). La situación del periodo de la revolución, y más tarde del movimiento cristero significó un infierno para la población; de ahí que, ya en la tumba, Dorotea comenta con Juan los atropellos que tuvo que soportar el pueblo: “vinieron las guerras ésas de los “cristeros” y la tropa echó rialada con los pocos hombres que quedaban” (143). Después de la muerte de Susana, cuando Pedro decide dejar morir al pueblo, los pocos pobladores que

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quedaban aún vivos comienzan a huir del lugar dejando todo atrás y haciendo sufrir hasta a la tierra. El sufrimiento y la desolación se expresan en las palabras de Dorotea:

la tierra se quedó baldía y como en ruinas. Daba pena verla llenándose de achaques con tanta plaga que la invadió en cuanto la dejaron sola. De allá para acá se consumió la gente; se desbandaron los hombres en busca de otros “bébederos” [...] Y es que se

iban con intenciones de volver. Nos dejaban encargadas sus cosas y su familia. Luego algunos mandaban por la familia aunque no por sus cosas, y después parecieron

olvidarse del pueblo y de nosotros, y hasta de sus cosas. (142; nuestro énfasis)

Esa miseria del pueblo se refleja en lo que Bartolomé le dice a su hija Susana a su llegada de vuelta a Comala: “—Hay pueblos que saben a desdicha. Se les conoce con sorber un poco de aire viejo y entumido, pobre y flaco como todo lo viejo. Este es uno de esos pueblos” (145). La sensación de opresión que produce Comala se manifiesta también en las palabras de Bartolomé cuando dice “—Este mundo, que lo aprieta a uno por todos lados, que va vaciando puños de nuestro polvo aquí y allá, deshaciéndonos en pedazos como si rociara la tierra con nuestra sangre” (146; el énfasis es nuestro). Y esa impresión representa el ahogo de los habitantes.

Von Wobeser expone que “al infierno se le atribuyeron todas las imperfecciones y atributos negativos imaginables” como la oscuridad, la negrura y las sombras (153). También, por considerarse un espacio cerrado, como una cueva con muchas cavidades de la cual no había escapatoria para los condenados, se imaginó como una “cárcel, prisión, mazmorra o calabozo” (156). Además, otra característica era la temperatura extrema, pues, dice von Wobeser: “el fuego, el símbolo infernal por excelencia, producía un intenso calor, humo y gases” (157). En este punto queremos señalar que las percepciones de los personajes que apuntan a las ideas atribuidas a lo infernal, purgatorial o límbico, son de singular importancia en ambas novelas; creemos que esas sensaciones, además de remitirnos a modelos literarios, tienen por objetivo llevar al lector hacia una representación de una realidad en el pasado.

Así, sostenemos que ese ambiente sofocante y las referencias que hacen los personajes al calor y a la sensación de asfixia es lo que ha dado pie a la crítica a relacionar el espacio de Comala con lo infernal de acuerdo con la Divina Comedia. Una de las escenas representativas de este acercamiento la encontramos al inicio del relato de Juan Preciado cuando este, en

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compañía de Abundio, baja de la montaña para dirigirse al pueblo de su madre en plena “canícula de agosto”, y deja atrás “el aire caliente allá arriba” para hundirse “en el puro calor sin aire” (64-5). La bajada a Comala ha sido comparada con el descenso al infierno por Rodríguez Alcalá, quien opina que “Rulfo ha querido que Juan Preciado realice un verdadero

descenso tal como siempre ha ocurrido en la tradición literaria” (96; cursiva en el original); y

es que el pueblo “está sobre las brasa de la tierra, en la mera boca del infierno” (66).

A diferencia de Rodríguez Alcalá (1995), que concibe Comala como un infierno “casi exterior, de rasgos demoníacos” (207), Dorfman (1972) insiste en una descripción de Comala donde el pueblo “es el Infierno, porque Pedro Páramo es Lucifer, que aspira a ser Dios, que arrastra a sus huestes hacia la muerte eterna, la omnipresencia de la tierra oscura” (207;

nuestro énfasis). En efecto, podemos observar a lo largo de la novela que Pedro Páramo

dispone de la vida de los demás durante su existencia. Finalmente, deja morir al pueblo para vengarse de los habitantes, que celebraron fiesta en Comala después de la muerte de Susana San Juan. Por eso se queda sentado, cruzado de brazos hasta su muerte, arrastrando al pueblo en su propia caída, mientras “la tierra en ruinas estaba frente a él, vacía (184). Por otra parte, Dorfman afirma que Pedro Páramo dispone de la vida de los pobladores de Comala, pero que también sigue presente aún en la muerte. Este autor nos dice que todo gira alrededor de Pedro; solamente que este levantó su voz en vida, y después calla en la muerte (210). Rocha (2015), por su parte, opina que la imagen de Pedro Páramo como “señor de los muertos”, se acerca a la imagen mítica de Mitlanteuctli, el dios azteca de la muerte que “acapara los huesos de los muertos en ese inframundo que es Comala” (284-5). No obstante, Pedro también es un alma atormentada que se encuentra en el limbo de la desesperanza, en un laberinto suspendido entre su pasado violento y su presente sin ilusión. En definitiva, lo cierto es que en la vida o en la muerte, Pedro sigue determinando el acontecer de los demás. Con su voz autoritaria infundió miedo y silencio a los demás, con su silencio los demás hablaron; pero el relato sigue girando sobre lo que él hizo o no hizo. A nuestro parecer, esta imagen sumisa de un pueblo que solamente escucha la voz del cacique, está bien representada en la novela. Muerto el cacique los demás hablan; y, aunque eso no le devuelve la vida al pueblo, Rulfo les restituye la voz.

Volviendo a las descripciones de Comala, Sabugo Abril también compara ese pueblo con el infierno de Dante, aunque recalca que, a diferencia del infierno dantesco, no hay salida para quienes lleguen a este lugar (417). Este crítico juzga que Comala es a su vez el purgatorio donde las almas vagan y que ese lugar representa el cementerio de las ilusiones (419). Esta

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interpretación nos ayuda a explicar la conversación de Dorotea y Juan en la tumba, cuando él argumenta la razón de su viaje a Comala. Juan dice: “Me trajo la ilusión. — ¿La ilusión? Eso cuesta caro” (122), le contesta ella. Sabemos que la ilusión le costó cara a Juan porque el lugar a donde llega no es el paraíso del que hablaba su madre, sino un lugar muerto que mata las ilusiones. Esta imagen de lugar donde las ilusiones cuestan caro es, a nuestro juicio, uno de los logros más interesantes de la narrativa de Rulfo. Con esto, Rulfo nos ofrece la representación del país en el periodo posrevolucionario: un lugar donde reina desesperación y donde ya nadie se puede dar el lujo de tener anhelos; porque tenerlos, puede costar la vida.

Aunque Sabugo Abril admite que “en el purgatorio hay arrepentimiento y esperanza”, este autor sostiene que en el purgatorio en Comala ya ni siquiera hay desesperación; sino solamente fatalismo (423). Además, este estudioso argumenta que el infierno de Comala es como un laberinto repetitivo, donde se da la repetición del infierno (428). De acuerdo a esta reflexión, las almas desesperadas de Comala están condenadas a permanecer en ese lugar donde se las penas no tienen fin. La idea que Eckert (2011) tiene acerca de Comala es más esperanzadora. Por un lado, aunque coincide con la imagen de Comala como un purgatorio, su interpretación es diferente porque él sí ve una posible redención después de ese purgatorio. Así, para este estudioso, “recognizing the Christian layer of symbolism in the novel gives this indeterminacy some intelligence, as physical ambiguity, chronological simultaneity, and transient post-human spirits no longer imply the technique of magical realism but a vision of Comala as purgatory” (82). Por lo tanto, según Eckert, en este lugar las almas pueden permanecer “in an uncertain state leading to a final end but also to salvation” (82).

Por nuestra parte, consideramos que Rulfo recurre en la novela tanto a la tradición literaria, como al imaginario religioso, para ofrecer una alegoría de la situación de desesperación de un periodo importante en la historia de México. Así, el abuso de poder por parte de un cacique malvado pero infeliz, el empobrecimiento y abandono de la tierra que alguna vez fue rica, la sumisión y la culpa de los pobladores y la confusión sin fin; todo el caos del país está representado en el limbo de Comala.

Esa idea de laberinto reiterativo y la duplicación de personalidades, que hemos visto anteriormente en la crítica para la interpretación de la obra de Rulfo, se encuentra también en el análisis de Miralles (1990) de la obra de Muñoz Molina. Así, la descripción que hace este crítico, al referirse al viaje a la inversa que realiza Darman por el “pasadizo infernal” en el

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Universal Cinema, es comparable con el mismo infierno por “la angostura del subterráneo, su sofocante tiniebla, sus viscosas paredes” (227). Martínez (2005) también concuerda con las ideas de Miralles respecto a la duplicación y al espacio laberíntico; además, este estudioso compara la inmersión de Darman en la clandestinidad, como un descenso al “turbio ‘Hades’ en el que todo [...] resulta borroso” (1). El mundo de Beltenebros es un limbo oscuro e infernal donde Beltenebros-Ugarte reina en las sombras del Universal Cinema y de la boîte Tabú y maneja las vidas de los muertos en vida. Creemos que esta imagen apunta a una realidad representada en la novela y que, según Estruch i Tobella (1996), tiene referentes históricos. Este crítico, explica que Muñoz Molina se basa en hechos verídicos para la escritura de Beltenebros, pues combina los datos de algunos personajes y “episodios de la dramática y oscura historia del PCE durante la posguerra [...] con referencias procedentes del cine y la novela negra, dos constantes en la obra” (12). Según Serna (2002), Muñoz Molina conjuga en Beltenebros características de la novela política y de la novela de espías, “adoptando para ello una intriga que, otra vez, enlazaba pasado y presente, un pasado maquillado, camuflado, y un presente esquivo, duro, arriesgado, en un ejercicio de espejos deformantes que parecen repetir lo que es esencialmente distinto” (78).

De acuerdo con las descripciones de von Wobeser, no todo es calor y ahogo en el infierno. Al referirse a las concepciones sobre el infierno, esta estudiosa agrega que “también el frío y la humedad se creían intensos, dado que no penetraban los rayos del sol [...] Dicha oscuridad y frío privaban a pesar de que todas las cavidades infernales se creían inundadas por el fuego. El fuego no alumbraba, solo quemaba” (157).

Siguiendo lo anterior, observamos que en la novela de Rulfo, Comala no solo se caracteriza por el calor infernal. Juan Preciado experimenta el frío desde que sale de la casa de Donis y su hermana, casi antes de morir; así le dice a Dorotea: “desde que salí de la casa de aquella mujer que me prestó su cama [...], desde entonces me entró frío. Y conforme yo andaba, el frío aumentaba más y más, hasta que se me enchinó el pellejo” (122). Poco más adelante vemos que la sensación de frío se asocia con el miedo que experimenta Juan antes de su muerte, así se lo dice a Dorotea: “me di cuenta a poco andar que el frío salía de mí, de mi propia sangre. Entonces reconocí que estaba asustado” (122). Juan comprende que ese frío es provocado por el miedo a los murmullos de las almas que lo atormentan y le piden sus ruegos: “«Ruega a Dios por nosotros.» Eso oí que me decía, entonces se me heló el alma. Por eso es que ustedes me encontraron muerto” (122).

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Además de esas sensaciones álgidas o de sofocación que afectan a los personajes en la novela de Rulfo, estos mencionan a menudo la bruma que invade el ambiente y que desconcierta a los personajes. En la entrada al limbo, Dante alude al desconcierto de no saber dónde se encuentra; lo tenebroso lo desorienta: “tan honda era la sima y nebulosa que, aunque clavé la vista en lo profundo, no pude distinguir ninguna cosa” (22). Así, los vivos y los muertos en Comala parecen habitar un lugar nebuloso y sombrío en donde hasta el día es oscuro; un lugar indeterminado donde todos andan perdidos sin saber en qué sitio están. De ahí que el espectro de Miguel Páramo le comente a Eduviges Dyada “Se me perdió el pueblo. Había mucha neblina o humo o no sé qué” (84). Esa imagen brumosa se manifiesta en la falta de luz ya que hasta el cielo de la mañana es “plomizo, gris” y la luz es “parda, como si no fuera a comenzar el día sino como si apenas estuviera llegando el principio de la noche” (86). Lo brumoso es también reiterativo en la percepción de Pedro Páramo, como la luz del amanecer que se duplica para él desde la muerte de Susana San Juan “igual entonces que ahora; la misma pobre luz sin lumbre, envuelta en el paño blanco de la neblina que hay ahora” (178-9). Podemos afirmar que esas sensaciones que experimentan los personajes en Pedro Páramo: frío, calor, asfixia, desorientación, desconcierto, son utilizadas magistralmente por Rulfo para apuntar al ambiente que se respiraba durante y después del periodo de la revolución y del movimiento cristero. Comala, el lugar del “¿dónde es esto y dónde es aquello?” (69) que menciona Juan Preciado, se convierte en una representación de la confusión del país entero.

También el limbo donde Antonio Muñoz Molina sitúa a los personajes de su novela es un lugar de penumbra, de niebla y bruma, donde la atmósfera de suspensión en el tiempo es inquietante. Tanto Madrid, como los sitios donde Darman y los demás protagonistas se encuentran, se presentan como sin tiempo, tenebrosos, faltos de luz, como desdibujados. Son lugares donde, de acuerdo con Navajas, “lo difuso se identifica con la niebla que circunda los actos y situaciones de los personajes” (220) y la ciudad se presenta “metamorfoseada” (223); de ahí que lo oscuro enfatice la clandestinidad y la sensación de desorientación. En el relato de Muñoz Molina, Madrid se identifica por una combinación de ambientes donde lo álgido es carácterístico de los lugares abiertos o abandonados y lo sofocante se relaciona con lugares cerrados. Pero en conjunto, este uso de las percepciones del protagonista nos llevan a la manera en que el autor utiliza diversas técnicas narrativas, como de la novela de crímenes: “la correspondencia entre pasado e irrealidad, entre memoria y mentira” (Briones García: 77); o el suspenso que se representa en el film noir, del cual Muñoz Molina es un admirador (López-Valer Colbert: 74).

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Una y otra, esas sensaciones de frío o calor, son un detonante que lleva a Darman a dudar del transcurso del tiempo y a relacionar sus vivencias del presente con las situaciones del pasado. En Madrid, Darman describe el edificio donde se esconde Andrade, como un lugar helado y húmedo, donde “todas las cosas que había en el almacén [...], contenían la pesada sugestión de un error en el tiempo, no un anacronismo, sino una irregularidad en su paso, una discordia en la perduración de los objetos” (11). En Beltenebros, casi todos los lugares abiertos son brumosos, gélidos, lluviosos y provocan una sensación glacial, como las calles que aparecen “sin señas precisas que las identificaran, [...] extrañas a toda presencia o voluntad humana como un paisaje de la Antártida” (41). Así también, cuando Darman se encuentra en Florencia para entrevistarse con Bernal y los otros del grupo, el mal tiempo, la humedad fría que siente en el cuello y el recorrido en el taxi por las calles lluviosas y vacías lo transportan a un momento oscuro de los últimos días de la guerra, cuando junto con otros republicanos cruza los Pirineos hacia el exilio. La vista de esas calles italianas le trae a Darman la memoria de sucesos que no quiere recordar, por eso se dice:

Yo había visto calles semejantes en una noche muy antigua de temporal y de fracaso, hombres con boinas y pasamontañas de mendigos desfilando ante los gendarmes que los insultaban en francés y los cacheaban para quitarles las armas y las pitilleras. Ellos, nosotros, caminábamos sobre un fango de nieve y rodadas de camiones y todas las puertas y las ventanas de las casas se iban cerrando a nuestro paso, como si el solo hecho de asomarse a ellas para vernos contagiara el fracaso. (22-3)

El fragmento anterior nos transmite, por partida doble, la frialdad experimentada por esos republicanos camino al exilio: por un lado porque el clima es invernal, y por otro, porque nos ilustra lo que López-Valero Colbert llama “the apathetic and fearful attitude of the civilians, which echoes that of the French gobernment during the conflict” (78).

Como hemos señalado antes sobre los espacios en Beltenebros, los lugares cerrados —como los aeropuertos y hoteles, las “cálidas” tabernas, el antro donde tiene lugar su charla con Bernal o la boîte Tabú— se distinguen por la atmósfera sofocante, claustrofóbica, por la falta de aire; un ambiente enrarecido que le recuerda a Darman su primer regreso a Madrid, cuando tuvo que matar a Walter. En el primer regreso, durante la persecución de Walter, “Madrid se convertía en una ciudad de provincias abandonada y melancólica” (165); sin embargo, hostigado por las sensaciones del segundo viaje, esa Madrid por donde Darman persiguió a

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Walter se presenta entonces como un sitio donde el perseguidor “no tenía sensación de intemperie: en todas partes el aire era tan cálido y tan enrarecido como en el interior del Universal Cinema, y la luz tan gris” (120). Como advertimos en los ejemplos anteriores, durante ese segundo regreso de Darman a Madrid, la sensación de frío o el calor en los edificios y los recuerdos indeseados e inquietantes del pasado se alternan con más frecuencia. En nuestra opinión, por medio de la asociación de lugares con determinadas percepciones y la repetición de este conjunto que llevan de a los personajes de vuelta al pasado, el autor nos trata de mostrar que existen sucesos de la historia que son inquietantes y que exigen nuestra toma de conciencia.

Al igual que Juan Preciado y otros personajes de Pedro Páramo, Darman, el perseguidor en

Beltenebros, expresa repetidas veces la sensación de extrañeza, la percepción de encontrarse

muerto en vida, en otro tiempo y espacio. Para Darman, esa vida aparentemente agradable que llevaba en Inglaterra le otorgaba “una serenidad más bien sonámbula, un sentimiento de inmersión en la lejanía de otros mundos y de un tiempo que no era del todo el de los vivos” (14). Pero esa sensación de inexistencia y alejamiento se presenta también en la otra mitad de su vida, la que pasaba en aeropuertos y hoteles, lugares donde “ni el tiempo ni el espacio son del todo reales” (15). Tenemos entonces que esa impresión de tiempo y espacio suspendidos entre vida muerte coincide con la concepciones de limbo que se han expuesto anteriormente y que esto vale para las dos novelas. Además, la sensación que los personajes tienen de estos sitios se caracteriza por el abandono, la desolación, y lo estéril; son páramos sin vida y sin esperanza donde los personajes y el espacio se funden en una sola percepción.

En lo que respecta a la percepción que producen los lugares en los personajes, es interesante para nuestro trabajo el artículo “Welcome to Limbo”, de Vicente Luis Mora; aquí, este autor analiza el uso de lugares límbicos o “lugares entre lugares” y “no lugares” —como los aeronáuticos— en algunas obras modernas de narrativa hispánica. Refiriéndose al amplio repertorio de “lugares entre lugares” que ha aparecido en la literatura hispánica de actualidad, Mora reconoce que este crecimiento podría ser la consecuencia del intento de independencia creativa de los escritores, que se inclinarían por presentar sus relatos en “lugares liberados de la mirada educada del lector; permitiéndose el diseño de lugares límbicos con leyes (incluso físicas) diferentes de las convencionales” (20-1). Las ideas de Mora se oponen a los conceptos de Marc Auge (2000), quien en su libro Non-places: Introduction to an Anthropology of

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una identidad relacional o histórica sino soledad y similaridad, y que han cambiado en nuestra percepción (77-8). Mora sostiene que los lugares no cambian por el hecho de tener de ellos una u otra concepción, sino que es más bien el relato del narrador el que contiene una visión subjetiva del lugar. De ahí que Mora afirme que la literatura aeronáutica se constituye por una abundancia de lo “egódico”; en otras palabras, se trata aquí de “una sobrenarración del yo que está en el aeropuerto o a bordo de un avión, y que considera que la mirada propia que hila o crea continuidad entre lo observado cambia el objeto de observación” (15). Por lo tanto, según este estudioso, las obras que contienen este tipo de sitios límbicos:

son textos donde la dimensión espacial es medular en la obra y esencial para entender la psique de los personajes [...]. Son textos alterados por el espacio desde el que se cuentan, textos donde late un desplazamiento de la mirada que provoca un efecto de suspensión subjetiva, de desarraigo identitario, precipitado por la condición de espacios en suspenso de estos lugares entre lugares, tan frecuentes en la literatura hispánica actual. (21)

Lo anterior nos lleva a comprender que las sensaciones que experimentan los personajes y los pensamientos de estos, tienen una relación con los lugares y nos producen un determinado discurso. Así, en lo que toca al nombre de la ciudad Madrid y de las ciudades mencionadas en

Beltenebros —Roma, Brighton, Florencia, etc.—, reconocemos que son completamente

identificables; sin embargo, como argumenta Navajas, “esos nombres no alcanzan a “definir una espacialidad objetiva, sino que se presentan como una ensoñación o alucinación del narrador o de las figuras humanas de la novela” (223).

Lo mismo ocurre con los lugares que se mencionan en Pedro Páramo —Contla, Sayula, Colima, etc.—, que sí existen, pero contienen una percepción muy personal: es la experiencia subjetiva a la que se refiere Mora (2014). Esta subjetividad se refleja en la descripción de Madrid que nos ofrece Darman; un lugar que parece sacado de una imagen espectral, lleno de sombras, envuelto en la niebla, que lo recibe con frialdad desde su llegada, y que Darman percibe físicamente cuando advierte que “el viento de Madrid era más frío que el de Roma. Breves rachas de llovizna y granizo asolaban los espacios horizontales del aeropuerto” (56). Ese paisaje de Madrid que se extiende ante Darman no es el mismo que dejó años atrás, por eso manifiesta: “pensé con un doble sentimiento de dolor y de huida que esta ya no era mi patria” (62). Esta reflexión nos hace observar una doble extrañeza, respecto a lo espacial y a

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lo subjetivo. Este desconocimiento de la ciudad se presenta también en la descripción que hace este personaje cuando se refiere al “paisaje estéril y fronterizo de bloques de pisos coronados por antenas de televisión que ni siquiera se parecía a una ciudad, a Madrid” (141).

Como podemos percatarnos, si ya la mirada se hace personal al deslizarse sobre la desolación de los espacios físicos, la percepción de Darman se transforma todavía más pues llega a reconocer que hasta “eran de niebla las voces, las miradas, los pasos, el tiempo trastornado de los relojes, mi propia conciencia poseída por la soledad y la ficción” (56). En un ejercicio doble, la percepción del espacio y las situaciones presentes remontan la memoria hacia el pasado y la distorcionan, pero esos recuerdos del pasado también modifican el presente, dice Lucifora (4). De ahí que el olvidar se hace difícil, o como dice Bernal: “Olvidar es un lujo” (47); un lujo que durante el segundo viaje a Madrid se convierte en imposibilidad para Darman. Al analizar los momentos de marco claustrofóbico —claustrophobic framing— en

Beltenebros, López-Valero Colbert (2007), comenta que se trata de una técnica usada en el film noir para referirse al aislamiento o separación de un personaje de los demás, o de sí

mismo, o de sus recuerdos, y que se enmarca por instrumentos como puertas, ventanas, escaleras o sombras. Según esta crítica, Muñoz Molina, como gran apasionado del cine, recurre frecuentemente a esta técnica en el relato para resaltar esos momentos en los que la retrospectiva de Darman lo lleva a sensaciones y recuerdos del pasado (86-7). En efecto, las primeras vueltas al pasado se producen cerca de una ventana, como en el taxi que conduce a Darman al hotel en Florencia, en un trayecto en el que siente: “el presentimiento de la fiebre era como una voz que me llamaba, avisándome” (22), y que lo hace dudar en volver “al aeropuerto, al refugio inseguro de aquel avión cuyas hélices resplandecían y vibraban como en los vuelos secretos de la guerra” (22). Es también en ese viaje en taxi cuando Darman mira las calles que le recuerdan el paso por los Pirineos rumbo al exilio, y más tarde, ya en la habitación fría confiesa:

Había dejado abierta la ventana, y otra vez tenía frío y un poco de fiebre. Entonces sí me acordé del caso Walter. Muchos años atrás yo había ido a España para ejecutar a un traidor. No muchos años, tal vez menos de veinte, pero todo el pasado estaba recluido aún en una lejanía unánime, no regida por el tiempo, como la de la adolescencia y la guerra. (35; nuestro énfasis)

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También son las calles y las sombras durante la persecución de Andrade que hacen retroceder la memoria de Darman hasta una persecución igual, tras los pasos de Walter:

Iba tras él, y me quedaba inmóvil cuando él se paraba, extrañamente interesado en el

escaparate de una tienda de bicicletas, solo y vencido por el frío, cabizbajo,

mirándome desde la inmediata lejanía de la soledad [...] Cuando fui tras él me sorprendió darme cuenta de que estaba en el pasaje Doré. Andrade me miraba desde la otra esquina, junto al mostrador de una carnicería donde ya estaban encendidas las luces [...] Mientras mi voluntad seguía a Andrade mi memoria inconsciente iba reconociendo aquellos lugares, el cine, las carnicerías, los recónditos almacenes de ultramarinos, el empedrado de las calles: Madrid se convertía en una ciudad de provincias abandonada y melancólica y yo leía en las esquinas nombres olvidados que aludían a otra vida, al fervoroso desorden de la adolescencia y de la guerra. (165; nuestro énfasis)

Después de analizar los ejemplos anteriores, podemos decir que el regreso a sucesos del pasado, que provocan ciertos lugares en Darman, no lo aislan de los demás; por el contrario, lo unen a personajes y situaciones de ese tiempo pretérito. Como hemos podido observar en la novela de Muñoz Molina, aunque se representan espacios que la crítica ha definido como infernales o purgatoriales, por referir a características de ese imaginario —la falta de luz, la atmósfera agobiante, las sensaciones extremas—, podemos aseverar que la suspensión entre vida y muerte, pasado y presente, y, percepción física y subjetiva, nos remiten a la connotación de lo que consideramos como límbico y que hemos expuesto antes.

Volviendo a las ideas sobre limbo, von Wobeser (2012) nos dice que en la actualidad, la gran mayoría de los cristianos comparte la convicción de que sus almas se salvarán y que podrán obtener una vida eterna en el cielo, sin tener que sufrir el escarmiento en el infierno o pasar un periodo de purificación en el purgatorio. Otros católicos ni siquiera creen que estos lugares puedan existir y, por lo mismo, no experimentan ningún temor. Según esta autora, la escatología tradicional ha dado paso a una teología más “prometedora” a partir de las declaraciones del Papa Benedicto XVI, a finales de 2006, en las que da testimonio de la inexistencia del limbo como lugar. El Papa argumenta que este era solamente una “hipótesis teológica”, introducida en la tradición cristiana, pero nunca aceptada oficialmente (225).

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González Casanova (2007), al comentar esa declaración papal de eliminar el limbo como lugar, nos recuerda que dicha decisión se fundamentó en las ideas ya expresadas en 1999 por el Papa Juan Pablo II, quien “sensatamente”, definió al purgatorio, al cielo y al infierno no como “lugares” físicos, sino como “estados de alma”. Según González Casanova, con esta revelación Juan Pablo II “nos recordó otra obviedad: el alma, ser espiritual, lo es ya en el más acá y, por tanto, vive estados celestiales, infernales o de amargura purificante en su vida cotidiana de este mundo” (29). Este crítico va más allá y, conforme a su propuesta, nos dice que “no podemos excluir el limbo como posible estado actual junto a los otros tres, y podemos incluso aprovecharnos de ese carácter perplejo y suspenso que le asignó la teología del más allá” (29). En este sentido, coincidimos con las opiniones de este estudioso, pues gracias a estas nuevas concepciones con respecto a esos “lugares”, podemos referirnos al limbo como un estado “perplejo, dubitativo, indeciso, de espera irresoluta” que también puede ser aplicado al estado espiritual de mucha gente (29). De este modo, podemos afirmar que esos personajes en las novelas de nuestro corpus, cual almas en el limbo, se encuentran en un estado de perplejidad, a la espera de poder ser redimidos. A su vez, ese universo límbico nos remite a una realidad del pasado que quedó en suspenso y que requiere nuestra atención.

Entonces, ese cosmos de Beltenebros alude a una realidad a la que el autor nos dirige simbólicamente: a los estragos y el sinsabor que dejaron la Guerra Civil y la dictadura. Así, los espacios cerrados o descampados, tenebrosos y fríos, o claustrofóbicos y sofocantes son una alegoría de la angustia y la desolación de las víctimas de ese periodo de la historia de España. Según Bertrand de Muñoz (1994), Muñoz Molina transforma lo sucedido durante la guerra y la dictadura y las consecuencias de este periodo en un mito, pues, en sus relatos, se interrumpe el tiempo de los sucesos que se narran y no se emiten juicios sobre los hechos, positivos o negativos (434). Muñoz Molina se vale de diferentes géneros narrativos como la novela negra o la novela política, afirma esta estudiosa y además, “he does so not to justify an ideology but in order to represent the human condition, perhaps degenerate, yet eternal” (434). En palabras de López Lerma (2011), “Beltenebros explores the crimes and injustices of the Francoist dictatorship from the traumatic perspective of the victims” (5). Así, Muñoz Molina nos ofrece una visión de la historia, pero no de la historia “tersgiversada” y oficial, sino la que había quedado oculta, la historia verdadera y plural. La historia, en las palabras del autor,

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igual que la ciencia, y a diferencia del dogma, está hecha de incertidumbres, de tentativas de aproximación. El historiador, el científico, aceptan el error y la duda: el predicador sólo maneja certezas. De modo que enseñar Historia no sólo sirve para conocer el pasado y encontrar en él ciertas claves necesarias para la comprensión del presente, sino también para crear en nosotros la conciencia de la dificultad y la necesidad del saber, la disciplina intelectual que nos hace falta para interpretar diariamente los indicios de la vida. (Muñoz Molina, 1997:15)

En nuestra opinión, este limbo agobiante que encontramos en Beltenebros es un ejemplo de la narrativa “no realista” que según Colmeiro (2011) han usado algunos autores para apuntar al tema de la Guerra Civil española, de modo que se pueda rescatar mejor “el trabajo de la memoria, las experiencias del trauma, los silencios y vacios del pasado, las discontinuidades históricas y la naturaleza escurridiza de la narrativización histórica” (31).

En lo que respecta a Comala, Brugnolo & Luche (2010) consideran este lugar como un purgatorio “infernalizado” porque no hay expectativa de alcanzar la gloria, a diferencia del purgatorio, de donde los pecadores pueden hallar redención gracias a las oraciones de las almas justas. De acuerdo con esto, “la Comala muerta de Rulfo, es un purgatorio “infernalizado” [...] es decir, un purgatorio sin esperanza”, y el motivo de que no exista salvación para esas almas es “porque los vivos y los muertos se han vuelto culpables de culpas irredimibles, de culpas demasiado “vergonzosas”” (128). De acuerdo con las ideas expuestas por estos dos críticos entendemos que, a pesar de que en la novela se presentan las creencias que aún viven en la imaginación de los mexicanos, el significado se carga de connotaciones históricas y humanas (126). Brugnolo & Luche concluyen que la Comala de Rulfo, en donde tanto los vivos como los muertos se desenvuelven en un mundo sin ilusión y sin fe, a sabiendas de que no alcanzarán la gloria por cargar con culpas imperdonables, es una representación del pasado de los mexicanos que ha sido marcado por el trauma de la violencia a lo largo de su historia (129). Respecto a la suspensión del espacio y el tiempo, Lorente-Murphy (1988), afirma que en Comala no hay tiempo porque en el relato se sigue la perspectiva de los muertos y los sucesos aparecen como fijos en lo eterno, sin importar el antes o el después (71). Tomando en cuenta lo anterior, podemos aseverar que esta intemporalidad es, de acuerdo a nuestra hipótesis, una de las singularidades del limbo: un espacio suspendido en el tiempo; pero un espacio donde los muertos esperan, como en el limbo de Dante, “la clemencia” (23), “la memoria” (24), y tal vez la salvación.

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Se ha manifestado ya en esta investigación que la desolación y el abandono hallan su explicación en el contexto histórico y social en el que se escribió la novela. Como afirma Lorente-Murphy, un espacio como el retratado por Rulfo solo puede ser consecuencia del México de la pos-revolución y de los objetivos fallidos de esta, además de ofrecer los efectos materiales y psicológicos del fenómeno del caciquismo (98, 99, 122, 126). También Rufinelli asevera que la “imagen secular del purgatorio” que se presenta en la novela solo puede ser explicada si se tiene en cuenta el trasfondo socio-económico del país en esa época, ya que, después de la Revolución Mexicana y las luchas cristeras, muchos pueblos quedaron marcados por la desolación y el abandono; sobre todo la región de Jalisco, que sufrió en exceso las consecuencias del éxodo de la población laboral hacia lugares con mejores posibilidades de trabajo (XI). La desolación del lugar se expresa en los pensamientos de Juan Preciado cuando alude a las calles desiertas y abandonadas de Comala, muy diferentes de aquellas en los pueblos por los que pasó antes. Lo único que Juan ve son: “las casas vacías; las puertas desportilladas, invadidas de yerba” (68). Juan llega a un lugar muerto donde no existe la vitalidad que se observa en otros sitios: No hay niños jugando en las calles, ni palomas, ni ruido, solamente “aquellas calles vacías. Las ventanas de las casas abiertas al cielo, dejando asomar las varas correosas de la yerba. Bardas decarapeladas que enseñaban sus adobes revenidos” (105). Beltrán considera que el arte de Rulfo ha sido retratar a Comala como “el “más allá” en el “aquí y ahora”, haciendo del purgatorio el “pan nuestro de cada día””, y reflejando en ese mundo de muertos el presente de “tantos pueblos vivos que no hallan dónde caerse muertos” (29).

En nuestra opinión, al descartar las fronteras entre la vida y la muerte, entre el pasado, el presente y el porvenir, Rulfo nos ofrece en Comala un horizonte mucho más amplio y abundante de una realidad, que, como realidad suspendida, se identifica con ese lugar indefinido que es el limbo; con personajes que aún esperan la redención y la justicia. A su vez, Muñoz Molina, por medio de esa representación de Madrid oscura y asfixiante, donde los personajes deanbulan desorientados y casi sin vida, nos hace desviar la mirada hacia un pasado que exige responsabilidad. Si el limbo de Rulfo representa a los muertos que añoran la vida y el limbo de Muñoz Molina nos muestra a vivos que andan como muertos, es porque en ambos lugares y tiempos, el pasado no se ha podido superar; porque no se ha enfrentado a los espectros de ese pasado para darles su lugar. Creemos que el regreso a ese pasado y el enfrentamiento con el mismo, nos puede mostrar una forma de redimir a esos espectros; de modo que puedan dejar ese espacio límbico y los podamos sepultar.

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