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Seguridad ciudadana y discursos de control en Chile. Análisis de las políticas públicas durante los tres primeros gobiernos posdictadura

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Seguridad Ciudadana y discursos de control en Chile. An´ alisis de las pol´ıticas p´ ublicas durante los tres primeros gobiernos

posdictadura

Pablo Isla Leiden University

Resumen

En este art´ıculo se analiza la g´enesis y desarrollo de las pol´ıticas de seguridad ciudadana y la construcci´on de imaginarios respecto de la delincuencia en Chile durante los tres primeros gobiernos democr´aticos (1990-2006). A trav´es de una metodolog´ıa cualitativa de an´alisis del discurso, a partir de un corpus conformado por fuentes primarias y secundarias, se busca identificar los factores del contexto nacional que moldearon las primeras pol´ıticas sobre seguridad ciudadana y los discursos sobre delincuencia y delincuente. Se identifican los elementos pol´ıticos y culturales que persisten hoy en d´ıa, y que pueden explican la preponderancia de posturas cercanas al populismo punitivo en el pa´ıs.

Palabras clave: Seguridad ciudadana, pol´ıtica criminalidad, populismo punitivo, discurso social.

Public Security and discourses of control in Chile. Analysis of public policy during the three first post-dictatorship Governments

Abstract

This article analyses the genesis and development of citizen security policies and the construction of imaginaries on crime in Chile during the first three democratic Governments (1990-2006). Through a qualitative discourse analysis methodology, based on a corpus consisting of primary and secondary sources, the author attempts to identify the national context factors that shaped the first citizen security policies and the discourses on crime and offenders. The text identifies political and cultural elements that persist today, and that can explain the preponderance of positions close to the punitive populism in the country.

Keywords: Citizen security, criminal policy, punitive populism, social discourse.

*Direcci´on de correspondencia [Correspondence address]: Pablo Isla, Leiden University

E-mail: p.a.isla.monsalve@hum.leidenuniv.nl

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Introducci´ on

El presente documento analiza los discursos he- gem´onicos sobre seguridad ciudadana y delincuen- cia que tuvieron lugar durante los primeros gobier- nos posteriores a la dictadura militar en Chile, sus antecedentes hist´oricos m´as inmediatos, sus princi- pales l´ıneas argumentativas y fundamentos te´oricos y los niveles de permeabilidad de tales discursos en los actores sociales e institucionales. El an´alisis pre- tende, por un lado, identificar las categor´ıas anal´ıti- cas, terminol´ogicas y conceptuales desde la crimi- nolog´ıa y la pol´ıtica criminal que han abordado la delincuencia y la seguridad ciudadana desde 1990, y por otro, describir el proceso hist´orico-pol´ıtico- cultural de construcci´on de imaginarios y discursos que permite contextualizar el fen´omeno objeto de estudio e identificar los factores y actores intervi- nientes en su entorno espec´ıfico.

Mediante el an´alisis de fuentes bibliogr´aficas pri- marias y secundarias de la ´epoca se identifican el contenido y fundamento que tuvieron los discur- sos hegem´onicos sobre seguridad ciudadana y de- lincuencia en el Chile posdictadura, sus actores, sus diferencias ideol´ogicas y consecuencias program´ati- cas, y finalmente, los desaf´ıos que representaba este abordaje para el proceso democr´atico chileno.

Seguridad ciudadana: de segu- ridad nacional a seguridad hu- mana

Desde hace m´as de dos d´ecadas las ciudades lati- noamericanas comenzaron a ser objeto de una con- ceptualizaci´on e intervenci´on espec´ıfica, conocida como pol´ıtica de seguridad ciudadana, concepto que paulatinamente se ha convertido en un tema cen- tral de debate social, pol´ıtico y acad´emico. En gran medida, su centralidad en el debate se ha debido a la presencia de dos fen´omenos comunes en la re- gi´on: un supuesto o real aumento de la inseguridad asociada a la criminalidad y la compleja evoluci´on que ´esta ha tenido en las ´ultimas d´ecadas.

La seguridad ciudadana ha permitido relevar otros problemas sociales m´as profundos de las ur- bes, como: la funci´on del Estado como proveedor de seguridad; la pervivencia de una visi´on militar de la seguridad; el poder criminalizador de los sistemas penales; la violencia que generan la pobreza y la urbanizaci´on desarticulada; el quiebre de los proce- sos de integraci´on y convivencia social y sus efectos en el capital social; la corrupci´on e impunidad ins- titucional; el grado de eficacia del sistema judicial;

la concentraci´on de los medios de comunicaci´on de masas y el riesgo de la manipulaci´on en la infor- maci´on, entre otros (Comisi´on Andina de Juristas, 1999). Dado el alto nivel de violencia que presenta Am´erica Latina, cuyas cifras la han situado como la regi´on m´as violenta del mundo, no es extra˜no que la seguridad ciudadana tenga un peso importante en la agenda pol´ıtica, convirti´endose en un crucial factor de legitimidad y gobernabilidad para las ad- ministraciones.

Las definiciones de seguridad ciudadana han en- fatizado distintas dimensiones y niveles, especial- mente su intangibilidad y su car´acter subjetivo. Los sesgos ideol´ogicos de diverso sello tampoco han es- tado ausentes al momento de intentar una defini- ci´on debido, en gran medida, a las diversas conno- taciones posibles de los t´erminos seguridad y ciu- dadano. Entendida como ‘lucha contra el crimen’, tiende a desplazarse hacia un concepto de estado de seguridad (Candina Polomer, 2005), en el cual la inseguridad no se supera, sino que se administra;

de all´ı la expresi´on de administraci´on de riesgos, propia de la llamada criminolog´ıa actuarial, seg´un se ver´a. Por otro lado, la seguridad es un servi- cio que se demanda del Estado, tanto por cuanto

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este ha tenido como principal funci´on a lo largo de su existencia brindar seguridad y paz -entendidas hoy como base de su legitimaci´on social y pol´ıtica-, cuanto porque el Estado monopoliza el uso de la fuerza a trav´es de sus agencias espec´ıficas (fuerzas armadas, polic´ıa, sistemas judicial y penitenciario).

Incluso “en las teor´ıas liberales, el objetivo estatal de brindar seguridad se entiende desde la perspec- tiva de la protecci´on de la libertad individual” (Lo- sing, 1996: 242), de modo que ella es reformulada para entenderla como la libertad de la persona hu- mana frente al temor, considerando, adem´as, que las amenazas que ´esta pueda sufrir pueden prove- nir no s´olo del exterior o de terceros, sino del propio Estado. Sin embargo, en la pr´actica, este plantea- miento rara vez lleg´o a plasmarse en la realidad, a´un en sociedades m´as pretendidamente liberales, no s´olo por las formas autoritarias o totalitarias de los gobiernos o de algunas de sus pol´ıticas de inter- vencionismo estatal, sino tambi´en por el desarrollo y aplicaci´on de t´ecnicas de disciplina social y de intervenci´on preventiva, con tal de reducir situa- ciones que generasen riesgos sociales, cada vez m´as crecientes (Calvo Garc´ıa, 1999).

En el contexto latinoamericano esta afirmaci´on es m´as clara, dado que en muchos casos los gobier- nos han asentado su poder en la coerci´on y la fuer- za antes que en la b´usqueda de consenso social. No obstante, es posible encontrar diferentes poderes le- gales e ilegales, p´ublicos o privados, que han llegado a cuestionar dicho monopolio de la fuerza. La ocu- paci´on del aparato estatal por parte de las fuerzas

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armadas u otros segmentos de las ´elites locales en- tre 1960 y 1980 permiti´o dar respaldo simb´olico y material a esta definici´on. Pese a las debilidades estructurales de Am´erica Latina en la materia, el Estado es a´un el principal destinatario de las de- mandas de seguridad ante los temores crecientes de la ciudadan´ıa, y no as´ı otros agentes proveedores de seguridad. En la regi´on los intentos por entronizar el concepto de seguridad ciudadana y el desarro- llo de pol´ıticas referidas a ella han debido sortear diversos desaf´ıos pol´ıtico-ideol´ogicos, dado que la noci´on militarista de seguridad nacional -centrada en la defensa de la naci´on, la derrota del enemigo interno, la lucha contra el comunismo y el mante- nimiento del orden p´ublico a partir de la violencia institucional-, marc´o buena parte del ´ultimo tercio del siglo XX (Comblin, 1979). Las fuertes repercu- siones de esta concepci´on en el escenario pol´ıtico latinoamericano evidencian que algunos de sus ras- gos siguen presentes y que, de alguna manera, han venido desdibujando o problematizando los inten- tos de establecer nuevas concepciones de seguridad centradas en la protecci´on democr´atica de las per- sonas.

Bigo y Bastos de ´Avila (1983) se˜nalan que una vez que las fuerzas armadas se hicieron con el poder pol´ıtico, fueron dando paso a una doctrina bastan- te simplista e ingenua en sus planteamientos, aun- que no en sus consecuencias. Dentro de ese marco se desarrollaron diversos principios: exaltaci´on del nacionalismo como valor absoluto; estrecha coope- raci´on con los Estados Unidos en la protecci´on de intereses geopol´ıticos; la convicci´on compartida de que diversos factores, como las guerrillas y las ideo- log´ıas de izquierda -pero tambi´en la pobreza, el atraso cultural, el subdesarrollo o la dependencia- constitu´ıan amenazas para la naci´on, fin principal del Estado; el comportamiento corporativo de las fuerzas armadas al momento de definir sus acciones y pol´ıticas; la visi´on de que el poder civil es ines- table, d´ebil e incapaz de manejar el Estado, espe- cialmente frente a gobiernos civiles populistas y re- formistas; y la validaci´on de acciones violatorias de los derechos humanos como procedimiento leg´ıtimo y eficaz para el mantenimiento del orden interno.

La doctrina de seguridad nacional -con matices en cada pa´ıs1- tuvo as´ı un efecto profundo en el campo de la seguridad p´ublica en dichos a˜nos, ge- nerando una serie de efectos no s´olo en la manera de entender y encarar los problemas del orden social,

1Por ejemplo, es claro el prop´osito de vincularla a las ne- cesidades de democratizaci´on, modernizaci´on y desmilitari- zaci´on de las fuerzas policiales y el control de la delincuencia organizada en Centroam´erica, o a las necesidades de conten- ci´on de la protesta social y la lucha contra el narcotr´afico y la guerrilla en el ´area andina (Camacho Guizado, 1994;

Costa, 1998; Rico, 1998; Carri´on, 2002).

sino tambi´en en la organizaci´on, funcionamiento y objetivos de los cuerpos de seguridad.

La noci´on entonces emergente de seguridad de- mocr´atica procur´o zanjar las discusiones sobre qu´e concepci´on de seguridad y desde qu´e espacio social ella deb´ıa brindarse, para no definirla a partir de una ‘raz´on de Estado’ siempre abstracta y proclive a diferentes intereses de poder. Sin embargo, la no- ci´on de seguridad democr´atica se hab´ıa enmarcado m´as dentro del campo de las relaciones internacio- nales y de la defensa externa. Elaborada sobre la base de la subordinaci´on de las fuerzas de seguri- dad al poder civil libremente elegido y el de restric- ci´on de sus competencias al marco constitucional existente en cada Estado, la seguridad democr´ati- ca surgi´o con el intento de responder a la situaci´on y necesidades de diversas regiones del globo una vez terminada la Guerra Fr´ıa. En el caso latinoa- mericano, estas necesidades dec´ıan relaci´on con el afianzamiento y consolidaci´on de los procesos de redemocratizaci´on, como forma de abordar de ma- nera distinta la ‘seguridad hemisf´erica”2 y la segu- ridad p´ublica interna, donde se identificaban como principales amenazas el terrorismo, el sabotaje, el narcotr´afico, el tr´afico de armas y la delincuencia y corrupci´on vinculadas a tales amenazas, las que afectaban, en primer lugar, a los Estados, y s´olo en segundo lugar, al ciudadano com´un.

Sin estos antecedentes es dif´ıcil entender la evolu- ci´on del concepto de seguridad ciudadana en el con- texto latinoamericano y especialmente en Chile. Es, sin duda, una noci´on que tom´o fuerza en el lengua- je de las fuerzas de seguridad p´ublica, los partidos pol´ıticos y la opini´on p´ublica y que se ha tornado en Occidente no s´olo una necesidad individual y colec- tiva, sino un valor sociocultural, jur´ıdico y pol´ıtico cuyo logro muchas veces linda y entra en conflicto con otros valores como la justicia, la democracia, la equidad, la participaci´on ciudadana y el capital social (De la Puente Lafoy y Torres Rojas, 2000).

Diferenciada de los conceptos de seguridad exter- na (referida a la defensa de la soberan´ıa de peligros, amenazas o conflictos emanados desde fuera de las fronteras, lo que involucra a las fuerzas armadas) y seguridad interna o p´ublica (referida al manteni- miento del orden p´ublico y al imperio de las leyes,

2Ejemplo de ello fueron, entre otras, la Iniciativa para las Am´ericas, formulada por el Gobierno de George H.W. Bush en 1990; algunos planteamientos de la Asamblea de la OEA en 1985, en la Resoluci´on AG/res 1080 de 1991, conocida como Compromiso de Santiago de Chile con la Democracia;

en el Protocolo de Washington, de 1992; en la conforma- ci´on de la Comisi´on Sudamericana de Paz, en 1987; en la Conferencia Regional sobre Medidas de Confianza y Seguri- dad, celebrada en Santiago de Chile en 1995, y en el Tratado Marco de Seguridad Democr´atica, suscrito en 1995 por los gobiernos de Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Panam´a.

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que recae en las instituciones policiales) la seguri- dad ciudadana implica que los ciudadanos, indivi- dual y colectivamente, est´en en situaci´on de vivir y convivir, disponiendo de una protecci´on necesa- ria que les permita superar los peligros propios de un entorno social riesgoso que amenacen la vida, integridad f´ısica o bienes de las personas, y cuyo logro involucra al Estado, a los servicios de polic´ıa y a la comunidad (De la Puente Lafoy y Torres Ro- jas, 2000). Desde una perspectiva operativa, puede ser entendida como la seguridad relacionada con la pol´ıtica criminal y la provisi´on de un orden p´ubli- co interno destinado a cautelar la integridad f´ısica, econ´omica y moral de los ciudadanos, con ausencia de amenazas o coerciones ileg´ıtimas sobre su liber- tad y sus derechos civiles (Escobar y Ruz, 2005).

Est´a referida a la preocupaci´on por la calidad de vida y la dignidad humana en t´erminos de libertad, acceso al mercado y oportunidades sociales (Arria- gada y Godoy, 1999; Carri´on, 2002). La pobreza y la falta de oportunidades, el desempleo, el ham- bre, el deterioro ambiental, la represi´on pol´ıtica, la violencia, la criminalidad y la drogadicci´on pueden constituir amenazas a la seguridad ciudadana (Silva Lira, 2000; Carri´on, 2002). La seguridad ser´ıa una creaci´on cultural que implicar´ıa una forma igualita- ria de sociabilidad, un ´ambito libremente compar- tido por todos (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, 1998).

En un nivel m´as restringido y difundido, la se- guridad ciudadana se ha traducido en la seguridad p´ublica, definida como el conjunto de pol´ıticas y ac- ciones coherentes y articuladas, que tienden a ga- rantizar la paz p´ublica mediante la prevenci´on y re- presi´on de los delitos y faltas contra el orden p´ubli- co, mediante el sistema de control penal y el de la polic´ıa administrativa (Gonz´alez Ruiz et al., 1994).

Esta visi´on restringida merece diversas observacio- nes en su concreci´on en el contexto latinoamericano:

Primero, ha devenido en sin´onimo de ‘lucha contra el crimen’, ‘combate a la delincuencia’

o ‘represi´on del delito’, enunciados todos que desvinculan la seguridad ciudadana del obje- tivo central de mejorar la calidad de vida de la poblaci´on y fortalecer el capital social, res- tringi´endola a la delincuencia com´un, cometida por sectores determinados de la sociedad (su- jetos masculinos, urbanos y pobres), que cons- tituyen atentados a la propiedad privada, a la vida e integridad f´ısica (homicidios, lesiones), invisibilizando as´ı otros tipos de criminalidad cuyos efectos son tan o m´as lesivos que los de la delincuencia com´un, seg´un se ver´a. Este sesgo acent´ua la percepci´on generalizada de la pobla- ci´on de cierta impunidad y parcialidad del sis- tema de justicia penal, “demostrando que las

conductas delictivas se contraen a un ´ambito espec´ıfico de lo criminalizable” (Leal Su´arez y Garc´ıa Pirela, 2005: 433). La seguridad, en esta l´ogica, se convierte en un producto transable, con un valor de mercado, suministrable en el juego de la oferta y la demanda como mer- canc´ıa de acceso restringido.

Segundo, invisibiliza otros factores, muchos de ellos extradelictivos, generadores de inseguri- dad, incluso de claras consecuencias econ´omi- cas, como los problemas en el empleo (desem- pleo, precarizaci´on, subempleo, pr´acticas anti- sindicales, despido ilegal o arbitrario); proble- mas de seguridad vial; amenazas a la seguridad alimentaria; dificultades de acceso a la seguri- dad sanitaria; atentados a la seguridad ambien- tal y la responsabilidad por contaminaci´on; ac- tos de criminalidad financiera, bancaria, tribu- taria o fiscal y, en general, atentados que lin- dan con la seguridad humana3 en un contexto donde la l´ogica globalizante de la gesti´on de riesgos descentraliza el rol regulador del Esta- do en comparaci´on con el papel e influencia de las empresas transnacionales (Braithwaite, 2006).

Tercero, involucra a la comunidad en la segu- ridad ciudadana s´olo desde un papel policial o parapolicial, en circunstancias que, por lo ge- neral, la comunidad desconoce la etiolog´ıa, es- tructura y caracter´ısticas de la criminalidad, opera en torno a ciertas tipolog´ıas reduccio- nistas y poco rigurosas del delincuente, privi- legiando el polo de la inseguridad y la priva- tizaci´on de los espacios p´ublicos. Se identifi- ca al delincuente como el antagonista del po- lic´ıa, ambas figuras construidas sobre la base de una mitolog´ıa esencialista, “ello sobre todo porque ese sentimiento de inseguridad depende de un marco social muy restringido, que es el de

3El concepto de seguridad humana, acu˜nado en la d´eca- da de 1980 en el ´ambito de la investigaci´on para la paz co- mo contraposici´on al concepto de seguridad nacional, pre- dominante durante la guerra fr´ıa, ha sido difundido por el PNUD en su Informe sobre Desarrollo Humano de 1994. El PNUD identifica inicialmente ocho dimensiones de la seguri- dad/inseguridad: econ´omica, financiera, alimentaria, sanita- ria, ambiental, personal, de g´enero, comunitaria y pol´ıtica.

Es un concepto evolutivo y la discusi´on que genera replan- tea los viejos esquemas de la seguridad centrados en aspectos militares y detecta las necesidades del conjunto del planeta, con toda su diversidad, que han merecido apenas atenci´on en las pol´ıticas p´ublicas generales. Seg´un la definici´on de la Comisi´on de Seguridad Humana, “La seguridad humana significa proteger las libertades vitales. Significa proteger a las personas expuestas a amenazas y a ciertas situaciones, robusteciendo su fortaleza y aspiraciones. Tambi´en significa crear sistemas [pol´ıticos, sociales, ambientales, econ´omicos, militares y culturales] que faciliten a las personas los ele- mentos b´asicos de supervivencia, dignidad y medios de vida”

(Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, 1994).

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la delincuencia callejera, ya que la polic´ıa pe- nal act´ua preventivamente en la calle” (Bustos Ram´ırez, 1986: 168). Estas tipolog´ıas han sido alentadas por lo que puede llamarse como una cierta sociolog´ıa criminal reduccionista4, que razona sobre la base maniquea de que el delito se comete por sujetos ajenos a su comunidad, que se encuentran al acecho, principalmente en la calle, en lugares oscuros, apartados o poco transitados, entronizando as´ı una construcci´on espec´ıfica del temor al otro distinto y descono- cido (antisociales, malhechores y forajidos) y una visi´on sesgada del nosotros (v´ıctimas, ciu- dadanos honestos, familias decentes).

De este modo, la seguridad ciudadana y la delin- cuencia, en el discurso de la pol´ıtica contingente y de los medios de comunicaci´on de masas, llegaron a poseer una correspondencia biun´ıvoca. La seguri- dad ciudadana ha sido, por antonomasia, la insegu- ridad producida por la delincuencia. El debate en las ´ultimas d´ecadas ha oscilado entre una aparente disputa por pol´ıticas de mayor control o represi´on y aquellas centradas en la prevenci´on (Dammert et al., 2005). La pol´ıtica de prevenci´on del delito ha sido objeto de diversas construcciones y ha recibi- do escasa atenci´on y aportes por parte de la teor´ıa sociol´ogica y criminol´ogica; sin embargo, los mode- los desarrollados en Europa y en Norteam´erica en las ´ultimas d´ecadas del siglo XX se replicaron en Am´erica Latina de manera h´ıbrida.

Seguridad ciudadana y modelos de prevenci´ on de la criminali- dad

Siguiendo a De la Puente Lafoy y Torres Rojas (2000), los modelos de prevenci´on de la crimina- lidad que desde la d´ecada de 1990 han planeado sobre los despachos de los formuladores de pol´ıtica p´ublica en Am´erica Latina, todos ellos aplicados, pero no siempre evaluados en los pa´ıses de origen, pueden agruparse en los siguientes tipos:

Prevenci´on social primaria (o anticipadora de la criminalidad): desarrollada en el marco del

4Autores en esta l´ınea plantean que los factores de ries- go de la criminalidad son, a nivel individual, entre otros, la desintegraci´on y la violencia familiar, el desempleo, la deser- ci´on escolar, la frustraci´on, las adicciones, la descomposici´on social, la marginalidad, el uso de drogas y la tenencia de armas; y a nivel ambiental, la existencia de vigilancia poli- cial, la vigilancia privada o el control social informal, el tipo de utilizaci´on de espacios p´ublicos, la iluminaci´on y la con- fianza en las instituciones (Guerrero, 1998). Como se puede ver, estos factores permiten configurar el retrato hablado del delincuente pobre y su entorno.

Estado benefactor en pa´ıses como Suecia, In- glaterra, Francia, Holanda y Canad´a, se centra en disminuir o neutralizar las tendencias delic- tivas de la poblaci´on en mayor nivel de pre- cariedad econ´omica y social mediante diversos programas de desarrollo a largo plazo (educa- ci´on, vivienda, empleo, recreaci´on), con fuer- te ´enfasis en el monitoreo en estas ´areas de la poblaci´on infantil y juvenil vulnerable. Se de- nomina primaria ya que intenta anticiparse a la criminalidad, m´as que actuar sobre el delito cometido, interrumpiendo la carrera delictiva o reparando a las v´ıctimas. Identifica la etiolog´ıa del delito en una serie de factores disruptivos de la socializaci´on en la infancia y adolescen- cia de sectores socialmente precarios, relevando el papel de la familia, la escuela y el trabajo como factores fortalecedores de conductas po- sitivas. Desconf´ıa de las acciones policiales o de acciones focalizadas en la sanci´on penal de los infractores. Pese a que sus resultados han demostrado ser m´as prometedores, se le critica que asocie criminalidad con pobreza, desem- pleo, frustraci´on o desesperanza aprendida, y que sus resultados, s´olo medibles a largo pla- zo, requieran para su implementaci´on de cuan- tiosos recursos gubernamentales, cada vez m´as escasos.

Prevenci´on situacional del delito: modelo sur- gido hacia fines de la d´ecada de 1970 en Ingla- terra, que rechazando el an´alisis sobre el his- torial del delincuente y la etiolog´ıa del delito, concibe que ´este es un hecho esencialmente ur- bano, que se comete con mayor frecuencia en lugares que presentan para el infractor mejores oportunidades de ´exito y menor probabilidad de ser sorprendido. El delincuente no s´olo re- quiere motivaci´on para delinquir, sino tambi´en disponibilidad y accesibilidad a su blanco. Al- go que podr´ıa resumirse en la frase ‘la ocasi´on hace al delincuente’. Formulada por Clarke y Mathew (1980), su aparici´on signific´o una reac- ci´on a las tasas crecientes de delito surgidas en la ´epoca del Estado benefactor ingl´es, ya que se estimaba que las pol´ıticas de mejoramiento econ´omico se mostraban ineficaces para dismi- nuir la criminalidad. La prevenci´on situacional constituye un modelo privilegiado para la nue- va filosof´ıa del riesgo criminal y se apoya en la l´ogica de la irrecuperabilidad del delincuente.

Hace referencia a un conjunto de estrategias dirigidas a contener las variables que inciden en la producci´on de comportamientos delicti- vos, algo que ya no se hace a trav´es de la ges- ti´on y el control de las circunstancias sociales o subjetivas de la desviaci´on, sino a trav´es de la delimitaci´on de los espacios de vida de los sujetos, es decir, de la elevaci´on de las barreras

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artificiales materiales y simb´olicas (De Giorgi, 2005)5.

Este modelo ha generado uno de los discursos m´as influyentes de las ´ultimas tres d´ecadas. Sin embargo, de entre los diversos y m´ultiples re- paros de que ha sido objeto, se le critica la racionalidad economicista atribuida al delin- cuente, lo que no encaja con la naturaleza de una enorme cantidad de delitos, y que descui- da los que no ocurren en los espacios p´ublicos.

Existen, adem´as, fundadas dudas sobre su efi- cacia para con determinados tipos de delitos y de delincuentes, y el que haya propiciado - directa o indirectamente- el uso de tecnolog´ıa cada vez m´as innovadora en la comisi´on de il´ıci- tos. Una consecuencia de este modelo es que concibe el delito como una especie de riesgo privatizado que recae principalmente sobre la sociedad civil, tanto en la prevenci´on como en las consecuencias de la criminalidad sufrida. A la postre, las personas ser´ıan tan libres de pre- venir o defenderse del delito como de cometer- lo, siguiendo la l´ogica de la econom´ıa de libre mercado (O’Malley, 1992).

Prevenci´on multiagenciada del delito: con apli- caci´on precursora en Suecia y Canad´a en la d´ecada de 1960, y posteriormente en Finlandia, Noruega y Dinamarca, y localmente en Fran- cia, Inglaterra y EE.UU., ha centrado su es- fuerzo en el diagn´ostico de la criminalidad y en la elaboraci´on de planes de prevenci´on a nivel local, e involucra equipos multidisciplinarios de profesionales y una amplia red de institucio- nes locales. Procura incorporar a la comunidad en el planeamiento, aplicaci´on y monitoreo de las estrategias locales (ciudadanizaci´on del de- lito); responsabilizaci´on ciudadana en la pre- venci´on y disminuci´on de la delincuencia me- diante el consorcio gobierno local-comunidad (y no ‘desde arriba’); reducci´on del temor al delito y el logro de espacios urbanos m´as segu- ros, deplorando la privatizaci´on y autosegrega- ci´on urbana a causa de la inseguridad p´ubli- ca; reformulaci´on del papel tradicional de la polic´ıa como uno m´as entre otros agentes en- cargados del problema (administraci´on local,

5Desde el punto operativo, este modelo ha combinado la adopci´on de diversas medidas: dispositivos tecnol´ogicos de seguridad, vigilancia y detecci´on de actividad delictiva; re- dise˜no urban´ıstico que propicie los espacios defendibles, con tal de facilitar, especialmente en los barrios m´as deprimidos y con mayor prevalencia de delitos, el control y permanen- cia territorial de sus habitantes, y al dise˜no e instalaci´on de obst´aculos en edificios que retarden o eviten los atracos (Newman, 1972); readecuaci´on de los horarios y rutinas de funcionamiento urbano que impidan la planificaci´on de de- litos o el seguimiento de v´ıctimas potenciales; mecanismos que permitan identificar pertenencias sustra´ıdas o disminuir su valor venal, entre otras.

sector privado, red de organismos p´ublicos, co- munidad territorialmente organizada) y encar- gada de una funci´on de patrullaje en base a la soluci´on de problemas de acuerdo a metas y objetivos mensurables, evaluadas seg´un la opi- ni´on de la comunidad. En muchos casos este modelo ha combinado medidas de la preven- ci´on primaria y de la situacional, aun cuando se plantea superar los controvertidos resulta- dos de esta ´ultima.

Las cr´ıticas a este modelo han estado concen- tradas en las dificultades de coordinaci´on en- tre ´organos de gobierno local y central, en la intervenci´on desproporcionada del sector pri- vado a nivel local (en muchos casos, fuente de su financiaci´on y promoci´on), lo que, adem´as, har´ıa dif´ıcil mantener su aplicaci´on sostenida, de modo que pudieran medirse sus resultados, y que, m´as que prevenir la delincuencia en s´ı, ha tenido como objetivo no declarado el ge- nerar condiciones atractivas para la inversi´on privada y el desarrollo de actividades econ´omi- cas y comerciales en el ´ambito local, en retri- buci´on a los entes econ´omicos involucrados en su planeamiento y ejecuci´on.

Prevenci´on comunitaria del delito: aparecida en Inglaterra en las d´ecadas de 1980 y 1990 en torno a nociones como participaci´on comu- nitaria, empoderamiento comunitario (empo- werment community, responsibility y solving- problems community) que postulan la partici- paci´on no ya del Estado o de los individuos aislados, sino de la comunidad en el dise˜no de planes que superen sus propios problemas. Es- te modelo heterodoxo ha procurado zanjar las discusiones entre partidarios del Estado bene- factor y neoliberales respecto de la existencia de personas y grupos espec´ıficos, en lugar de continuar con el tradicional debate abstracto sobre la primac´ıa de los derechos individua- les frente a los derechos del Estado. Es una vertiente que intenta remoralizar la sociedad, tal como lo concibe Etzioni: “el comunitaris- mo llama a restaurar las virtudes c´ıvicas y a la regeneraci´on de las obligaciones morales en- tre los ciudadanos” (1995: 16). As´ı, la existen- cia y fortalecimiento de una moral comunitaria homog´enea conformadora de redes sociales de solidaridad y cooperaci´on, junto al retorno ha- cia una familia tradicional estable, representan tanto una apelaci´on a la vuelta de un pasado recordado con nostalgia, como la aspiraci´on en el dise˜no de futuras pol´ıticas p´ublicas tendien- tes a resguardar la ley y el orden. Para este modelo, tanto el capitalismo como la cultura permisiva e individualista que de ´el se deriva han debilitado la familia nuclear y su modelo

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de autoridad paterna (Dennis y Erdos, 1992;

Murray, 1996). Manifestaci´on de este mode- lo fue el Plan de Tolerancia Cero, basado en los planteamientos de las ventanas rotas pos- tulados por James Q. Wilson y George Kelling (1982)6. Estos autores, en lo central, afirman que una ventana rota es un elocuente indicio de que a nadie le importa el edificio, lo que puede alentar actos vand´alicos m´as serios que, de no ser tratados a tiempo, indicar´ıan que a nadie le importa el vecindario, lo que conducir´ıa a des´ordenes y conductas delictivas m´as graves, con nefastos efectos a mediano plazo: prosti- tuci´on, drogadictos, bandas criminales que se hacen con el control territorial, devaluaci´on del suelo, deterioro de las viviendas, ´exodo de los buenos vecinos, etc. La soluci´on deb´ıa corres- ponder a una reacci´on y control policial r´apidos ante un m´ınimo s´ıntoma atentatorio contra la buena convivencia.

La aplicaci´on de este modelo ha recurrido a un contacto sistem´atico y asiduo con los medios de co- municaci´on de masas, mediante campa˜nas propa- gand´ısticas y difusi´on de estad´ısticas, planes y lo- gros que vinculen a la poblaci´on con la labor policial y, as´ı, transmitirle un mensaje optimista y de efi- ciencia, pero tambi´en disuasivo de la criminalidad.

Plantea una reingenier´ıa de los cuerpos policiales para depurarlos de la corrupci´on y dotarlos de ca- pacitaci´on y tecnolog´ıa de punta; planes de alerta para el monitoreo de procesados en libertad pro- visional y condenados en libertad condicional; pa- trullaje vecinal, especialmente en barrios con alta prevalencia de delincuencia juvenil, para acercarlos a la escuela, al deporte y a la entretenci´on ‘sana’ y as´ı alejarlos de los ‘vicios y las pandillas’.

Las mayores cr´ıticas a este modelo han provenido de organizaciones defensoras de derechos civiles, es- pecialmente por el abuso policial hacia barrios vul- nerables y minor´ıas ´etnicas; por distraer la atenci´on y los recursos en delincuencia de bagatela, aumen- tando as´ı, innecesariamente, el n´umero de reclusos y su hacinamiento carcelario; por el crecimiento de una vers´atil y oportunista industria de la seguri- dad, movida por prop´ositos algo menos claros que

6La met´afora de las ‘ventanas rotas’ [broken windows]

figuraba en un art´ıculo -“Broken windows: the police and neightbourhood safety”- publicado por la revista Atlantic Monthly y luego difundida por el Manhattan Institute y el Center for Civic Initiative de Nueva York, adaptaci´on del proverbio “quien roba un huevo, roba una vaca.” Posterior- mente ser´ıa desarrollado in extenso en una obra de George Kelling y Catherine Coles (1996), Fixing Broken Windows:

Restoring Order and Reducing Crime in Our Communities.

William Bratton, jefe de la polic´ıa de Nueva York durante el per´ıodo de Rudolph Giuliani, fue otro de sus defensores y promotores, con fuerte difusi´on a trav´es de la Heritage Foun- dation, un think tank neoconservador aliado al Manhattan Institute. Al respecto, cfr. Bratton (1996).

la seguridad ciudadana (Mazoyer, 2003); por con- fundir sospechosos de delito con criminales consue- tudinarios, y malas costumbres con delincuencia, especialmente por el abuso de la prensa para atri- buir culpabilidad, aun anticip´andose a las decisio- nes judiciales. Se le critica tambi´en que su objetivo de reducir la criminalidad no ha podido constatarse en ninguna de sus aplicaciones pr´acticas, y que, en el evento de tenerlos, mejores efectos han sido logra- dos en ciudades homologables sin usar ninguna de sus estridentes recetas (Wacquant, 2000; Fr¨uhling, 2002).

Justicia actuarial y populismo punitivo

En los enfoques de seguridad ciudadana se ha abierto paso, en las ´ultimas d´ecadas, la llamada jus- ticia actuarial (De Giorgi, 2005; Brandariz Garc´ıa, 2007), que aunque nebulosa, envuelve una particu- lar concepci´on pol´ıtico-criminal de corte neoconser- vador, y que sin constituir una ideolog´ıa uniforme y articulada, ha venido desarrollando una nueva jus- tificaci´on punitiva para la desviaci´on en el marco de la sociedad globalizada, nunca mejor llamada socie- dad del riesgo, como paradigma explicativo de los conflictos de la ciudad contempor´anea (Beck, 2006).

El actuarialismo o control actuarial pone de re- lieve que las nuevas estrategias de control se basan en procedimientos t´ıpicos de las matem´aticas de los seguros, y haya sus or´ıgenes en tecnolog´ıas desarro- lladas fuera del sistema penal, como (a) el derecho de da˜nos (el primero que desarroll´o un lenguaje de utilidad social y gerencialismo, frente al tradicio- nal de responsabilidad individual); (b) el an´alisis de sistemas (desarrollado en las pr´acticas de ma- tem´atica, f´ısica e ingenier´ıa el´ectrica) desde el cual, concebido como medio para racionalizar las decisio- nes, salt´o a las pr´acticas de la Secretar´ıa de Defensa de los EE.UU. (en la d´ecada de 1960), desde don- de terminar´ıa por descender al ´ambito del sistema penal, y (c) el movimiento del Law and Economic (De Giorgi, 2005).

El actuarialismo prescinde y desplaza el mode- lo etiol´ogico (que identifica y analiza las causas de la desviaci´on para intervenir sobre ellas y erradi- carla); postula que la prosperidad econ´omica no disminuir´ıa, sino m´as bien aumentar´ıa la criminali- dad; el delincuente realiza un an´alisis -muchas ve- ces econ´omico- de su conducta (rational choice); el objetivo rehabilitador es reemplazado por el de la amenaza y la intimidaci´on, representado en dr´asti- cas penas, especialmente las de encierro; la legiti- maci´on del poder punitivo radica en el merecimien-

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to del castigo, poder que puede llevar a la incapaci- taci´on y neutralizaci´on selectiva; ante el escepticis- mo rehabilitador deben adoptarse an´alisis econ´omi- cos en el derecho penal y en el control de la crimi- nalidad (cost-benefits analysis) para evitar el de- rroche y la dispersi´on de recursos, pues el sistema penal requiere una gesti´on racional y eficaz (una racionalidad gerencial, conocida como New Public Management); la pol´ıtica criminal opera dentro de la l´ogica de la securitizaci´on gracias a la eficaz admi- nistraci´on del riesgo frente al delito, mediante una operaci´on de cuantificaci´on probabil´ıstica del ´ındice de riesgo de diversos sectores de la comunidad, rea- lizada a trav´es de una valoraci´on estad´ıstica. “La pr´actica actuarial consiste, en definitiva, en la ela- boraci´on de sistemas de monetarizaci´on y redistri- buci´on de determinados factores de riesgo dentro de una colectividad individualizada o individualiza- ble: en este caso, la colectividad de los asegurados”

(De Giorgi, 2005: 60). Los efectos de la crimino- log´ıa actuarial se han dejado sentir fuertemente en las pol´ıticas p´ublicas de las ´ultimas d´ecadas y han nutrido los discursos pol´ıticos y medi´aticos, hasta alcanzar al ciudadano com´un.

Estrictamente en el plano del discurso pol´ıtico, el actuarialismo entronca con el llamado populismo punitivo (Bottoms, 1995), que corresponde a:

“la tendencia de las autoridades estatales que rea- lizar acciones r´apidas y eficientes -materializadas en reformas penales mediante la v´ıa r´apida- ten- dientes a brindar una respuesta aparentemente a la percepci´on de inseguridad por parte de la so- ciedad y el supuesto crecimiento de los fen´omenos delictivos” [sic]

(Zamora-Acevedo, 2013: 165).

Su caracter´ıstica principal es obviar los argumen- tos m´as serios, profundos o t´ecnicos sobre determi- nado problema social y, en cambio, brindar respues- tas a la sociedad masificada. Como apunta Garland:

“Existe actualmente una corriente claramente po- pulista en la pol´ıtica penal que denigra a las ´elites de expertos y profesionales y defiende la autori- dad ‘de la gente’, del sentido com´un, de ‘volver a lo b´asico’. La voz dominante de la pol´ıtica cri- minal ya no es la del experto, o siquiera la del operador, sino la de la gente sufrida y mal aten- dida, especialmente la voz de ‘la v´ıctima’ y de los temerosos y ansiosos miembros del p´ublico”

(Garland, 2005: 49).

Como se ha dicho, cada uno de estos modelos y

visiones ha sido replicado en Am´erica Latina, nin- guno de ellos de manera pura, y muchas veces se ha intentado mezclar elementos de uno y otro, sin poner atenci´on en las visiones ideol´ogicas y crimi- nol´ogicas contradictorias que subyacen en ellos, ni en los resultados mensurables de experiencias don- de fueron previamente aplicados. Lo anterior, lle- vado a cabo en un escenario donde la crisis fiscal del Estado de bienestar ha significado el abandono de las pol´ıticas tutelares de control y de su modelo terap´eutico-tratamental, ha introducido las l´ogicas econ´omicas de costo-beneficio en la pol´ıtica crimi- nal y ha incorporado a los agentes del mercado en la gesti´on de la seguridad.

La incipiente pol´ıtica de seguri- dad ciudadana en Chile

Los aportes de la literatura internacional sobre seguridad ciudadana y delincuencia, incorporados y combinados con aspectos del contexto local, con- figuraron un constructo particular y caracter´ıstico en el imaginario social. Por un lado, las categor´ıas anal´ıticas de las ciencias sociales y m´edicas produje- ron unos discursos que fueron influyendo la percep- ci´on sobre la criminalidad. Por otro, en un contexto de cambio cultural y pol´ıtico local y global, en el cual la inseguridad se tornaba un asunto recurren- te, la reacci´on punitiva hacia los delincuentes fue perfil´andose en base a diversos factores intervinien- tes, entre los cuales los medios de comunicaci´on de masas tuvieron un rol articulador gravitante. Las pol´ıticas p´ublicas han dado cuenta tanto de la in- fluencia de estos factores como de una evoluci´on ambigua y experimental que, no obstante sus avan- ces relativos, sigui´o marcada por las exigencias y vicisitudes de la contingencia pol´ıtica y medi´atica.

La democratizaci´on del pa´ıs y la modernizaci´on de las instituciones tambi´en corr´ıan en paralelo con la renovaci´on de los imaginarios, de los discursos y de los mecanismos de control.

Evoluci´ on de la inseguridad ciudadana en Chile

En la d´ecada de 1990 persist´ıan en Chile numero- sas manifestaciones de inseguridad, entre las cuales se identifica, en primer lugar, la cuesti´on de la se- guridad ciudadana, entendida de manera algo ines- pec´ıfica como la seguridad del Estado, la inaltera- bilidad del orden p´ublico, la confianza de los ciu- dadanos en la prevenci´on del delito o la represi´on de la criminalidad. Lo anterior, pese a que el pa´ıs presentaba avances relativamente consensuados en

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su redemocratizaci´on y que las tasas de violencia y delito eran, en forma sostenida, unas de las m´as bajas del continente (Fleitas et al., 2014; Corpora- ci´on Latinobar´ometro, 2016), por lo que subsist´ıan numerosas controversias acerca de la magnitud real de estos fen´omenos.

Medida en t´erminos de resonancia medi´atica y pol´ıtica, la delincuencia, entendida por antonoma- sia como delincuencia com´un, juvenil, masculina y urbana, ocupaba en Chile -y en la regi´on-, el lu- gar central de la seguridad ciudadana, superando epis´odicamente en importancia a temas econ´omi- cos (inflaci´on, desempleo) o pol´ıticos con fuerte co- bertura medi´atica7. La inseguridad ciudadana, re- flejada en un temor generalizado a la delincuen- cia8 (Dammert, Karmy y Manzano, 2005; Dastres, Spencer, Muzzopappa y S´aez, 2005; Morales, 2012)9 ser´ıa, por otra parte, la expresi´on de un conjunto de temores e inseguridades ligados a la precariedad so- cial en que viv´ıa un gran n´umero de personas, por la ruptura de la sociabilidad, por el debilitamiento del v´ınculo social y el ‘miedo al otro’ y por las dificulta- des propias de la democratizaci´on y un entorno ur- bano en diversos sentidos colapsado y ca´otico (Pro- grama de las Naciones Unidas para el Desarrollo, 1998; Garland, 2005), acompa˜nada de la percepci´on de vivir en un sistema pol´ıtico y econ´omico que in- crementa la desigualdad social (Oviedo, 2002).

La seguridad ciudadana se tornaba un tema obli- gado para candidatos presidenciales, parlamenta- rios o municipales10. En este escenario, la delin-

7De acuerdo a un sondeo realizado por Bar´ometro Lati- noamericano (agosto, 2005) el 57,5 % de los chilenos consi- deraba que la seguridad era uno de los tres problemas m´as graves que los afectaban (Ortiz, 2003). Seg´un la Primera Encuesta Nacional Urbana de Seguridad Ciudadana, la de- lincuencia ocupaba el cuarto lugar (12,4 %) en los temas de importancia para la poblaci´on, despu´es de la pobreza, el des- empleo y la situaci´on econ´omica (Gobierno de Chile, Minis- terio del Interior, 2004).

8Adopto aqu´ı la terminolog´ıa utilizada por Dammert et al. (2005), en el sentido de hablar de ‘temor’, entendido co- mo el sentimiento referido “m´as bien a una situaci´on perma- nente y no necesariamente objetiva, aunque puede operar objetiv´andose en alguna figura, como ocurre en Chile con el delincuente com´un. El ‘miedo’, por el contrario, da cuenta de una situaci´on objetiva y no permanente” (Dammert et al., 2005: 13), lo que coincide con la literatura internacional en la materia.

9“Seg´un una encuesta de victimizaci´on realizada por el Ministerio del Interior en la Regi´on Metropolitana (Santia- go) en el a˜no 2001, no m´as del 30 % de la poblaci´on hab´ıa sido v´ıctima de alg´un delito, mientras que m´as del 70 % de la poblaci´on expresaba tener altos niveles de temor. Los datos de la Fundaci´on Paz Ciudadana indicaban que, para noviem- bre de 2002, el 36,9 % de la poblaci´on encuestada declaraba que dentro o fuera de su hogar alg´un miembro de la familia hab´ıa sido v´ıctima de robo o intento de robo en los ´ultimos seis meses. Para la misma fecha, en cambio, el 82,3 % de los encuestados declaraba tener niveles de temor medios y altos”

(Dastres et al., 2005: 9).

10ease, por ejemplo, el art´ıculo “Delincuencia: Gobierno saca al pizarr´on a la derecha al acelerar tr´amite de proyectos

cuencia ten´ıa car´acter c´ıclico, reaparec´ıa de la agen- da pol´ıtica y social del pa´ıs f´acilmente, pero se manten´ıa como tema de actualidad permanente que emerg´ıa ante el m´as epis´odico caso de criminalidad que recibiera atenci´on medi´atica. Por esta raz´on, vale preguntarse acerca de los motivos que expli- caban y permit´ıan su alto nivel de recurrencia e incidencia. En general, casi todos los temas vincu- lados a la cuesti´on criminal, especialmente la cri- minalidad violenta11son de gran inter´es medi´atico, tanto por razones de mercado como por condiciones de producci´on editorial (Oviedo, 2002), y la forma en que se elaboran las noticias sobre ella son indi- cadores de una toma de posici´on por parte de los medios en t´erminos morales y pol´ıticos (Dastres et al., 2005; Castells, 2009). A ello hay que agregar que hasta entonces el ‘combate a la delincuencia’

era patrimonio del discurso pol´ıtico de los partidos de derecha (Bonelli, 2005)12

Menos consenso se observaba al momento de ana- lizar la dimensi´on real del fen´omeno. En el caso espec´ıfico de la delincuencia juvenil, por ejemplo, la dificultad metodol´ogica para obtener cifras uni- formes y rigurosas sobre el tema (Dammert et al., 2010; Morales, 2012), explicaba, en buena medi- da, el alto nivel de discrecionalidad informativa por parte de los medios13. En un contexto de vac´ıo de informaci´on cuantitativa, la prensa supl´ıa la ausen-

clave”, diario La Naci´on, Santiago de Chile, 3 de octubre de 2005. En 2005 la campa˜na parlamentaria del Partido Por la Democracia (PPD), un partido situado en el llamado ‘blo- que progresista’ de la coalici´on oficialista, tuvo precisamente como lema ‘El PPD te protege como le´on’.

11Sin embargo, seg´un la Encuesta Nacional Urbana de Se- guridad Ciudadana 2005, la tasa de delitos denunciados a nivel nacional alcanzaba a un 37,9 % (es decir, aproxima- damente 4 de cada 10 delitos que se comet´ıan en las zonas urbanas de Chile eran denunciados); la proporci´on de hoga- res en que al menos uno de sus miembros hab´ıa sido v´ıctima de alg´un tipo de delito alcanz´o un 38,3 % (es decir, en los dos tercios de los hogares ninguno de sus miembros hab´ıa sido v´ıctima de alg´un tipo de delito); el delito que afect´o a una mayor proporci´on de hogares fue el hurto (11 %, es decir, en 1 de cada 10 hogares, alg´un miembro hab´ıa sido v´ıctima de un hurto en los ´ultimos 12 meses) y era el que presentaba la menor tasa de denuncia (27,4 %); el robo desde veh´ıcu- los era el delito m´as recurrente (27,1 % de los hogares que declararon poseer un veh´ıculo motorizado para uso privado durante los ´ultimos 12 meses); el delito con una mayor ta- sa de denuncia correspond´ıa al robo de veh´ıculos (89,4 %).

Por su parte, la victimizaci´on en los hogares chilenos dismi- nuy´o en 4,7 puntos porcentuales entre los a˜nos 2003 y 2005 (Gobierno de Chile, 2005).

12ease el an´alisis de la construcci´on de discursos sobre criminalidad por parte de think tanks tales como el Institu- to Libertad y Desarrollo, el Centro de Estudios P´ublicos y cierta prensa de la ´epoca en Bavestrello y Hoecker Pizarro (1993).

13Destaca aqu´ı la entrega semestral del ´Indice Paz Ciudadana-Adimark desde 1998, y otros anteriores con indi- cadores sobre percepci´on del delito -algo que viene haciendo desde 1993-, y de think tanks de diversas alineaciones pol´ıti- cas: CEP-Adimark, Siglo 21, CERC, GEMINES, Fundaci´on Futuro, Instituto Libertad, Instituto Libertad y Desarrollo.

Menor cobertura obtienen los resultados de estudios realiza-

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cia de estad´ısticas14con frases imprecisas como ‘au- mento alarmante de la criminalidad juvenil’, ‘cons- tante amenaza de la delincuencia juvenil’, ‘explosi- vo crecimiento de j´ovenes delincuentes’, etc., frases a partir de las cuales se fueron construyendo unos discursos y una percepci´on de la criminalidad y de la pol´ıtica criminal basadas en un supuesto consen- so o en un dirigido sentido com´un. Diversas investi- gaciones sobre la dimensi´on de este problema com- prueban, en forma invariable, tanto la dimensi´on cuantitativa reducida del fen´omeno en t´erminos ab- solutos, cuanto su baja proporci´on al compararlo con las tasas generales de criminalidad cometida por adultos (Garc´ıa, Bellof y Cillero, 2001)15.

La preocupaci´on creciente por la criminalidad fue desarroll´andose desde los primeros a˜nos del go- bierno de P. Aylwin. En la encuesta de opini´on CEP-Adimark realizada entre junio y diciembre de 1992, frente a la pregunta ¿cu´ales son los problemas a los que el Gobierno debiera dedicar mayor esfuer- zo en solucionar?, el 53,4 % de los consultados men- cionaba la delincuencia, asaltos y robos, por sobre temas como salud, pobreza, educaci´on o desempleo.

Por un lado, las categor´ıas consideradas reflejaban que el tema de fondo era la inseguridad; por otro, y habida cuenta de que la delincuencia no se vis-

dos por instituciones acad´emicas u organismos internaciona- les (FLACSO, Universidad Diego Portales, Universidad de Chile, Universidad Alberto Hurtado, PNUD).

14Para explicar o difundir cifras sobre delincuencia los me- dios recurr´ıan principalmente a la Fundaci´on Paz Ciudada- na, aunque su rigurosidad metodol´ogica hab´ıa sido cuestio- nada por instituciones acad´emicas, especialmente durante sus primeros a˜nos (1992). En la mayor parte de los casos la prensa escrita se hac´ıa eco de encuestas sobre percepci´on de temor elaboradas por think tanks de variado cu˜no, que prescind´ıan de estad´ısticas oficiales. Prescindir de las fuen- tes hab´ıa sido tambi´en otra pr´actica habitual en materia de cobertura period´ıstica sobre criminalidad. S´olo en 1999 el Ministerio del Interior cre´o un sistema uniformado de regis- tro estad´ıstico de delitos para ambas polic´ıas, el que no pod´ıa calificarse de suficiente ni homologable a los requeridos por est´andares internacionales en la materia. Con anterioridad a esa fecha los datos oficiales metodol´ogicamente confiables pr´acticamente no exist´ıan.

15“El tratamiento intimidatorio y penal que se reserva a los j´ovenes de los sectores populares ejemplifica las pol´ıticas de seguridad que impone la derecha. Existe una ‘inflaci´on’

publicitaria acerca de su potencial peligrosidad, que es des- mentida por las cifras. Seg´un ellas, cada a˜no son detenidos alrededor de 50 mil j´ovenes de menos de 18 a˜nos. Se trata de una cifra relativamente estable, que pr´acticamente ha varia- do en un par de d´ecimas en veinte a˜nos (1,1 % en 1980, 1,3 % en 2001). Representa, en promedio, el 7,3 % del total de de- tenciones anuales en el pa´ıs. En otros pa´ıses la situaci´on es muy distinta. En Inglaterra, las detenciones de menores de 18 a˜nos representan el 23 % del total, en Francia, el 22,5 % y en Estados Unidos, el 17 %. Todav´ıa hay algo m´as interesan- te. En ese cuadro de detenciones, que representa un universo de m´as o menos cincuenta mil j´ovenes, s´olo diez mil infrin- gen la ley penal. Los otros cuarenta mil son aprehendidos por delitos menores, faltas o causales que no constituyen il´ıcitos penales (ebriedad y consumo de alcohol en la v´ıa p´ublica, da˜nos, des´ordenes, consumo de drogas, etc.)” (Ortiz, 2003:

7).

lumbraba como un tema de preocupaci´on p´ublica durante la dictadura, cabe preguntarse si en un pe- riodo tan breve la criminalidad hubiese presenta- do cambios cuantitativa y cualitativamente tan sig- nificativos que justificasen el nivel de temor de la poblaci´on16. Las cifras oficiales del per´ıodo 1991- 1997 no corroboraban el aumento alarmista de la delincuencia, al menos considerando aquellos deli- tos comunes en los que se pon´ıa atenci´on. Entonces se rebat´ıa la estabilidad de las estad´ısticas oficiales argumentando que la cifra de denuncias y de delitos judicializados era una ´ınfima proporci´on del univer- so de delitos perpetrados, ya que muchos de ellos no se denunciaban por la falta de confianza de los afectados en la polic´ıa y el sistema judicial. Estas cr´ıticas, en cierto modo, eran plausibles ya que no exist´ıa entonces un sistema unificado de estad´ısti- cas criminales y el sistema judicial se encontraba anquilosado por un procedimiento penal anacr´oni- co y burocr´atico ideado durante la segunda mitad del siglo XIX17. Asimismo, las encuestas de opini´on p´ublica de la ´epoca arrojaban que el Poder Judicial figuraba entre las instituciones que gozaban de me- nos prestigio y confianza por parte de la poblaci´on.

Las mismas encuestas, no obstante, situaban a Ca- rabineros como una de las instituciones mejor eva- luadas por la ciudadan´ıa. Sin embargo, una de sus mayores cr´ıticas era el excesivo uso de la figura legal de ‘detenci´on por sospecha’, que introduc´ıa sesgo y arbitrariedad en las detenciones y distorsionaba las cifras18.

16En estudios comparados a nivel internacional, el delito de homicidio es utilizado como un indicador confiable de la realidad de violencia de un pa´ıs, debido a su baja tasa de subnotificaci´on. Un trabajo de Hugo Fr¨uhling publicado en 2000, sobre tasas de homicidios por cada cien mil habitan- tes entre 1944 y 1994 en Chile, basado en las ´ordenes de investigar de la Polic´ıa de Investigaciones de Chile, su rela- ci´on con el total de las ´ordenes de investigar por delitos y la poblaci´on del pa´ıs, arroj´o que las tasas se mantuvieron relativamente estables durante cincuenta a˜nos (una tasa que vari´o de 10 a 6 por cada cien mil habitantes, aproximada- mente). Los a˜nos con tasas m´as altas fueron 1946 (10,22), 1947 (10,72) y 1970 (10,2). Se registr´o una baja entre 1990 a 1994. De hecho, los dos ´ultimos a˜nos del per´ıodo investigado (1993-1994) mostraron la tasa m´as baja de todo el per´ıodo:

4,71 y 4,64 por cada cien mil habitantes, respectivamente.

En el per´ıodo 1994-2000, seg´un la misma investigaci´on, la ta- sa de homicidios no hab´ıa aumentado significativamente e, incluso, estuvo por debajo del promedio ‘hist´orico’ (Candina Polomer, 2005).

17El sistema judicial de Chile se rige por la tradici´on del derecho continental europeo. Las causas civiles se resuelven esencialmente de modo escrito. Escritos y secretos eran los procesos criminales hasta diciembre del a˜no 2000 (en el lla- mado ‘sistema inquisitivo’, cuyas ra´ıces se encuentran en el antiguo derecho espa˜nol). En esa fecha, comenz´o a operar un nuevo sistema de enjuiciamiento criminal, de tipo acusatorio, que introdujo la oralidad y publicidad como ejes centrales del proceso. El nuevo sistema procesal penal comenz´o a operar gradualmente hasta aplicarse en la totalidad del territorio a partir de noviembre de 2005.

18Se ha estimado que esta figura, contemplada en el C´odi- go de Procedimiento Penal y derogada en noviembre de 1998, aument´o las detenciones practicadas por la polic´ıa de un

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Aunque la comisi´on efectiva de delitos y la per- cepci´on acerca de la prevalencia de la delincuencia son variables no necesariamente interrelacionadas ni dependientes, podr´ıa explicarse que la emergen- te preocupaci´on por la criminalidad encontrase su justificaci´on en el cambio social y pol´ıtico, en cuyo seno la preocupaci´on por poner t´ermino a la dicta- dura militar y a los efectos negativos atribuidos a ella habr´ıa sido reemplazada por la de la democra- tizaci´on, lo que habr´ıa generado el desplazamiento de la preocupaci´on p´ublica hacia la delincuencia19. En todo caso, las estad´ısticas oficiales de crimina- lidad de entonces indicaban que la tasa de delitos entre 1980 y 1991 no hab´ıan presentado fluctuacio- nes significativas.

Sin embargo, el desplazamiento de la preocupa- ci´on de la poblaci´on desde el tema ‘recuperaci´on de la democracia’ hacia el de la ‘criminalidad’, por s´ı solo, no es un factor suficiente para explicar el fen´omeno. M´as bien la visibilidad alcanzada por el problema de la delincuencia, desde los primeros a˜nos de gobierno democr´atico20, fue estructur´ando- se en la opini´on p´ublica como un sentimiento de inseguridad creciente debido a la concomitancia de

12 % a un 35 % del total (Fr¨uhling, 1997, citado por PNUD, 1997). La misma figura hab´ıa sido objeto de reparos por par- te de organizaciones locales y organismos internacionales de derechos humanos, como fue el caso del Informe del Rela- tor Especial de Naciones Unidas, Nigel S. Rodley, de 1996 (MacFarlane, 1996). Despu´es de su derogaci´on las discusio- nes se han centrado en sucesivas demandas por restablecerla.

Otras fuentes de controversia fueron, de manera c´ıclica, por un lado, la facultad de Gendarmer´ıa para aplicar las medi- das alternativas a la reclusi´on, establecidas en la Ley 18.216 (remisi´on condicional de la pena, libertad vigilada y reclu- si´on nocturna), dado que ello facilitar´ıa la comisi´on impune de delitos por parte de sujetos ya condenados; y por otra, la facultad del presidente de la Rep´ublica -a trav´es del Ministe- rio de Justicia- para otorgar indultos particulares, pues ello ser´ıa un signo de mano blanda que no escarmentar´ıa a los delincuentes. Al respecto cabe recordar que durante los a˜nos en que estuvo en vigencia en Chile la pena de muerte (dero- gada por la Ley 19.734, de 09/05/2001), ning´un presidente de la rep´ublica concertacionista permiti´o su aplicaci´on, re- curriendo precisamente a la facultad de indulto presidencial.

La derogaci´on tanto de la detenci´on por sospecha como de la pena capital recibi´o fuertes cr´ıticas de pr´acticamente todos los parlamentarios de la Alianza por Chile (UDI y RN).

19Una investigaci´on period´ıstica (Ramos Arellano y Guzm´an de Luigi, 2000) demostr´o que las denuncias por ro- bo hab´ıan aumentado en los ´ultimos veinte a˜nos en un 144 %, pero la mayor alza (100 %) se hab´ıa producido en la d´ecada de 1980 -durante la dictadura- y que los dos mayores aumen- tos del per´ıodo que se registraron coincidieron con ciclos de crisis econ´omica: 1982 y 1998. El hurto, otro delito definido como muy preocupante para la poblaci´on, tuvo dos grandes per´ıodos de aumento: 1982-1986 (50 %) y 1992-1999 (70 %).

De hecho, entre 1991 y 1994 -cuando se instal´o con mayor fuerza el discurso p´ublico de auge de la delincuencia- dismi- nuyeron las cifras de hurtos en el pa´ıs (Candina Polomer, 2005).

20En los procesos electorales de 1988 y 1990 la delincuen- cia ni siquiera figuraba en las consignas pol´ıticas, y muchos menos la seguridad ciudadana, un t´ermino desconocido en la jerga pol´ıtica de entonces.

varios factores:

factores pol´ıtico-corporativos, generados a par- tir de los discursos de la oposici´on de derecha y los gremios que reun´ıan a los m´as importan- tes sectores empresariales del pa´ıs y que arti- cularon una estrategia comunicacional basada tanto en el temor a perder sus prerrogativas econ´omicas como en la desconfianza hacia la nueva administraci´on democr´atica21. Distintos autores identifican que la tensi´on ‘barbarie ver- sus civilizaci´on’ y el ‘temor a la revuelta’ han constituido un leitmotiv de la oligarqu´ıa chi- lena (Jocelyn-Holt, 1997; Larra´ın, 2001; Mou- lian, 2002; Salazar y Pinto, 1999);

factores pol´ıtico-administrativos, dado que los alcaldes de grandes comunas (elegidos de- mocr´aticamente a partir de 1992), comenzaron a elaborar una agenda de seguridad ciudadana a nivel local que implicaba un traspaso parcial de la responsabilidad por la seguridad p´ublica desde las instituciones centrales a las locales, m´as cercanas a la poblaci´on;

factores econ´omicos, en torno a la generaci´on de un mercado emergente y lucrativo de la se- guridad privada, expansivo tanto en ´areas po- sibles de cobertura como en productos y tec- nolog´ıa disponibles22;

factores ideol´ogico-medi´aticos, apoyados en la certeza, por un lado, de que la cr´onica poli- cial redit´ua en el corto plazo, lo que explicaba

21En diciembre de 1991 diversas organizaciones industria- les, empresariales y de comerciantes (SOFOFA, ASIMET, Confederaci´on de la Producci´on y del Comercio, Comercio Detallista) dieron a conocer su preocupaci´on por la delin- cuencia. El d´ıa 2 de ese mismo mes Hern´an Briones, enton- ces presidente de la SOFOFA (Sociedad de Fomento Fabril), acus´o al Gobierno de ser responsable de la violencia. El mis- mo d´ıa el presidente de la Confederaci´on de la Producci´on y del Comercio, Jos´e Antonio Guzm´an, afirm´o que el Go- bierno actuaba con permisividad. Jaime Paredes, presidente de ASIMET (Asociaci´on de Industrias Metal´urgicas y Me- talmec´anicas), declaraba que “un pa´ıs con miedo y en el que no se pone atajo a la violencia no puede progresar.” V´ease diario La ´Epoca, Santiago de Chile, 6 de diciembre de 1991.

Cfr. Bavestrello y Hoecker Pizarro (1993).

22Seg´un la Fundaci´on Paz Ciudadana, la estimaci´on econ´omica de las p´erdidas por robos y hurtos para las v´ıcti- mas, a comienzos de 1997, era de 65 mil millones de pesos.

“Era una cifra grande. Tres veces lo que el Gobierno les ofreci´o, ese mismo a˜no a los mineros de Lota por el cierre de los yacimientos de carb´on y pr´acticamente lo mismo que, tambi´en ese a˜no, tuvo como presupuesto el Poder Judicial.

Con todo, era apenas un tercio de lo que las empresas de seguridad facturaron entonces” (Ramos Arellano y Guzm´an de Luigi, 2000: 97). “En el sector privado, las agrupaciones ligadas al sector financiero Asociaci´on de Empresas de Se- guridad Privada (ASEVA) y la C´amara de Comercio (CNC) han polemizado acerca de los l´ımites de la seguridad privada y del control que debe ejercer el Estado en esta actividad, as´ı como de las atribuciones de los guardias y vigilantes pri- vados” (Canales y Loiseau, 2003: 9).

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