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Por qué hablan de laicismo 'agresivo'

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Por qué hablan de laicismo 'agresivo'

Cliteur, P.B.

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Cliteur, P. B. (2009). Por qué hablan de laicismo 'agresivo'. El País, 29-29. Retrieved from https://hdl.handle.net/1887/14898

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EL PAÍS, martes 2 de junio de 2009 29

LA CUARTA PÁGINA OPINIÓN

E

l arzobispo Silvano Tomasi, observa- dor del Vaticano ante la ONU, dijo no hace mucho (EL PAÍS, 24 de mar- zo de 2009) que la Iglesia está preocupada por el “laicismo agresivo” de algunos paí- ses europeos. La expresión me dejó algo perplejo. ¿Qué quería decir con eso tan distinguido clérigo? ¿Significa para él que el laicismo es en sí mismo una actitud polí- tica digna de alabanzas, y que sólo queda- ría viciada si fuera defendida por métodos

“agresivos”? Tal vez esté yo confundido, y el observador vaticano considere en el fon- do que el laicismo es agresivo en sí mismo.

En cualquier caso, monseñor Tomasi es un fiel representante del espíritu de su Iglesia, y sigue los pasos del actual Papa, el que fuera cardenal Joseph Ratzinger, quien en 2004 ya manifestaba una preocu- pación similar. El laicismo, según la argu- mentación de Ratzinger, estaba poniendo en peligro la libertad religiosa. Como prue- ba aducía el entonces cardenal el caso de un pastor protestante que, después de pre- dicar en contra de la homosexualidad, fue condenado a un mes de cárcel. El laicis- mo, según Ratzinger, ha dejado de consti- tuir un elemento de neutralidad capaz de abrir espacios de libertad para todos.

La confusión respecto a la verdadera naturaleza del laicismo alcanzó su cúspi- de cuando en 2007 el presidente Nicolas Sarkozy defendió la necesidad de que el laicismo dejara de alejar la nación france- sa de sus raíces cristianas, de negar su pasado. Para él, una nación que ignora su histórica herencia ética, espiritual y reli- giosa, delinque contra su propia cultura. Y terminó defendiendo la idea de un “laicis- mo positivo”.

Este debate manifiesta que hay una gran confusión en las sociedades europeas contemporáneas acerca de sus religiones o de su identidad secular. ¿En dónde radi- ca el problema? En toda Europa hay ahora sociedades multirreligiosas y multicultura- les. Si cada ciudadano basara sus princi- pios morales en su pensamiento religioso, se produciría una carencia de base moral común. Los representantes de los diversos credos esperan de todos los demás que hablen en su lenguaje religioso particular.

El católico, por ejemplo, piensa que si todo el mundo se convirtiera al catolicismo, ten- dríamos una base compartida sobre la que edificar nuestros principios. Y lo mismo ocurriría si todo el mundo se convirtiera al islam, al protestantismo o a cualquier otro credo, podrían proclamar todos los musulmanes o protestantes, etcétera.

Todo el mundo sabe que es altamente improbable que ocurra algo así. Los ciuda- danos de los Estados del siglo XXI sólo tenemos una cosa en común en este senti- do, ya que compartimos la manera de orga- nizar la discusión de estas y otras cuestio- nes morales, y tal vez también el anhelo de polemizar pacíficamente sobre nuestras diferencias de opinión y creencias. En es- tas circunstancias, podríamos pensar que no hay ninguna posición mejor que la lai- cista para resolver las necesidades de nuestras sociedades, y que el laicismo es más útil que todos los demás modelos his- tóricos de relación entre el Estado y la religión. ¿Cómo deberían relacionarse? Co- nocemos cinco modelos.

El primero es el “ateísmo político” o

“ateísmo totalitario”, en el que el ateísmo es la doctrina estatal. No se entiende como una convicción personal de unos indivi- duos que piensan que Dios no existe, o que las razones para creer en su existencia no son incuestionables, sino que se convierte

en la doctrina oficial del Estado, el cual trata de erradicar toda simpatía que la gen- te pueda sentir por las ideas religiosas y, sobre todo, por la idea de la existencia de Dios. El Estado ateo fue creado en 1917;

sus ideólogos fueron Lenin y Stalin.

El segundo modelo es el del Estado reli- giosamente neutral o laico, en el que el

Estado permanece “neutral”. Admite to- das las religiones, pero ninguna ocupa una posición de privilegio. El Estado no apoya la religión. No hace propaganda a favor de una u otra, ni financia pública-

mente ninguna Iglesia ni institución reli- giosa. Este modelo ha adoptado varias for- mas: la laicité francesa; la Wall of Separa- tionde EE UU; el modelo turco. Ninguna de estas variedades tan diversas es necesa- riamente un laicismo “agresivo” (Tomasi), ni limita la libertad de expresión (Ratzin- ger), ni carece de dimensión “positiva”

(Sarkozy). De hecho, en las sociedades multirreligiosas, no sería mala idea que el Estado fuese religiosamente neutral.

Pero, antes de sacar conclusiones preci- pitadas, estudiemos otras opciones. El ter- cero de los modelos es el del Estado “multi- rreligioso” o “multicultural”, que trata a todas las religiones por igual porque las ayuda a todas en la misma medida. Si hay subsidios estatales para los curas cristia- nos, para el mantenimiento de las iglesias o la organización de sus sacerdotes, los budistas y los musulmanes tienen derecho a reclamar el mismo trato.

El cuarto modelo es el del Estado que tiene una Iglesia oficial. El Estado y la Igle- sia combinan en estos casos sus fuerzas en el mantenimiento del orden público. No se suprimen las demás Iglesias, pero no tie- nen la prioridad que se concede a la ofi- cial. En muchas declaraciones de los repre-

sentantes de las Iglesias cristianas (inclu- yendo al Vaticano) se percibe cierta nostal- gia de este modelo. Si un político cristiano habla del papel de la “religión” como pode- roso elemento cohesionador de la socie- dad, siempre se refiere a la suya, aunque evite decirlo tal cual, por no parecer políti- camente incorrecto.

El quinto modelo es la teocracia, un sistema opuesto al ateísmo político pero que, paradójicamente, debe ser rechazado por los mismos motivos. En este modelo hay una religión que es favorecida por en- cima de las demás, que son suprimidas con brutalidad, a menudo por medio de prohibiciones legales e incluso por la fuer- za. Este modelo quedó olvidado en Occi- dente, con algunas excepciones, hace años, pero regresó al poder en Irán a par- tir de 1979, y es una fuente de inspiración para los jóvenes islamistas que se sienten ajenos al orden democrático liberal de paí- ses como Holanda, Francia y España. La teocracia es tan “agresiva” (aquí el térmi- no es apropiado) y tan mala como el ateís- mo político.

La discusión acerca de cuál tendría que ser la actitud del Estado en relación con las religiones debe limitarse pues a elegir entre los tres modelos intermedios: laicis- mo, multiculturalismo o Iglesia oficial. El problema de este último modelo es que discrimina a las religiones que no ocupan la posición privilegiada de la que ha logra- do ocupar ese lugar de privilegio. En las actuales circunstancias no parece plausi- ble que reaparezca una sociedad con un único credo religioso común a toda la po- blación. Así que se trata de un modelo ba- sado en la nostalgia. Por su parte, el mode- lo multicultural es igualitario en lo que concierne a todas las religiones pero dis- crimina a los no creyentes. Se olvida de la mitad de los ciudadanos de los países euro- peos, que no suscriben ningún credo reli- gioso. Además, es incapaz de crear una base verdaderamente universal sobre la que construir una ética compartida, pues hoy en día la diversidad religiosa no es lo que nos une, sino lo que nos separa.

El laicismo parece pues la idea más ade- cuada para proporcionar una base común a todos los ciudadanos, sea cual sea su fe religiosa, y permite unirlos a todos en tor- no a una serie de valores, los de democra- cia, derechos humanos y Estado de dere- cho. Por supuesto que los laicistas deben cuidarse de no defender sus convicciones de manera “agresiva”, según nos advierte el arzobispo Tomasi, pero sí deberíamos confiar en la posibilidad de que los países europeos encuentren una nueva identidad que no esté basada en el cada vez más evanescente pasado religioso común.

No hace falta ignorar la herencia espiri- tual y religiosa, como pide Sarkozy, para saber que el futuro no parece anunciar la prevalencia de una única religión compar- tida por todos. Los europeos haríamos bien en aceptar este hecho irrebatible, y construir Estados y sociedades basados en un modelo realista que, al propio tiempo, constituya una fuente de inspiración para todos sus ciudadanos, cualesquiera sean sus convicciones religiosas. Pensándolo bien, un Estado laicista no parece tan ma- la idea. Nos proporcionaría un idioma mo- ral común a todos, un “esperanto moral”

que todos podríamos ser capaces de ha- blar.

Paul Cliteur, catedrático de Jurisprudencia de la Universidad de Leiden (Países Bajos), acaba de publicar en España el ensayo Esperanto moral.

Por qué hablan de laicismo “agresivo”

De los cinco modelos de relación entre el Estado y las religiones, el laico es el que mejor asegura los derechos de todos, creyentes o no. Pero la Iglesia, nostálgica del Estado confesional, intenta desprestigiarlo

Por PAUL CLITEUR

fernando vicente

Un político cristiano que habla del papel positivo de la religión siempre se refiere a la suya

Si hay subsidios para

los curas, los budistas

y los musulmanes tienen

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