CONDICIONES PARA LA REVOLUCIÓN Pola Oloixarac
Esa mañana, Mara pasó por la casa de su madre a buscar ropa limpia. Se deslizó con paso yámbico entre los sillones del living y las mesitas ratonas atestadas de revistas;
no quería cruzársela. En el modular de la biblioteca, flanqueada por libros de Eduardo Galeano y Gabriel García Márquez, la computadora mostraba un juego de solitario inconcluso; madre Cris estaba ausente. Andaba un poco deprimida porque Quique, su presente amoroso, no tenía un carajo que hacer. Al principio deambulaba por la casa de Cris, primero olvidándose el cepillo de dientes y luego ofreciéndose gentil (sospechosamente) a cocinar, hasta que un día ella lo miró fijo y le dijo mirá, yo creo que hoy por hoy en una relación de pareja lo más importante es respetarse los tiempos, pero si necesitás, dejame terminar por favor, si de verdad necesitás, podés quedarte. Quique tenía ojos castaños, estatura media y un aire desorientado, pero despojado de todo lo que hace a la desorientación un asunto atractivo o romántico.
-Vos no me reconocés porque ahora me dejo las canas y uso colita –había acercado el hocico él.
Pese a haber estudiado una carrera pasablemente humanista, Quique seguía pareciendo un contador; tal vez por eso, contra eso, ataba su melena de pelo lacio en una colita, lo cual agravaba sensiblemente más las cosas. Según la versión oficial, que defendería armado de un vasito de tinto a lo largo y ancho de la flamante sede de la Asamblea Popular de Vecinos “Palermo Dale Para Adelante” (la vieron nacer juntos), Quique y Cris habían militado juntos durante un breve lapso en el PCR • de La Plata, aunque probablemente Quique estuviera falseando los hechos, porque después se supo que él andaba con la corriente de Erminio Golández, que tampoco hizo gran cosa, estudió un tiempo Letras antes de pasarse a Socio y vivió siempre en Caballito.
Cris hubiera preferido no escuchar una mención tan directa a la colita; era una mujer lo bastante hecha y derecha –y sola, muy pronto vieja– para saberse capaz de soportar la visión de la colita, no para hablar de ella. A Quique no lo arredraron las miradas laterales de Cris, la deliberación de algunas ausencias y distracciones. Lo leía como un despliegue de párametros, como una lógica hembra lubricando su propia versión de la conquista segundos antes de lanzarse, insaciable, al apareamiento. La
•