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Actores emergentes en una capital desbordada: Zambos e Indios en dos relatos de Julio Ramón Ribeyro.

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ACTORES EMERGENTES EN UNA CAPITAL DESBORDADA: ZAMBOS E INDIOS EN DOS RELATOS DE JULIO RAMON RIBEYRO.

Dr. Adriana Churampi Ramírez - Universidad de Leiden, Holanda.

Si consideráramos a Lima, la capital peruana, como un termómetro capaz de medir la esencia multicultural que compone la nación, observarla nos acercaría a la importancia de analizar la descripción literaria de los personajes que la habitan. De más está decir que Lima ha dejado, hace mucho, de ser la ciudad de los Reyes, centro del poderío colonial. El paso del tiempo y la historia han convertido a la capital en el centro neurálgico de una composición heterogénea que José María Arguedas tan acertadamente vislumbrara cuando habló de todas las sangres. En ese sentido, encontramos en los relatos de Julio Ramón Ribeyro,1 la descripción del momento en que la ciudad empieza a adquirir su forma moderna: en el sentido de la instauración de un nuevo rostro arquitectónico, humano, étnico y cultural. Ese es el instante que hallamos en sus relatos, a mediados del siglo XX, cuando la presencia de diversas clases sociales en ebullición genera dinamismo pero también desconcierto y desorden. Esos eran los momentos primigenios de lo que más tarde Matos Mar denominaría el desborde popular.2 Nos interesa acercarnos a ese constante y dinámico proceso de construcción del proyecto nacional, inasible y fascinante precisamente por ser impredecible. Los colectivos abordados en el presente artículo: afroperuanos e indígenas, son -bien lo sabemos hoy- componentes esenciales del proyecto nacional peruano. ¿Cómo se hallan entonces representados en los mencionados relatos de Ribeyro? ¿Podemos, de acuerdo a su descripción, intuir su aporte al proyecto de construcción nacional?

El Perú comparte, con muchas otras naciones latinoamericanas, desde su momento fundacional como nación, una insistencia discursiva en la ficción de la unidad y la homogeneidad, herencia del discurso criollo que asumió las riendas del proyecto nacional una vez desterrado el sistema colonial. ¿Emerge esa mentada homogeneidad inclusiva de los relatos ribeyrianos? ¿Podemos identificar las estrategias participativas de estos grupos o quizás las dinámicas que los excluyen?

En 1973, Ribeyro envía una carta, fechada el 15 de febrero, explicándole a su editor el por qué del título de su compilación, La Palabra del Mudo:

Porque en la mayoría de mis cuentos se expresan aquellos que en la vida están privados de la palabra, los marginados, los olvidados, los condenados a una existencia sin sintonía y sin voz. Yo les he restituido este hálito negado y les he permitido modular sus anhelos, sus arrebatos y sus angustias.

Encontraremos entonces en sus relatos a los marginados del festín nacional, a los postergados. Para la lectura que proponemos nos concentramos en dos características con las cuales creemos se identifica a los dos grupos mencionados: la invisibilidad de lo indígena y el equívoco en la búsqueda de la definición identitaria de los personajes afroperuanos. La crítica tiende a mencionar que Ribeyro es el narrador de la medianía y del frustrante fracaso (Baudry, La celada, 1), nos preguntamos si por la manera en que representa a estos colectivos, el proyecto nacional al cual se supone que pertenecían en su momento se ve también teñido de la misma frustración. Intentaremos analizar esta imagen a partir de nuestra lectura de las peripecias de los personajes zambos e indios en La Piel de un indio no cuesta cara y Alienación.

La Piel de un Indio no cuesta cara: Podemos decir que el argumento de este relato se centra en el dilema ético de un arquitecto, Miguel, que mientras pasa el fin de semana en 1 Julio Ramón Ribeyro (1921-1994) es considerado el más notable cuentista peruano del siglo XX. Aunque muchos de sus relatos fueron escritos desde Europa, Lima siguió constituyendo su centro de inspiración.

Aunque su obra abarcaba otros géneros: novela, ensayo y dramaturgia, serían sus cuentos reunidos, entre otros, en La Palabra del Mudo, Tres historias sublevantes o Silvio en el rosedal, los que le dieran notoriedad.

2Matos Mar acuñó el concepto cuando “[…] identificó la configuración de una cultura popular urbana –mestiza y moderna- que ya no era indígena ni tampoco se acriollaba, y que fue condensándose en una creación cultural inédita, múltiple e innovadora.” (Matos, Desborde Popular, 10)

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una casa de campo fuera de Lima, es testigo del accidente, seguido de la muerte, de un muchacho cuzqueño que se encontraba bajo su protección. El niño se electrocuta con un cable mal instalado en los dominios de un club social cuyo influyente presidente es el tío de Dora, la esposa del arquitecto. Mientras Miguel tras intentar salvar al niño, sin éxito, recurre a las instancias oficiales del caso: Asistencia Pública, Comisaría, etc, el presidente moverá sus tentáculos de poder realizando gestiones que consiguen hacer desaparecer toda prueba escrita de una posible responsabilidad del club en el accidente: altera el certificado de defunción y transforma el tenor de la denuncia policial. Tras enfrentarse con el presidente del club, el dilema del arquitecto es denunciar el hecho o aparentar indiferencia y aprovechar los ofrecimientos laborales y de estatus que el presidente le presenta. Al final terminará siguiendo esta última opción pragmática.

La presencia andina en este relato es sumamente escasa, pese al impactante título: La Piel de un indio no cuesta cara. Las señas de identidad del poseedor de esa piel de indio hay que rescatarlas de entre los diálogos: viene del Cuzco, tiene 14 años, sus padres viven cerca de El Porvenir y el arquitecto piensa emplearlo de ayudante en su oficina limeña. Es significativo que los pocos detalles que “construyen” la persona de Pancho, pues tal es su nombre, emerjan del discurso y la percepción de otros. Es el arquitecto, su protector, quien lo define en los términos con que lo identificaremos a lo largo del relato.

Es Miguel quien informa a su mujer que se trata de un muchacho prometedor ya que ha conseguido memorizar algunas sumas y reglas de multiplicación en un día. Dora, su esposa, presenta una actitud muy diferente, que fluctúa entre la absoluta indiferencia y la concepción del muchacho como un objeto que solo es valorado según su utilidad práctica. Pancho es además obediente y trabajador como lo demuestra la celeridad con que acude cuando lo llaman y la amable disposición con que contesta las preguntas que se le hacen. Es dependiente, pero de una manera sutil, como cuando los otros niños lo invitan a jugar:

Pancho, ¿vienes con nosotros? […] Vamos a cazar al cerro. Pancho, desde lejos, buscó la mirada de Miguel, esperando su aprobación. Anda no más! –gritó-, y fíjate bien que estos muchachos no hagan barbaridades!. (Ribeyro, Cuentos Completos,155)

Miguel asume el rol protector y educador en la vida de Pancho, algo que rima con su percepción del niño como parte del paisaje bucólico que lo rodea:

Miguel observó un rato a Pancho que merodeaba por el jardín persiguiendo mariposas, moscardones; miró el cielo, los cerros, las plantas cercanas y se quedó profundamente dormido. (Ribeyro, Cuentos Completos, 154-155)

Las cualidades descritas de Pancho, el paternalismo que termina convertido en un elemento positivo comparado con la cosificación observada tanto en las actitudes de la esposa como del director del club, así como la fusión del muchacho con la naturaleza, nos traen a la mente escenas del proyecto romántico del Indianismo peruano de la 2da mitad del s. XIX cuando plenamente integrado en la descripción del paisaje exótico, se mencionaba al habitante “natural,” parte de la naturaleza, su habitat y residencia, fusionado con el campo, al extremo que para distanciarlo se requería un intenso proceso civilizador que consiguiera apartarlo de esa evidente y espontánea naturalidad, léase también, barbarie. La persistencia de esta visión la observamos en una descripción de 1927 cuando Ventura García Calderón3 describe a los habitantes andinos:

Acostumbrados a vivir en las soledades glaciales, bajo el látigo y la perpetua amenaza, en condiciones de higiene inverosímiles, el indio se ha encogido, guardando un mutismo obstinado del que apenas si sale para expresar su desesperación musical en la queja nocturna de la quena (…). Para consolarse, para evadirse, masca hojas de coca y bebe alcohol de caña, los dos venenos de la raza.

Se impone, pues, una reeducación completa, que solo puede alcanzarse por la 3 Escritor modernista (1886-1959) cuyos relatos admirados por su precisión estilística son criticados por su ambientación en un mundo que el autor desconocía: el andino. Sus cuentos describen a los Andes y a sus habitantes enmarcados en el exotismo y no se hallan excentos de prejuicios sobre el mundo indígena.

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escuela, por los pequeñitos, favoreciendo las cualidades adormecidas de los indios, y principalmente su genio artístico.

El paisaje bucólico se tornaba indeseable en cuanto el personaje se trasladaba al escenario urbano, rodeado ya de la parafernalia moderna y civilizada. Cuando más adelante se intensifica la discusión sobre los términos de integración de esta raza cobriza al panorama nacional, se plantea oficialmente la educación, la instrucción, como un requerimiento fundamental a fin de inculcar en el indio los principios de la civilización que se suponía le era ancestralmente desconocida. Este momento, si bien, en teoría, había sido ya superado en la historia nacional cuando Ribeyro escribe sus relatos, parece sin embargo haber quedado grabado en el imaginario, en este caso, de la clase media ascendente personificada por el arquitecto del relato de Ribeyro. Miguel esgrime precisamente este argumento para reforzar su confianza en la utilidad de Pancho: “En Lima lo mandaré a la escuela nocturna. Algo podemos hacer por este muchacho. Me cae simpático.” (Ribeyro, Cuentos Completos,154) La educación era considerada la panacea capaz de conseguir la evolución de la condición bárbara a la civilizada, un ritual de pasaje que se dejaba plenamente en manos de la escuela.

¿Qué es lo que define entonces, en este relato, la condición indígena de Pancho? En primer lugar, su lugar de nacimiento y la procedencia de su familia: el Cuzco, y tratándose de provincianos viviendo en la capital, el segundo elemento es la ubicación geográfica de los lugares que ocuparon los migrantes andinos al llegar a Lima: los padres de Pancho viven cerca de El Porvenir.4 Esta insuficiencia de detalles podría no ser significativa, no olvidemos que Ribeyro no es el narrador de las experiencias de los andinos en la capital, sino más bien de los efectos que su masiva llegada produjo en la infraestructura capitalina, de la crisis de esa imagen de Lima tan celosamente guardada hasta entonces por los limeños. Si la ausencia de rasgos personales, peculiares, que hagan del muchacho un personaje de carne y hueso, brillan por su ausencia, no resulta sorprendente que como consecuencia su muerte se convierta también en un simple acontecimiento cuyo único objetivo sea servir de telón de fondo para resaltar lo que podríamos llamar la crisis ética del arquitecto, ubicando así la muerte de un ser humano en un segundo plano.5

Es sintomática la manera en que todos los protagonistas, cada uno a su manera, contribuyen a desdibujar, hasta finalmente hacer desaparecer el acontecimiento. El presidente del club, solo se muestra impresionado al considerar la posibilidad que pudieron haber sido sus propios hijos quienes se electrocutaran. Su mayor satisfacción es la manera tan eficiente en que consigue solucionar un problema burocrático: la obtención de un certificado falso de defunción y el acelerado arreglo de los cables para que no quede huella física alguna que haga suponer que el esperfecto es responsabilidad del club. Dora, la esposa de Miguel, sólo se muestra contrariada ante la posibilidad de tener que volver prematuramente a Lima ante el ataque de corrección de su marido que solo le despierta un significativo comentario: “No te hagas mala sangre […]. A ver, pon cara de gente decente.” (Ribeyro, Cuentos Completos, 161) Los niños, hijos del presidente y testigos del incidente, parecen ser los únicos realmente impresionados ante el espectáculo de la muerte, como lo demuestra la reacción física de la niña que vomita al llegar a su casa, produciendo fastidio e incomodidad en su padre. Podríamos argüir que quizás en los relatos ribeyrianos la descripción de lo indígena se presenta por omisión.

Sin embargo un rápido recorrido por otros relatos nos demuestra la existencia de sendos detalles al retratar la otredad física indígena. Tenemos por ejemplo El Sargento Canchuca, allí los habitantes de una aspirante clase media de Miraflores, que sin embargo no 4 En los años 30, se construyeron en La Victoria (barrio popular limeño) las unidades de vivienda para la masa obrera, las llamadas unidades vecinales. Diseñadas para albergar obreros de construcción o de fábricas, migrantes, artesanos y pequeños comerciantes, un estigma negativo los rodeó rápidamente, eran los “barrios obreros” opuestos a los “barrios residenciales.” Ante la imposibilidad social de ubicar a esta población creciente dentro del prestigioso “damero,” se les disgregó, iniciando así el desarrollo urbano periférico.

5 La descripción de los invitados con sus “sombreritos de cartón pintado,” que inclusive el director del club usa, circulando por el club con sendos vasos de whisky, la música de fondo y las risas estridentes, tienen como efecto ubicar los intentos de Miguel -que viene a hablar sobre la muerte de Pancho- en un espacio inadecuado.

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pueden pagarse el lujo de un enfermero profesional que les ponga inyecciones, contratan a un sargento del cuartel militar de Chorrillos que se gana la vida haciendo trabajos a domicilio. Los niños de la familia no simpatizan con él y se dedican a hacer crueles bromas a su costa ante lo cual la bondadosa madre lo defiende en los siguientes términos: “Y si se fijan bien, hasta tiene bonitos ojos. Grandes y bien negros. Si no fuera tan retaco, tan prieto y tan motoso, sería un cholo bien plantado.” (Ribeyro, Cuentos Completos, 701) A partir de tal observación los niños proceden a inventarse una supuesta relación amorosa entre el sargento Canchuca y la empleada doméstica descrita en los siguientes términos:

Zoila era muy fea, como lo son (dejándose de patriotismo)6 los mochicas: ojos saltones, nariz ganchuda, cuello corto, ancha cintura y nalgas nulas, con el agravante de que, por una rara derogación genética, era altísima y corpulenta, lo que hacía doblemente visible su fealdad. (Ribeyro, Cuentos Completos, 701) En la misma línea se ubica la descripción de Paco, “el único cholo de la clase en un colegio de blanquiñosos”, en el relato Los Otros. De quien se dice: “[…] nosotros lo respetábamos, pues era fortísimo para sus 12 años, un nudo de músculos cobrizos coronado por un penacho de pelos tiesos, y aparte de eso era el mejor futbolista de la clase.” (Ribeyro, Cuentos Completos, 741)

Proponemos entonces que esta ausencia descriptiva del indio en el relato puede interpretarse como una clave para entender la percepción de la presencia del colectivo andino en el panorama de la Lima relatada por Ribeyro. La invisibilización del indio, que ni con su muerte adquiere protagonismo, no es casual. Podría ser más bien la expresión literaria que refleja la actitud ante lo foráneo, lo desconocido, lo intruso, con que ciertos sectores capitalinos contemplaron a aquel contingente “cobrizo” que llegó -sin invitación- a transformar la cuidada imagen de la gran capital. Posicionar lo más lejos posible a los desconocidos, a quienes hasta entonces se acostumbraba ubicar, a buen recaudo, en los alejados parajes andinos, era ya una toma de posición. Establecer distancia emocional, mental, física, de eso se trataba. Como lo fue en la práctica el encuadramiento estigmatizante de las barriadas, los pueblos jóvenes, en las periferias, en los márgenes, fuera de aquella frontera imaginaria trazada para defender el último reducto habitacional de los verdaderos capitalinos. La invisibilidad de Pancho puede leerse como la traducción de la forzada tolerancia que la burguesía limeña se impuso como un mal menor, casi inevitable, para lidiar con aquellos foráneos que venían a desarreglar una urbe que aspiraba a ingresar a la modernidad, de preferencia europea. Este contingente, que con el paso de los años se impondría como obligado protagonista de la ecuación nacional, es descrito en los relatos que nos ocupan, aún en brumas, despojado de contenido, sin agencia ni posibilidad de tomar iniciativas.

Nuestro siguiente relato es Alienación. Allí se describe, a partir del drama de tres personajes, el proceso de búsqueda utópica de una identidad que pueda arrancarlos de la inadecuación y desarraigo en que se hunden sus días en Lima. Roberto era un zambo y era un López, era hijo de la lavandera que vivía en el ultimo callejón del barrio y estudiaba en un colegio fiscal. José María Cabanillas también zambo, aunque más alto y menos oscuro, era el hijo de un sastre de Surquillo. Queca aunque era la hija de un empleadito sin auto, con una casa de un piso adornada por geranios ordinarios,7 poseía una tez capulí, ojos verdes, melena castaña y unas invencibles piernas, detalles que permitían a sus admiradores pasar por alto todas sus inaceptables carencias de clase. Los 6 Nos parece significativa esta observación entre paréntesis. Podría revelarnos la intuición del narrador que un nuevo concepto de nación inclusiva, al menos en teoría, empieza ya a gestarse. Una nación en la cual los tradicionales habitantes deberán aceptar a regañadientes la posiblidad de incluir a esta otredad nueva protagonista de la narrativa ribeyriana.

7 En este relato es notoria la manera en que los accesorios y objetos participan de las clasificaciones, siguiendo la estricta jerarquía de clases existente: dónde se vive, qué se viste o qué auto se maneja delatan la clase a la cual se pertenece. Las plantas, los jardines y los árboles, por otro lado, según el estudio de Javier Navascués, parecen constituir, sólidos signos de identidad miraflorina, en la visión nostálgica de Ribeyro . (Pérez, Los trazos en el Espejo, 209)

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acontecimientos son relatados por un narrador integrante de un “nosotros”: identificado como un colectivo que vivía en chalets, estudiaba en colegios particulares, iba a la Universidad y de vez en cuando, aunque con dificultad, viajaba al extranjero. Roberto y José María, una vez que hayan probado en carne propia diversas variantes de la discriminación, por el hecho de ser zambos y pobres, renegarán de la Lima que para ellos es -con justificación- horrible, e intentarán buscar mejor suerte en el paraíso, que según ellos se ubica en los Estados Unidos. Una vez allí, rodeados de miles de otros desarraigados, comprenderán el equívoco de su elección y tendrán entonces que partir hacia la guerra con Corea para ganar su derecho a permanecer en los USA. Roberto muere y José María regresa, mutilado, pero reconciliado con su condición de zambo.

Queca, que se revela como la más calculadora de los protagonistas, al ensayar desde el comienzo una estricta selección de pretendientes hasta llegar al adecuado candidato: un ciudadano norteamericano, con el cual consigue exitosamente casarse, termina sus días, en una perdida ciudad norteamericana, con un marido alcohólico, enfermo, y soportando las golpizas que le propina el tan aspirado esposo gringo mientras la llama chola de mierda.

El título nos indica que se trata de un Cuento edificante seguido de breve colofón. La idea de un cuento edificante nos sugiere la posibilidad que como resultado de su lectura emerja una enseñanza. A diferencia de las fábulas o los dramas moralizantes donde la ubicación de la moraleja es sencilla, en los cuentos de Ribeyro la lección edificante generalmente no se expresa claramente y a veces requiere profunda reflexión ya que podría haber sido presentada por omisión. (Luchting, Estudiando a J.R.R, 208) Luego tenemos el colofón que, a manera de síntesis, guarda relación con la trascendencia de Queca en la vida de Roberto, pero también con el equívoco de las estrategias seguidas por los personajes. Queca se convierte en el centro de la atención de Roberto, perdidamente enamorado de ella, por eso serán las palabras que ella pronuncie las que constituyan el detonante de su crisis de identidad: Yo no juego con zambos. Pero será también la observación de las “estrategias” de Queca la que conduzca a Roberto a una tajante conclusión que determinará su futuro: o gringo o nada. El radicalismo de Roberto,8 que tan mal termina, queda dramáticamente reforzado precisamente por el fracaso de la estrategia de Queca. Percibimos así una estructura circular del relato que iniciándose con aquella frase lapidaria: yo no juego con zambos, concluye con ese: chola de mierda que lanza el marido de Queca, cerrando así la cadena de erróneos caminos adoptados en la búsqueda de un falaz y artificial modelo identitario. Falaz ya que aspira desesperadamente, mediante varias formulas, a alterar una característica que la circularidad del relato evidencia inmutable. Bien sabemos que el sistema excluyente de una sociedad que margina a una mayoría debe empezar a combatirse partiendo del análisis de sus condiciones socio-económicas, ya que si hay algo que resulta infructuoso es el concentrarse en el cambio de la piel.9

Roberto, José María e incluso Queca enfrentan una injusta estructura social que los margina, oprime y discrimina, pero su conclusión que la solución consiste en crearse un modelo artificial de identidad que así colmaría sus expectativas de status, validación y prestigio son absurdos en una sociedad donde las características étnicas unidas a la pertenencia de clase, hacen que prácticamente sea imposible para ellos alcanzar tales objetivos. Por otro lado, ¿es posible elegir individualmente el cambio de una identidad definida en términos de raza y clase? Y ¿es eso suficiente para garantizar el éxito o la felicidad? El relato describe la urgencia del cambio ya que si Roberto no hacía algo terminaría de portero de banco o chofer de colectivo. El matiz negativo de esta perspectiva queda explicada por Wolfgang Luchting quien menciona que la manera en 8 Roberto se mostrará decidido a llegar muy lejos en la búsqueda de una solución a su situación, considerará por ejemplo la posibilidad de “matar el peruano en sí.” Luchting sostiene que podría interpretarse su final como el útimo precio pagado por su traición, ya que al buscar ser gringo traiciona a su raza pero también a su patria.

(Estudiando a J.R.R, 328)

9Rodrigo Montoya introduce el concepto de “máscaras.” Su uso no es más que una manera de conciliar con el poder que impone cierto modelo identitario, una manera de simular, ser otro avergonzándose de sí mismo.

Otras formas de “mascaras” serían el negarse a hablar la lengua indígena propia, teñirse el pelo para pasar por rubio o cambiarse judicialmente el apellido andino. (Al borde del naufragio, 30-31)

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que Ribeyro presenta a sus personajes zambos como choferes, porteros de banco, mayordomos, jardineros, taxistas, guardaespaldas, bailarines y suerteros indica que los percibe como elementos sociales inquietantes, amenazantes, como algo desconocido y potencialmente peligroso. (Estudiando a J.R.R, 323) A medida que avanza el relato el

“determinismo” de las categorías de raza y clase revela su poderío al definir el destino de los personajes, al tiempo que su búsqueda utópica de la identidad ideal avanza también cobrando precios que afectan múltiples esferas personales: como la supresión de la conciencia solidaria, o la intervención de la jerarquía social en el terreno espontáneo de la sexualidad. Incluso el mundo oficial aparece rechazando a Roberto y José María como candidatos a un empleo para el cual reunían todos los requisitos pero aún así los eliminan ya que los calificadores reconocen a dos mulatos talqueados. Finalmente experimentan el rechazo de sus propias esferas familiares y sociales, ante las cuales su peregrina labor de deszambamiento era interpretada como arrogancia, fanfarronería y desprecio por lo suyo.

Son hasta cierto punto dramáticas e impresionantes las estrategias destinadas al cambio de la piel y el aspecto, descritas como procesos de deszambamiento y deslopizamiento:

trataron su cabello con agua oxigenada y planchados, su piel con talco, almidón y polvo de arroz, empezaron a usar blue jeans, casacas de nylon y camisetas a la vez que copiaban cierta forma de caminar y de hablar siguiendo a los actores de las películas norteamericanas. La amarga consecuencia de esta estrategia que solo reporta pérdidas queda simbolizada en la disminución de partes del nombre de Roberto a quien los gringos, para mayor facilidad, convierten en Boby.10 Pero ni fumando cigarillos Lucky, ni imaginándose de paseo por el puente sobre el río Hudson mientras escuchan Stranger in the Night, los hace gringos. Su situación de evidente descolocación y desarraigo no hace más que empeorar cuando eligen crearse ese nuevo ser a imagen y semejanza norteamericana, desaparece así el último gesto de autoconfianza en su potencial creador como individuos originales. La ironía de su elección errónea se revela al final cuando el narrador aclara que a Billy Muligan, a quien habían tomado como modelo, (confiando así en la eficacia de la estrategia de Queca), con el alcohol y los años le fue saliendo el irlandés que disimulaba su educación puritana. El viaje de búsqueda identitaria que inician, que además de un traslado espacial implica también un proceso de toma de conciencia, termina mal, ¿de qué otra manera se puede interpretar la muerte de Roberto y la mutilación de José María o el maltrato de Queca? Cada personaje parece representar una actitud de subsistencia en el mundo periférico, sea cual fuere la estrategia adoptada, al final todos parecen ser las víctimas de un orden irremediable de cosas. Sus destinos parecen estar férreamente guiados por la jerarquía social en un país como el Perú, regido, como lo leemos en el relato, por estructuras inflexibles de poder que condenan a su grupo social al fracaso, ya que los mismos valores que rigen la dinámica social se hallan ya viciados. La alienación, que los personajes comparten con el sistema, hace que no en vano el narrador hable de una ciudad colonial.11

El mensaje que emerge de las descripciones de las experiencias de los miembros de estos dos colectivos es por decir lo menos, frustrante, conduce hacia la desilusión, ¿de qué manera se puede interpretar el aporte de estos grupos a la construcción de una propuesta nacional evitando mencionar el lado desesperanzador de sus procesos?. Los colectivos representados en los relatos no sólo emergen como víctimas de un sistema inflexible sino que carecen también de todo asomo de rebeldía o protesta, de toda forma de acción en general. Incluso si pensábamos que la clase media ascendente, a la cual se adscribe el narrador, podría asumir un rol protagónico transformador, o quizás conciliador, aunque fuera analítico o siquiera comprensivo, también saldremos frustrados

10 Igualmente simbólico e irónico es el hecho que sea un maligno fenómeno natural en los EE.UU: la nieve, el encargado de arruinar una de las estrategias manejadas por los muchachos en Lima: el talqueado de su piel.

11 El fenómeno de la identidad remite a una función de reconocimiento, la persona debe coincidir con los datos que la describen, debe haber correspondencia entre el rostro y la fotografía del carnet. La fotografía remite a su vez al simbolismo del espejo. La imagen reflejada será aceptada o rechazada siempre en cuando coincida con el modelo socialmente impuesto. Esa imposición revela al poder oculto tras el espejo de cada sociedad. El modelo dominante en el Perú es colonial ya que a partir de 1492 la condición de supuesta inferioridad e impureza fue reservada para los “otros“ los pobladores originarios de América. (Montoya, Al borde del naufragio, 21-22)

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contemplando a un Miguel que tras tantas protestas termina conciliando con el presidente del club con el cual ni siquiera simpatiza.

En síntesis, el entramado social en estos relatos nos confronta con la presencia de dos importantes colectivos, obligados integrantes de la peruanidad: unos en sus afanes deslopizantes como manera de rehacer su identidad y otros invisibilizados en la dinámica social regida por un sistema discriminante que los margina hasta la desaparición. Sin embargo no debemos olvidar que Ribeyro no presenta soluciones,12 sino más bien espejos ante los cuales el lector se ve confrontado con una realidad que esta vez no cabe postergar o ignorar, ante la cual debe tomar posición, aunque sea en la esfera privada de la lectura. Los relatos nos dejan entonces con una pregunta fundamental: ¿De qué proyecto nacional podríamos estar hablando ante el panorama descrito en los relatos?

Ribeyro nos describe ejemplos en el esforzado proceso de conquista de un espacio social, una elección pragmática, aunque no menos problemática a nivel ético, como la de Miguel, que resulta la menos dramática si consideramos que las otras implican muerte o mutilación (reales y simbólicas). Quizás Ribeyro simplemente nos confronta con una de las fases del largo y esforzado proceso de definición identitaria, que como bien señala Montoya se inicia con la toma de conciencia de la exclusión (Al borde del naufragio, 26).

Es a partir de la presentación de esta evidente marginación, que le corresponde al lector decidir si asume el desafío de participar activamente en la transformación de las condiciones que limitan el surgimiento de una sociedad inclusiva, teniendo en cuenta que, después de todo, será esa realidad, renovada o estancada, la que al lector le corresponda habitar una vez que decida abandonar la lectura de los relatos.

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12 “Julio Ramón Ribeyro se acerca a la literatura movido por una motivación ontológica. La realidad entendida como enigma de imposible solución se ve sometida a los lineamientos literarios con la intención de lograr una versión más inteligible del mundo. Para ello hace uso de la literatura entendida como prisma a través del cual se vierte la realidad para descomponerla primero y reordenarla después según pautas más comprensibles.” (Pérez, Los trazos en el Espejo, 206)

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