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Los vascos en Andalucía - rsbap

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Los vascos en Andalucía

Por FRAN CISC O J. H ERM IDA SU A RE Z

¿C uándo llegaron los vascos a A ndalucía? D ifícil p recisar la fecha exac­

ta, pero ya se localizan con las huestes de F em ando III él S anto en las reco n ­ quistas de C órdoba (1236) y S evilla (1248), y a la m uerte del rey siguieron luchando b ajo las banderas de su hijo A lfonso X el Sabio, tom ando parte ac ti­

va en las conquistas de M orón de la F rontera y L ebrija (Sevilla), en la de N ie­

bla (H uelva), Jerez de la Frontera, A lcacer (hoy P uerto d e S anta M aría), Cádiz, R o ta y otras m uchas villas gaditanas.

T erm inada la reconquista de A ndalucía, a excepción d el reino m oro de G ranada, A lfonso X fue licenciando a sus huestes y m uchos de esos licencia­

dos, debido a las generosas reparticiones de don F em ando, continuadas p o r su hijo don A lfonso, se afincaron e n varios pueblos andaluces porque no podían enajenar las tierras y casas que les tocaron en el repartim iento hasta tran scu ­ rridos cinco años, acusándose tam bién la presencia de vascos e n la tom a de A lgeciras con A lfonso X I (27 de m arzo de 1344).

Casi doscientos cincuenta años m ás tarde de la tom a de Sevilla, los vas­

cos volvían a tom ar buena parte en la conquista de G ranada, no sólo em p u ­ ñando lanzas, ballestas y espadas, sino transportando desde e l N orte hasta Loja grandes convoyes con víveres, ganado, arm as y m uniciones en rápidos y sorprendentes viajes por trochas y vericuetos. H ernando del Pulgar relata así una de esas expediciones increíbles para aquellos tiem pos: “ ...e la R eyna m andó luego partir el artillería, que llevaban dos m il carros; delante d el a rti­

llería iban otros seis m il peones con azadas e picas de fierro allanando los lu ­ gares altos, e quebrantando algunas peñas que im pedian el paso de los carros.

Y en esto se ponian grandes fuerzas con las quales se vencía la natura de las peñas, e las asperezas de las cuestas altas, e las igualaban con las llanas...” . Un verdadero trabajo de titanes que se sucedieron en toda época del año, d e s ­ de 1483 hasta 1491, gracias a lo cual las fuerzas cristianas entraban en la b e ­ lla ciudad el 2 de enero de 1492.

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C laro está q ue no todos los q ue fijaron su residencia en A ndalucía fueron soldados. A ños antes d e llegar C olón al Puerto de S anta M aría había b astan ­ tes vascos en la villa condal, el principal de ellos el piloto y gran cartógrafo Juan de la C osa, llam ado tam bién Ju a n el Vizcaíno. A l Puerto acudían vascos, gallegos, asturianos y m ontañeses p a ra faenar en aguas del estrecho y costas africanas. A llí se abastecían de vino, aceite y sal antes de em prender sus e x ­ pediciones pesqueras, que casi siem pre hacían en co m pañía de em barcaciones portueneses, gallegas y portuguesas para m ejor defenderse de la piratería tu r­

ca, berebera e inglesa, que no sólo Ies robaban em barcaciones, aparejos y cuanto llevaban a bordo, sino que los hacían prisioneros para pedir por ellos buenos rescates. T an frecuentes llegaron a ser esos apresam ientos que, a ru e ­ gos del corregidor, el capitán general de las G aleras reales que tenían base en el Puerto, p restó a los m arineros lanzas, espadas y arcabuces para que p u d ie­

ran defenderse de esa plaga. C uando el m ar estaba libre de piratas, calaban en las costas africanas y guineanas donde capturaban alosas, pescadas, sardinas y cefalópodos; cuando n o podían acercarse a esos lugares, lim itaban sus faenas a los litorales de C ádiz, H uelva y estrecho de G ibraltar para p esca r atunes y capturar ballenas, o ficio en el que eran m aestros los m arineros de Lequeitio.

A lgunos d e esos intrépidos pescadores se avecinaron en el Puerto, c o n ­ trajeron m atrim onio y crearon fam ilia, p o r lo que apellidos notoriam ente v a s­

cos aún pueden leerse en las guías telefónicas de las ocho provincias andaluzas: A gueda, A izpunea, U rriza, A lbaiceta, G aztelu, U ribe-E chevarría, Sologaistoga, etc.

C uando C olón alquiló a Juan de la C osa su carab ela redonda M aría G a ­ lante (que fue alquilada no cabe la m enor duda, porque si así n o fuese los R e ­ yes C atólicos n o le indem nizarían p o r su pérdida en la N avidad de 1492. D.

M artín Fernández de N avarrete en el vol. 2® de su B iblioteca M arítim a E sp a ­ ñola, M adrid, 1851, d ic e que fue com pensado “con la m erced de p o d e r sacar de Jerez de la F rontera 200 cahides de trigo y negociar con ellos . L a cédula decía así: ’’D on F em an d o e D oña Isabel... P o r facer bien e m erced a vos Jo- han de la C o sa vecino de Santa M aría del Puerto acatando algunos buenos servicios que nos habedes fecho e esperam os que nos faredes de aquí adelan ­ te, especialm ente porque en nuestro servicio e nuestro m andado fuistes por m aestre de una nao vuestra a las m ares del océano donde en aquel viage fu e ­ ron descubiertas las tierras e islas de la parte de las Indias e vos perdisteis la dicha nao..."), algunos de aquellos pescadores se enrolaron en la ya rebautiza­

da Santa M aría y se agregaron a la tripulación norm al de la carabela del V iz­

caíno, por lo que casi toda su tripulación era vasca. O tros, no tanto deseosos

(1) M edida equivalente a 12 fanegas o 666 libras.

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de correr aventuras, se quedaron en e l Puerto ejerciendo ofícios de cordeleros, rederos, calafates, veleros, etc.

D espués del descubrim iento del N uevo M undo llegaron al Puerto infini­

dad de extranjeros: genoveses, alem anes, franceses y británicos; pero los que destacaron com o cargadores de Indias fueron los vascos y los vasco -n av a­

rros, personajes riquísim os, que para conseguir la licencia y com erciar c o n las Indias tenían que justificar su lim pieza de sangre. El m ás notable de todos ellos fue D. Juan de A raníbar, a los que siguieron los herm anos D . Juan, D.

Pedro y D. L eón d e V izarrón y sus parientes por afinidad com o los E guiarreta y V aldivieso, que edificaron casas palacio dignas a alojarse en ellas los reyes, com o en la de V izarrón se alojase en dos ocasiones F elipe V y su esposa Isa­

bel F am esio, m ientras sus hijos eran aposentados en o tras m ansiones tan su n ­ tuosas com o la de V izarrón. L a prim era vez que llegaron al P uerto fu e en abril de 1729 y la segunda en septiem bre del 30.

D escendientes de aquellos pioneros viven m uchos repartidos p o r toda A ndalucía; pero hoy sólo nos ocuparem os de cuatro de ellos: D on Sebastián R uiz de A podaca y Eliza, D on F rancisco Javier U riarte y Borja, D on A delar- do López de A yala y D on M iguel O rús y Barcaiztegui.

S obre un herm ano del prim ero, D on Juan, ya hem os hablado algo hace cinco años en este Boletín (véase el correspondiente al año X L -1984), sobre quien nuestro estim ado am igo G arm endia A rruebarrena está escribiendo una am plísim a y docum entada biografía, posiblem ente ya concluida.

D on S e b a s tiá n R u iz d e A p o d a c a y E liz a

H ijo del alavés D on T om ás R uiz de A podaca y L ópez de L etona y D oña Eusebia M aría de E liza y L asquette, nació en C ádiz el 21 de ju lio de 1747 y sentó plaza com o guardia m arina en d icha ciudad el 2 de enero de 1760.

B ien puede decirse que los tres herm anos varones fueron m arinos, pues si bien don V icente sentó plaza en el R egim iento de Z am ora en 1770, no cum plidos los cuatro años de perm anecer allí pasó a la A rm ada con el em pleo de alférez de fragata (25-7-1774), cosa m uy frecuente en aquellos tiem pos, no sólo en E spaña, sino en el extranjero, com o es ejem plo, entre otros m uchos, el del italiano Juan J. N avarro y V ienca, que siendo cap itán de granaderos se in ­ corporó a la M arina de G uerra española en 1717.

Don Sebastián Ruiz de A podaca em barcó por prim era vez el 4 de agosto de 1761 en el navio R ayo y siendo teniente de n avio m andó el paquebote

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G uarniso, incorporado a la escuadra del m arqués de C asa T illy que transpor­

taba al general don Pedro C eballos G uerra y a sus tropas para p o n er fin al contencioso entre E spaña y Portugal con m otivo de la colonia de S acram ento en e l estuario del P lata, ocupándola el 2 de noviem bre de 1762; pero v u elta a perderse durante la guerra del fam oso P acto de F am ilia, el general C eballos la recupera el 5 de ju n io de 1777, ordenando fuese arrasada p o r com pleto. En el tratado de San Ildefonso del 18 de agosto de 1796, la m argen septentrional del P lata q uedaba definitivam ente para España.

Siendo capitán de navio, m andando el F irm e, se incorpora a la escuadra com binada hispano-francesa. P osteriorm ente m andó el Trinidad, el T riunfan­

te, el S a n C arlos y el C onde d e R egla. M andando este buque se agrega a la escuadra de don Francisco B orja, zarpando de C artagena el 6 de m ayo de 1793 hacia C erdeña, desalojando a los franceses del puerto S an P edro. E n el R egla perm aneció hasta el 6 de febrero de 1795, continuando em barcado c o ­ m o general de D ivisión en otras escuadras.

Por R.O. de 5 de m arzo de ese año es nom brado, con carácter interino, para m andar las C om pañías de G uardias m arinas en los tres departam entos m arítim os (Ferrol, C ádiz y C artagena), y p o r otra R.O. de 2 2 de septiem bre de 1795 pasa destinado a la escuadra de M azarredo y posteriorm ente a la d e s­

tinada para A m érica al m ando del m arqués del Socorro, que se hizo a la m ar el 4 de agosto de 1796. D os días m ás tarde el com andante en je fe ab rió e!

pliego sellado ante sus oficiales y, siguiendo sus instrucciones, al d ía siguien­

te despachó a Sebastián R uiz de A podaca con cuatro navios y tres fragatas con gente arm ada y bien pertrechados, hacia la isla de T rinidad, donde se e n ­ teró d e la d eclaración de g uerra a Inglaterra.

Los ingleses, con fuerzas m uy superiores a las españolas, invadieron la isla el 16 de febrero de 1797, y ante la im posibilidad de defenderse porque carecían de fortificaciones, d espués de sostener varios consejos de g uerra con sus oficiales, acordaron ejec u tar lo que prevenían las O rdenanzas de M arina; quem ar los barcos y no perm itir se sacase nada de los m ism os que pudiese c a e r en m anos de los enem igos y serles útiles, a excepción de las ar­

m as individuales, lo que se llev ó a efecto en la m adrugada del día 17, y él y sus subordinados se pusieron a las órdenes del gobernador de la isla, quien no tu v o m ás rem edio que rendirse al día siguiente, siendo hechos to d o s p ri­

sioneros de guerra.

Por R.O . de 4 de ju lio de 1797, don Sebastián R uiz de A podaca es arres­

tado y conducido al fuerte de S an Luis, frente a P untales, en las cercanías de C ádiz, form ándosele consejo de guerra por dos fiscales, uno de la A rm ad a y otro del Ejército. El 2 6 de m arzo de 1798 se falló la causa, resultando absuel- to y “justificada su conducta, dig n a de las gracias del R ey” , por lo que fue

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puesto en libertad. M as no iba a quedar así la cosa, pues el 26 de ju lio d el año siguiente fue de nuevo detenido e internado en el castillo de San S ebastián de Cádiz, donde estu v o durante casi once años, y es m uy posible que entre aq u e­

llos pétreos m uros bañados por el m ar dejase su vida, de n o intervenir la Junta C entral que gobernaba el país durante la cautividad de F em ando V II, que !e dirigió la siguiente carta:

“ La S uprem a Junta C entral y G ubem ativa del R eino, en nom bre del Rey nuestro Sr. D. F em ando Séptim o (que D ios guarde) h a venido en restablecer á V.S. en su antiguo em pleo d e G efe de escuadra de la R eal A rm ada p ara servir activam ente e n ella, declarándole al m ism o tiem po libre de todo cargo en el proceso form ado á V.S. con m otivo de la quem a de la escuadra de su m ando en la isla T rinidad, conform ándose con el dictám en d el C onsejo de G enerales de m ar y tierra que entonces lo juzgó, y habiendo tom ado S.M . en con sid era­

ción la opinión m anifestada sobre la causa en cuestión por la Ju n ta nom brada para su exám en, com puesta de m inistros de confianza del Suprem o C onsejo de la G uerra, O ficiales G enerales del ejército y M arina. L o que com unico á V.S. de Real órden para su inteligencia y satisfacción, en la que al propio tiem po espido las convenientes para su notoridad d entro y fuera de la A rm a­

da. D ios guarde á V.5. m uchos años.= R eal A lca za r de Sevilla 7 d e ju lio de 1809. Antonio d e Escaño. Sr. D on Sebastián R u iz d e A p o d a ca ”.

O tra la recibió del D irector G eneral de la A rm ada, don F élix de Tejada, en 15 de m arzo de 1812, com unicándole que “se m andaba abonarle los te r­

cios de su sueldo que le habían suprim ido arbitrariam ente, en todo el tiem po de su arresto p o r segunda vez, por ser contrario á artículo espreso de O rd e­

nanza... Y para desagravio de tanta injusticia y para co lm o de su satisfacción lo ascendió el R ey a Teniente G eneral en fecha del 14 de octubre de 1814, siendo R uiz de A podaca el prim er G efe de la escuadra prom ovido p o r S.M.

después de su glorioso regreso” .

D on S ebastián R uiz de A podaca, que se había retirado a su casa de San Ferando (C ádiz) para descansar d e tantas fatigas, falleció el 5 de abril d e 1818 a los 71 años de edad.

Don Francisco Javier de Uriarte y Borja

H ijo de vascos, nació en el P uerto de Santa M aría el 5 de octubre de 1753, siendo bautizado en la Iglesia M ayor Prioral a los cinco días de su naci­

miento. Su partida de bautism o figura en el libro 80, fo lio 109, que dice así:

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Francisco Javier de U riarte y Borja. (M useo N aval, Madrid)

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“En la M .N .L . Ciudad y G ran P uerto de Santa M aría en m iércoles diez de O ctubre de m il setecientos cincuenta y tres años y en presencia de m í el in­

frascripto C ura de la Iglesia M ayor Prioral de dicha C iudad, bautizó el R.P.

M aestro M arcos de Escorza, de la C om pañía de Jesús y S uperior e n este H o s­

picio de las M isiones de Indias, con las licencias correspondientes a Francisco de Borja, P lácido; Francisco Javier, h ijo de D. M iguel de U riarte y D oña M a ­ ría de B orja descendiente esta de los E xcm os. Sres. D uques de G andía, por lí­

nea paterna; contrajo m atrim onio con el referido D . M iguel, en la C iudad de Q uito, R eino del Perú, en India; nació a cinco de este m es; fue padrino D.

A gustín R am írez, M arqués de V illarreal de Purullena; le advertí el parentesco espiritual y su obligación. En fé de lo cual lo firm é, fecha u t supra. Joséph Fernández M ancebo. M arcos E scorza” .

Su padre, don M iguel de U riarte y H errera, caballero profeso de la O r­

den M ilitar d e Santiago, era un rico com erciante q ue, com o otros paisanos su ­ yos se había asentado en el Puerto de S anta M a n a p a ra traficar con las Indias, por lo que eran conocidos por cargadores d e Indias. Su m adre, doña M aría de B orja Lastreros y Larrapuro, era descendiente por línea paterna, com o figura en la partida d e bautism o, de la ilustre casa ducal de G andía, por lo que el n i­

ño bautizado era sexto nieto de san F rancisco de Borja.

D esde m uy niño sintió gran afición por la m a r que vería diariam ente en sus correrías, con otros niños, desde la playa de L a P untilla. El 31 de m ayo de 1774 sentó plaza com o guardia m arina en el D epartam ento de Cádiz; el 3 de junio del año siguiente fue prom ovido a alférez de fragata, ascendió a alférez de navio el 23 de m ayo de 1778, a teniente de fragata el 26 de septiem bre de 1781, a teniente de navio el 21 de diciem bre del 82, a capitán de fragata el 21 de septiem bre del 89, a capitán de navio el 25 de enero de 1794, a b rigadier el 5 de octubre de 1802, a je fe de escu ad ra el 9 de noviem bre de 1805, a te n ien ­ te general el 14 de octubre de 1814 y a capitán general el 16 de enero de 1836.

Los trein ta prim eros años los p asó navegando, bien subordinado a las e s­

cuadras de los generales m arqués de C asa Tilly, do n L uis de Córdoba; m a r­

qués del S ocorro, don G abriel de A ristizábal, don Juan de L ángara y don Federico G ravina, o ya m andando navios sueltos en diferentes com isiones de servicio. B asta conocer los nom bres de tan ¡lustres m arinos para saber que don F rancisco Javier de U riarte tom ó p a n e en todos los hechos de arm as de su época, y si bien es cierto que algunas acciones de nuestra A rm ada hubo al­

gunos contratiem pos, no deja de serlo m enos que n o faltaron ocasiones en las que nuestros m arinos lograron alcanzar grandes victorias que les dieron prez y nom bradía.

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D on F rancisco Javier tom ó parte en las expediciones de A rgel, S anta C a­

talina, R osellón, M agallanes y T olón, donde, siendo el segundo del navio C oncepción, se le c o n fió el m ando del castillo de San A ntonio el C hico, fu er­

te donde las arm as españolas se cubrieron de gloria y fueron agasajados por los tolonenses por haberles salvado de los furores de los revolucionarios.

En 1788 parte de C ádiz en una expedición que reconocería y levantaría planos de la parte occidental del estrecho de M agallanes, desde el cabo de L unes hasta fijar los de! Pilar y V ictoria. D icha expedición ib a al m ando del capitán de navio don A ntonio de C órdoba, a quien el G obierno le había o to r­

gado am plias facultades para elegir buques y oficiales, siendo uno de los ele­

gidos don Francisco Jav ier de U riarte y B orja, a quien nom bró segundo com andante del S a n ta E ulalia, ya que por entonces era capitán de navio. E s­

tacionados en el p uerto de S an José, que era su base, se le ordena parta e n una lancha arm ada a explorar aquellos inm ensos laberintos, descubriendo varias islas y logrando, tras una atrevida y larga navegación, l l e p r a la cab eza del cabo Pilar, lím ite occidental del estrecho en la costa de T ierra de F uego que desem boca en el P acífico. R egresa por el m ism o estrecho para reconocer las costas del Este, arrib an d o a su base a los veintidós días, cum plida am p liam en ­ te la m isión que su je fe le h abía confiado.

E n 1791 le es encom endada otra m uy im portante: llevar unos pliegos se ­ cretos al g obem ador del R ío de la P lata y regresar trayendo consigo cinco m i­

llones de pesos fuertes. Z arpa de C ádiz m andando la fragata L ucía y consigue cum plir con la difícil m isión buriando hábilm ente la vigilancia de los buques ingleses, tanto a la ida com o en el tom aviaje.

P rolijo sería h ac er aq u í la entera biografía de ese ilustre m arino. N os li­

m itarem os a decir q ue m andó varios navios: el Firm e, el T errible, el C oncep­

ción, el P ríncipe de A sturias, el G uerrero, el A rgonauta y el fam oso Santísim a Trinidad. M andando el F irm e, uno de los navios que com ponían la escuadra com binada m andada por don L uis de C órdoba, sosteniendo duro com bate con la inglesa del alm irante H ow e a la desem bocadura del estrecho d e G ibraltar. El C oncepción, con el que estu v o en Brest, donde prestó tales servicios que le h icieron digno de un sable d e honor que le regaló N apoleón, del que luego hablarem os, y en Santísim a T rinidad asistió a la b atalla de Tra- falgar (21 de octubre de 1805).

P or entonces el Santísim a Trinidad era el navio m ás grande del m undo;

desplazaba 3.100 T m ., m edía 66 m . de eslora, 16 de m anga y otros tantos de puntal; contaba con cuatro puentes y su arm am ento consistía e n 130 cañones de 36,24 y 8 libras. D on Francisco Javier de U riarte tuvo la honra de batirse con el alm irante inglés H oracio N elson, m uerto en el com bate. U riarte ta m ­ b ién resultó herido de gravedad e n la cabeza y en otras partes del cuerpo,

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/ / • . 1 . , V -

Navio Santísim a Trinidad

navegando a un largo por babor, con atas y rastrera del trinquete, con la m ayor cargada

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siendo rescatado de su barco p o r los ingleses cuando y a estaba a punto d e irse a pique y tanto é l com o los supervivientes fueron llevados a G ibrahar, donde recibieron una esm erada asistencia.

E nterado el sucesor de N elson de la estim a en que U riarte tenía el sable, m andó h ac er una requisa en su escuadra, y le fue devuelto “com o testim onio honroso y alta prueba de estim ació n al valor español” . Con el sable tam bién le devolvieron los restos de la bandera que con ta n ta heroicidad había d efe n ­ dido y un cuadro, acribillado a balazos, que representaba a la P atrona d e l T ri­

nidad. C uadro, bandera y sable ho y se hallan en el M useo N aval de M adrid por donación de la viuda de U riarte, doña F rancisca Javiera de U riarte y C a l­

vez.

E l 27 de octubre escribía desde G ibraltar a su esposa unas letras q u e de­

cían: “ M i querida Frasquita: H e quedado con vid a y con honra.=T u esposo Javier” . M ás lacónico, im posible; y cuando co n testa a una carta que le había enviado don Jorge Pérez de L asso, gran investigador de todo lo relacionado con la m arina, le contesta: “ S obre los hechos notab les particulares, ninguno puedo referirle; m as en el T rinidad, unos m urieron e n sus puestos y o tro s no tan felices, m utilados, les sirv ió el navio de sepulcro, yéndose a piq u e con ellos e n m edio de los horrores d e una borrasca q ue im pidió al enem igo darles auxilios...” . L uego narra las m uertes de los tenientes de navio don Juan M a tu ­ te y do n Joaquín de Salas e n e l alcázar del Trinidad.

En 1806 U riarte fue n o m brado M ayor G eneral de la A rm ada y C o n seje­

ro d e la G uerra, por lo que el 2 de m ayo del 808 se encontraba en M adrid. En ju lio de ese año recibió un o ficio de don José de M azarredo, D irector G eneral de la A rm ada, pidiéndole se presentase en P alacio p a ra prestar ju ram en to a José B onaparte, que el día 22 contestaba de su p u ñ o y letra: “Excm o. S r.: He recibido e l oficio de V.E. de e sta fecha en que m e proviene m e presente en la S ecretaría de M arina con ob jeto de prestar ju ram en to de fidelidad en m anos del R ey, cuyo honor dice V .E . quiere dispensar a los G enerales de E jé rc ito y A rm ada.=N i m i honra ni m i conciencia m e perm iten revocar, acudiendo al m andato d e V .E., juram ento que tengo hecho a m i legítim o Soberano, y estoy pronto a p erder m i em pleo y m i v id a antes q ue acceder a lo que solicita e n su oficio, que dejo contestado. E xcm o. Sr. F rancisco d e Uriarte. E xcelentísim o Sr. D . J o sé de M azarredo".

T al contestación, que era un reto al invasor, p u so e n peligro su seguridad y posiblem ente su vida y h u y ó a Sevilla para p resentarse a la Junta C entral, que le nom bró Jefe de la Ju n ta d e Inspección de la A rm ada, destino que no quiso acep tar hasta que, residenciada su conducta en un Consejo de G uerra p o r h a b er perm anecido en M a d rid invadido, fu e s e reconocida su constante adhesión a la causa nacional, m as la Junta C entral, sabedora de que la p e r­

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m anencia de U riarte en la corte había sido sin m enoscabo de su acrisolada fi­

delidad, no adm itió la dem anda y firm ó su nom bram iento.

En 1809 fue nom brado G obem ador m ilitar de la isla de L eón (San F er­

nando) con am plias facultades para p o n er en estado de defensa tan im portante punto, lo que llevó a cabo en brevísim o tiem po haciendo gala de una activ i­

dad que las circunstancias requerían. Se opuso a la voladura del fam oso p u en ­ te Suazo, com o deseaban los ingleses, ordenando fuesen desm ontadas y num eradas las piedras silleras para, term inada la guerra, volver a m ontarlas.

G racias a tan inteligente idea, hoy los gaditanos y cuantos van a visitar la T a ­ cita de Plata pueden contem plarlo igual que era antes. El m inistro de M arina de aquella época, don A ntonio de E scaño, lo recordó en sus M em orias: “Que a este jefe (U riarte), se le d ebía la cortadura del puente Suazo y las baterías de defensa que im pidieron la entrada de los franceses en 1810, y que al dejar el m ando tenía m uy adelantadas las baterías de G allineras y Santi P etri” . A este elogio hay q ue añ ad ir el de los gaditanos: “ A labam os al infatigable m arino D.

F rancisco Javier de U riarte, que con su actividad característica realizó las m i­

ras urgentes de la prim era Rejencia” .

Los gastos de la guerra eran cuantiosos. Se pidieron m ás sacrificios a los españoles tras otro s tantos ya hechos. A hora se les incitaba a d o n ar la tercera parte de la p lata q ue tuviesen. U riarte acude presuroso al llam am iento y en tre­

ga la totalidad de la p oca plata que había podido salvar. N o conten to con eso, renuncia a las gratificaciones y parte del sueldo que le correspondía com o g e ­ neral em barcado. O tro rasgo de su proverbial generosidad queda reflejada en el siguiente hecho; D ebiendo distribuirse a todas las clases del D epartam ento (Cartagena) cierta cantidad librada p o r el G ob iem o com prendiendo a la fu er­

za naval a la sazón en aquel puerto, adoptó la resolución de ceder la sum a que por su categoría le correspondía (unos 30.000 rs.) “para que se dedicase al ju sto socorro de aquellas fuerzas” .

Gestos así se podían contar p o r docenas. E stando destinado e n C artage­

na, la estrechez e n aquella plaza era tan grande (falta de víveres y toda clase de recursos), se organizó una rifa entre los vecinos en la que entraban varias joyas de plata, dándose la casualidad que uno de los lotes le tocó a su señora

y las hizo rifar d e nuevo.

En 1814 solicitó perm iso para ir a descansar y reponerse en su casa del Puerto de S anta M aría, que le fue concedido. A llí perm aneció dos años, pues en 1816 fue nom brado Capitán G eneral del D epartam ento d e C artagena, cuyo arsenal hacía m u ch o tiem po se h allaba en lam entable abandono. In m ediata­

m ente se propuso regenerarlos y al p oco tiem po estaban reparados diques, ta ­ lleres y edificios; las carenas del navio G uerrero, fragatas P erla y C asilda; la construcción del bergantín Jasson, de 22 cañones; las recorridas al navio

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A sia, fragata D ia n a y corbeta F a m a , y en cinco años de constantes esfuerzos, que volvieron a quebrantar su salud, dejó com pletam ente rem ozado aquel D e ­ partam ento m arítim o.

P o r R .O . de 26 de abril de 1822 se le concedió perm iso para retirarse a su casa, donde obtuvo el ascenso a la suprem a dignidad de Capitán G eneral de la A rm ada y la P residencia d el A lm irantazgo, a cuyo exceso de sueldo r e ­ nunció durante la guerra civil. F alleció en su casa del P uerto el 29 de n o v ie m ­ bre de 1842 a la avanzada edad d e 89 años.

C iento cu arenta y un años m ás tarde, por R .D . 2.139/1983, de 22 de ju ­ lio, se disponía que los restos m ortales del C apitán G eneral de la A rm ada d o n F rancisco Jav ier de Uriarte y B o rja fuesen trasladados del cem enterio del Puerto de S anta M aría al P anteón de M arinos Ilustres de San Fem ando. L a disposición consta de dos artículos: A rtículo 1® L os restos m ortales del C a p i­

tán G eneral de la A rm ada don F rancisco Javier de U riarte y B orja serán tra s ­ ladados solem nem ente al P anteón de M arinos Ilustres, u n a vez cum plidos los requisitos que, al efecto, fijan las disposiciones vigentes.=A rtículo 2° S e le rendirán los honores reglam entarios que corresponden a C apitán G eneral de la A rm ada, debiendo adoptar el M inistro de D efensa cuantas disposiciones convengan para honrar debidam ente la m em oria del difu n to Capitán G eneral de la A rm ada. — D ado en M adrid a 28 de ju lio de 1983. — JU A N C A R L O S R.— E l M inistro d e Defensa N A R C IS O SERRA SER R A ".

C om o d ato curioso direm os que don Francisco Ja v ie r d e U riarte no testó , sino q ue otorgó poder especial ante el notario del P uerto de Santa M aría, d o n C arlos H urtado M aunleón, en fec h a 9 de noviem bre de 1813, para que, d e s ­ pués de su m uerte, su esposa d o ñ a F rancisca Jav iera de U riarte y G álvez (se había casado con una sobrina, h ija de su herm ano d o n F rancisco de U riarte y doña M aría Javiera de G álvez), hiciese y otorgase su testam ento y su ú ltim a voluntad “con arreglo a lo que y a le tengo com unicado” , añadiendo en dich o instm m ento notarial que “ d eseaba tuviese la m ism a v alid ez que si aquí de c a ­ da cosa h iciera particular y especial m ención” .

El 22 de septiem bre eran exhum ados sus restos, e identificados p o r las autoridades de M arina y locales, fueron depositados en un cofre que se p r e ­ cintó, dejándolos depositados e n el cem enterio de S an ta C ruz, donde estab an enterrados. El 24 de noviem bre eran trasladados a la Iglesia M ayor P rioral, donde perm anecieron expuestos desde las once de la m añ an a hasta las cu atro de la tarde en que el clero castren se ofició un responso. A continuación se form ó el cortejo que partió h acia el m uelle de San Ignacio, donde esperaba al arcón fúnebre la patrullera L a ya e n la que serían em barcados con destino a la C arraca escoltados por la tam bién patrullera Barceló. A ntes de ser e m b arca­

dos los restos del general U riarte se le rindieron honores a la voz y ai cañ ó n .

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m ientras una escuadrilla de helicópteros de la A rm ada sobrevolaba aquella zona.

Don Adelardo López de Ayala

Aunque nacido en 1829 en plena S ierra N orte de Sevilla, en la u n día in­

teresante villa de G uadalcanal, la antiquísim a G uada-al- K anal árabe, es n o to ­ rio que los antepasados de este ilustre literato, dram aturgo, político y conspirador eran vascos ?alaveses?, entre ellos el controvertido canciller de C astilla y cronista d e los reinados de P edro I, Enrique II, Juan I y E nrique III, don Pedro L ópez de A yala, con casa solariega en el A lto de Z araube en cuyos m uros cam paba su escudo, de armas: dos lobos negros sobre cam po de plata, m uy parecido al de la casa de Haro, antiguos señores de la villa cordobesa de A dam uz, que le otorgó el rey F em ando III en uno de sus generosos reparti­

m ientos, con la única diferencia que los lobos de los H aro llevan en sus fa u ­ ces un cordero y están sobre cam po de oro. Q uizá por eso los A yala se decían descendientes de don Lope D íaz de H aro, señor de V izcaya, lo que hasta la fecha, que yo sepa, nadie se m olestó en com probar, lo que sería m uy intere­

sante para la H istoria, pues si bien parece se r bastante cierta esa línea genea­

lógica, tam poco debem os olvidar que m uchas casas nobles de los siglos XIV y XV falsearon sus ascendencias para m a y o r lustre de su origen. C reo que m erece la pena investigar sobre ello.

Don A delardo, buen am igo de los generales Prim , Serrano y del alm iran­

te don Juan B autista Topete, fue uno de los artífices de la R evolución del 68.

E l consiguió fletar el vapor B uenaventura para repatriar a los generales, jefes y oficiales que G onzález Bravo, que algo se barruntaba sobre el p ronuncia­

m iento, había hecho detener en la m añana del 7 de ju lio de 1868 y confinar e n Canarias. A su regreso salió a recibirles el m inador d e la A rm ada Vulcano, cuyo com andante les anunció que C ádiz había respondido a la proclam a del brigadier Topete y Prim , Sagasta, M erlo y R uiz Z orrilla, entre otros, habían partido del puerto inglés de Southam pton en el vapor D elta y esperaban d e ­ sem barcar en G ib raltar el d ía 17 para incorporarse al pronunciam iento.

Es curioso y m erecedor de estudiarse el atractivo que siem pre tuvo para los conspiradores esa plaza robada a E spaña por los ingleses hace la friolera d e 285 años, pues siem pre la escogieron tanto para huir de E spaña co m o para regresar a ella, según los vientos que soplaran.

A don A delardo L ópez de A yala se le encargó la redacción del m anifies­

to-proclam a que contenía la destitución de Isabel II, que fue hecho público en la m adrugada del día 18 previo el disparo de veintiún cañonazos realizados

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«.V

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p o r la fragata Zaragoza, anclada en la bahía de C ádiz, donde se hallaban to ­ dos los conjurados y a la que los gaditanos le llam aron hum orísticam ente “ ar­

ca de la alianza” . A llí tam bién estaban surtos el Villa de M adrid, Tetuán y L ealtad, y los vapores Isabel I I y F errol; las goletas C oncordia, E detana y L i­

gera y el m inador V ulcano, así com o las em barcaciones inferiores, las m is­

m as que treinta días antes habían saludado a Isabel II en L equeitio con las m ism as andanadas de salvas que en e sta ocasión se pronunciaban contra ella.

D ado el alto interés del referido m anifiesto-proclam a y la decisiva in ­ fluencia que el m ism o tuvo e n el triunfo de la R evolución septem brina, lo r e ­ producim os íntegro.

“GADITANOS:

“Un marino que os debe señaladas distinciones, y entre ellas la de haber llevado vuestra representación al Parlamento, os dirige su voz para explicaros un gravísimo suceso. Este es la actitud de la Marina para con el malhadado Gobiemo que rige los destinos de la nación.

“No esperéis de mi pluma bellezas. Prepararos sólo a oir verdades.

“Nuestro desventurado país yace sometido años há á la más horrible dictadura;

nuestra ley fundamental rasgada; los derechos del ciudadano escarnecidos; la repre­

sentación nacional ficticiamente creada; los lazos que deben ligar al pueblo con el tro­

no y formar la monarquía constitucional, completamente rotos.

“No es preciso proclamar estas verdades; están en la conciencia de todos.

“En otro caso os recordaría el derecho de legislar que el Gobiemo por sí solo ha ejercido, agravándolo con el cinismo de pretender aprobaciones posteriores de las mal llamadas Cortes, sin pennitirles siquiera discusión sobre cada uno de los decretos que en conjunto les presentaba; pues el servilismo de sus secuaces desconfiaba en el exa­

men de sus actos.

“Que mis palabras no son exageradas, lo dicen las leyes administrativas, las de órden público y las de imprenta.

“Con otro fin, el de presentaros una que sea absoluta negación de todo ideal libe­

ral, os cito la de instmcción pública.

“Pasando del órden público al económico están las emisiones, los empréstitos, la agravación de todas las contribuciones. ¿Cuál ha sido su inversión? La conocéis, y la deplora como vosotros la Marina de guerra, apoyo de la mercante y seguridad del co­

mercio. Cuerpo proclamo ha poca gloria del país, y que ahora mira sus arsenales de­

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siertos, la miseria de sus operarios, la postergación de sus individuos todos, y en tan triste cuadro un vivo retrato de la moralidad del Gobierno.

“Males de tanta gravedad, exigen remedios análogos, desgraciadamente los lega­

les están vedados; forzoso es, por tanto, apelar ?a los supremos, á los heroicos.

“He aquí la razón de la Marina en su nueva actitud: una de las dos partes de su juramento está violada con mengua de la otra; salir a la defensa de ambas, no solo es

lícito, sino obligatorio.

“Expuestos los motivos de mi parecer, y el de mis compañeros, os diré nuestras aspiraciones.

“Aspiramos á que los poderes legítimos, Pueblo y Trono, funcionen en la órbita que la Constitución les señale, restableciendo la armonía ya extinguida, el lazo ya roto entre ellos.

“Aspiramos á que las Cortes Constituyentes, aplicando a su leal saber, y aprove­

chando lecciones harto repetidas de una funesta experiencia, acuerden cuanto conduz­

ca al restablecimiento de la verdadera monarquía constitucional.

“Aspiramos á que los derechos del ciudadano sean profundamente respetados por los Gobiernos, reconociéndoles las cualidades de sagrados que en sí tienen.

“Aspiramos á que la Hacienda se rija moral e ilustradamente, modificando gravá­

menes, extinguiendo restricciones, dando amplitud al ejercicio de toda industria lícita y ancho campo á la actividad individual y al talento.

“Estas son, concretamente expuestas, mis aspiraciones y las de mis compañeros.

¿Os asociais a ellas sin distinción de partidos, olvidando pequeñas diferencias, que son dañosas para el pais? Obrando así, labrareis la felicidad de la patria.

“¿No hay posibilidad de obtener el concurso de todos? Pues haga el bien el que para ello tenga fuerza.

“Nuestros propósitos no se deriban de afección especial á partido determinado; á ninguno pertenecemos, les reconocemos á todos buen deseo, puesto que á todos les su­

ponemos impulsados por el bien de la patria, y ésta es precisamente la bandera que la Marina enarbola.

“Nadie recele de que este hecho signifique alejamiento para otros cuerpos, ni de­

seos de ventaja; sí modestos marinos nos lanzamos hoy, colocándonos en puestos que a otro más autorizado correspondía, lo hacemos obedeciendo a apremiantes motivos;

vengan en nuestro auxilio, tomen en sus manos la bandera izada los demás cuerpos militares, los hombres de Estado, el pueblo; a todos pedimos una sola cosa: plaza de honor en el combate para defender el pabellón hasta fijarlo; ésto y la satisfacción de nuestras conciencias, son las únicas recompensas a que aspiramos.

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“Como a los grandes sacudimientos suelen acompañar catástrofes que empañan su brillo, con ventaja cierta de los enemigos, creo con mis compañeros hacer un servi- vio a la causa liberal, presentándonos a defenderla conteniendo todo exceso. Libertad sin orden, sin respecto a las personas y a las cosas, no se concibe.

“Correspondo, gaditanos, a vuestro afecto colocándome a vanguardia de la lucha que hoy empieza y sostendréis con vuestro reconocido denuedo.

“Os pago explicándoos mi conducta, su razón y su ñn; a vosotros me dirijo úni­

camente; hablen al pais los que para ello tenga títulos.

“Bahía de Cádiz, a bordo de la Zaragoza, 17 de setiembre de 1868.

JUAN B. TOPETE"

Claro que, com o siem pre ocurre en las revoluciones y toda clase de aso­

nadas, n o se respetaron ni a las personas ni a las cosas, pues tanto e n Cádiz, com o en el P uerto de Santa M aría, P uerto R eal y San F em ado se com etieron toda clase de atropellos. En el Puerto estuvieron a p u n to de ser p asados a c u ­ chillo los jesuitas que residían en el antiguo m onasterio de La V ictoria, que salvaron las vidas gracias a la pronta intervencián de don Pascual C e rv e ra y Topete, sobrino de brigadier don Juan B autista, que n o quiso dejarse en g a tu ­ sar por su tío y com pañeros; pero la residencia fue com pletam ente saqueada p o r los portuenses y los jerezanos que disparando sus escopetas en traro n en la vieja villa condal con el p ropósito de m atar y robar.

V olviendo a Pérez de A yala, a él debem os el co n o c er con todo d etalle lo ocurrido en la batalla del puente de A lcolea, al que el general S errano envió com o parlam entario, en com pañía del tam bién ilustre literato don P edro A. de A larcón, a M ontoro con carta para el m arqués de N ovaliches en la q u e, entre otras cosas, le decía: “En nom bre de la hum anidad y d e la conciencia, invito a V.I. a que dejándom e expedito el paso e n la m archa que tengo resu elta, se agregue a las tropas de m i m ando y no prive a las q ue le acom pañan d e la g lo ­ ria de contribuir con todas a asegurar la h o n ra y la libertad de su patria. - Mi enviado, don A delardo L ópez de A yala, lleva encargo de entregarle a usted este docum ento, y de asegurarle la alta consideración y n o interrum pida am is­

tad con quien es de usted su afectísim o am igo y seguro servidor q.b.s.m . - Francisco S errano”.

N ovaliches contestó en el acto: “E xcm o. Sr. D uque de la T orre, Capitán G eneral de los E jércitos N acionales. - M uy Sr. mío: T en g o en m i p o d e r su e s­

crito que se h a servido usted dirigirm e por su enviado don A delardo L ópez de A yala, en el día de hoy 17, aunque por equivocación h ay a puesto e n é l fecha del 28...”, y después de varias consideraciones sobre los acontecim ientos que

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esta b a viviendo el país, añade: “ ...por m uy sensible que le sea tener que cru ­ z a r las bayonetas con los que a y e r eran sus cam aradas; esto sólo puede ev ita r­

se reconociendo todos la legalidad existente... Si lo que es de todo punto im probable, la suerte no favoreciese este resultado, siem pre nos acom pañaría a estas brillantes tropas y a m í el ju sto orgullo de no hab er provocado la lu ­ cha, y la historia, severa siem pre con los que dan el grito de g uerra civil, g u ard aría para nosotros una p ágina gloriosa...” .

L a batalla fue inevitable y se dio al día siguiente de haberse cruzado esas ep ísto las entre el duque de la T orre y el m arqués de N ovaliches, es decir, el 28 de septiem bre de 1868, que ganaron los sublevados y fue el final del re in a ­ do d e Isabel II que a los dos días abandonaba el país em barcando en un tren esp ecial form ado en S an S ebastián hacia F rancia, donde la rindieron los ú lti­

m o s honores com o reina de E spaña una co m pañía de Ingenieros. L a capital donostiarra, con su hidalguía proverbial, no levantó la voz en favor de la R e ­ volu ció n m ientras la soberana perm aneció en su capital.

N o vam os a tratar de la b atalla de A lcolea tal com o la relata don A delar- do L ó p ez de A yala; pero sí direm os que tuvo sus héroes en am bos co n te n ­ d ientes. L a batalla de A lcolea fue, com o otras m ás, un derroche inútil de sangre entre herm anos, unos p o r fidelidad al ju ram ento prestado y otro s por un ideal que creían justo. D esde luego, el m enos am bicioso de todos los que en tra ro n en la revolución fue el brigadier don Juan B audsta T opete, quien m ás tarde se arrepintió d e su equivocación q ue surtió todos los efectos c o n tra­

rio s a los que se había propuesto ai ver los perjuicios acarreados a la m ism a p a tria y al m ism o cuerpo de M arina que h abía soñado colm arlas de venturas.

D on A delardo L ópez de A yala, una de las figuras civiles m ás destacadas d e la Revolución, llegó a se r m inistro durante el reinado de A lfonso X II; pero y a antes, en la regencia de S errano fue diputado en las C ortes C onstituyentes (1869) y presidente del C ongreso. M urió en M adrid en 1897 a la ed ad de 50 años.

D o n M iguel de O r ú s y B a rc a íz te g u i

E ste capitán de A rtillería, tam bién com o los personajes anteriores des­

cen d ien tes de vascos aunque nacido en A ndalucía, se hallaba destinado en S ev illa cuando estalló la g uerra de A frica d e 1859-60 y tuvo la feliz id e a de ad a p ta r al ejército de tierra unos artilugios bélicos que poseía la M arin a y e ra n conocidos por “C oh etes” . Estas baterías se hallaban en el arsenal de la C a rra c a (Cádiz) y posiblem ente nunca llegaron a ser utilizadas por la A rm a­

da.

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Tipos de cohetes utilizados en la guerra de A frica.

L os dos primeros son incendiarios y el tercero de metralla.

(Dibujos de F. Gómez)

El “Rayo”, prim er navio en q ue embarcó D. Sebastián, según m aqueta del M useo Naval de M adrid.

(Fotografía de C artagena y Centelles)

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Tubos lanzacohetes. Arriba el usado por la Armada.

A bajo el adaptado al Ejercito de Tierra.

(Dibujos de F. Gómez)

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La tarea no e ra nada fácil, pero O rús, hom bre inteligente y tenaz en todo lo que se proponía llevar a cabo, con la ayuda de un tío suyo, brig ad ier encar­

g ado de organizar el transporte de fuerzas a Ceuta, poco pudo ayudarle pues falleció repentinam ente en Algeciras en p le n a faena de em barque de tropas.

N o por eso se desanim ó O rús, sino to d o lo contrario, poniendo m ás afán en llevar a buen térm ino sus propósitos, pues estaba convencido que dichas bate­

rías de cohetes darían buen resultado en la guerra con M arruecos, y ni corto ni perezoso se fue a C ádiz, donde conoció a dos com pañeros de A rm as, los tenientes don José A roca G arúa y don Juan N avarrete V elahidalgo, que ente­

rados de su idea le anim aron a llevar a cabo sus propósitos.

Por aquellos días se hallaba en la capital gaditana, inspeccionando el traslado de tropas a A frica, el C apitán G eneral de A ndalucía, don D iego de los Ríos, quien tanto habría de distinguirse en esa guerra y se r el p rim ero en entrar en Tetuán, al que fue a visitar para exponerle detalladam ente cuáles eran sus planes. Al general le pareció una gran idea aquel proyecto y le p ro ­ m etió que aquel m ism o día telegrafiaría al Jefe suprem o del E jército E xpedi­

cionario, don L eopoldo O ’Donnell, que a la sazón se encontraba en Ceuta, dándole cuenta del proyecto. La contestación del conde de L ucena no se hizo esperar. El telegram a decía escuetam ente: “ ¡V enga la batería de cohetes!” .

Cuando el cap itán O rús y sus com pañeros tuvieron conocim iento de que esas baterías eran bien aceptadas por O 'D o n n e ll, pusieron m anos a la obra con m ayor entusiasm o. El general D e los R íos consiguió que la M arina les fa­

cilitase ocho tubos lanzadores y 432 cohetes con sus rabizas o tim ones corres­

pondientes. El personal técnico y la tropa les fue facilatada p o r el Regim iento.

La tarea no resultó nada fácil; p ero hom bre tenaz, las fue resolviendo se­

gún se le presentaban. L a prim era de ellas fu e la de adaptar los m ontajes utili­

zados por la M arina a los bastes de los m ulos; otro contratiem po lo sufrió cuando probaron la eficacia de los cohetes al reventar uno de los tuvos lanza­

dores y resultar h eridos unos servidores de la pieza, aunque ninguno de ellos resultó con lesiones graves. Otro fue el de reventar los propios cohetes dentro d e los tubos, seguram ente por defecto de fabricación o por el tiem po que lle­

vaban alm acenados e n la Cartaca. D on E nrique de la V ega, coronel de A rti­

llería, dice: “En algunas ocasiones, el fuego que producía el m ixto de la carga al encender el estopín se cortía por el ánim a hasta el propio cohete, provocan­

do la explosión” .

Tam bién ese n uevo inconveniente se arregló de inm ediato al encargarse la Pirotecnia M ilitar de Sevilla de la fabricación de nuevos cohetes, y tanta p risa se dieron en la o b ra que el 28 de diciem bre de ese año d e 1859, las bate­

rías desem barcaban en C euta al m ando del capitán O rús y B arcaiztegui; pero aún surgieron p roblem as, y de los ocho tubos lanzadores sólo quedaron cuatro

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que, aunque bastante deteriorados, aún podían hacer fuego. N o obstante, el general O ’D onnell ordenó al capitán O rús que regresara a E spaña con su b a ­ tería de cohetes. E sta orden sorprendió al capitán y puso en juego toda su in ­ teligencia y persuación hasta conseguir que el general le concediera tres días para poner a punto el m aterial y poder continuar prestando sus servicios en cam paña. Solía decir que todos los problem as se acabarían cuando fuesen fa ­ bricados buenos cohetes, y añadía: “El que los cohetes no sirvan porque re ­ vienten es lo m ism o que afirm ar q ue los hom bres son inútiles porque algunos cogen el tabardillo y se m ueren”.

A provechó sin descanso el plazo de los tres días que el general le había concedido, y pudo presentarle los cuatro tubos perfectam ente reparados y cuatro artefactos construidos con tiras de m adera forradas de chapa de latón y form ando ángulos diedros, para e l apoyo del cohete, y en las pruebas rea liza­

das su funcionam iento fue perfecto, quedando O ’D onnell satisfecho.

S obre la eficacia de esas balerías de cohetes dice don Pedro A. de A lar- cón: “P arten com o centellas, hendiendo el aire con estridente ruido; penetran com o culebras de fuego en las haces infieles; serpean, saltan y vibran su larga cola, azotando con ella a peones y caballeros, y reventando, en fin, sem bran­

do el estrago y la m uerte por todas p artes”.

T am bién uno de los colaboradores del capitán O rús, el teniente N avarre- te V elahidalgo, escribió una obra m uy interesante titulada D e W ad-Ras a S e ­ villa, hoy difícil de encontrar, en la que trata con todo d etalle lo que eran esas B atería de C ohetes, que fueron tan eficaces en las acciones contra G uad-el- Jelú, llave para la conquista d e Tetuán.

Tal im portancia tuvieron esas baterías de cohetes que seis años después de term inada la guerra — la p az se firm ó en W as-R as el 2 6 de abril de 1860 y veinte días antes estaban de regreso en España las baterías— , el cónsul del sultán de M arruecos en G ibraltar escribía al capitán de A rtillería Sr. H alcón y V ilasis una carta redactada e n los siguientes térm inos:

“ Sr. D n. R afael H alcón y V ilasis. - C apitán de A rtillería. - M uy Sr. m ío:

En virtud de los desinteresados ofrecim ientos que se sirvió V .S . hacer a S.M . El E m perador de M arruecos cuando acom pañó los cañones que se dignó S.M . la R eyna de E spaña regalarle, m e tom o la libertad de m o le sta r a Su S eñoría, rogándole m e haga el obsequio d e proporcionarm e las instrucciones y m aqui- nism o para la fabricación de C ohetes a la C ongreve, acom pañándolo de la c o ­ rrespondiente explicación para poderlos hacer y p reparar para usarlos. -Este fav o r lo solicito en cum plim iento con órdenes que he recibido a este objeto d e m i S eñor y A m o El Em perador de M arruecos quien le S erá a V.S. d eb id a­

m ente reconocido. - Si V.S. conserva la m em oria, de estos C ohetes a la C on-

(23)

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Carta autógrafa enviada por el em bajador de M arruecos en Gibraltar al capitán de Artillería D. Rafael Halcón,

publicada p o r el coronel de la m ism a arm a D. Enrique de la Vega en el ABC de A ndalucía el 27 d e m ayo de 1982

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greve se hizo referencia en aquel entonces y si m erezco este favor, V.S. te n ­ d rá la bondad de pasarm e los detalles de su im porte para enseguida rem itirle su equivalente. - E ntretanto tengo el h onor de ofrecerm e a sus órdenes A ten­

to y Seguro S ervidor q.s.m .b.”.

Claro está q ue tam bién hubo m uchos otros vascos y vascos navarros que se asentaron en m uchos pueblos de A ndalucía, particularm ente en la provin­

c ia de Cádiz, que fu ero n grandes benefactores en las localidades de su resi­

dencia. En el Puerto de S anta M aría destacaron los Bizarrón, E giarreta y otros m uchos que costearon las reparaciones de iglesias y conventos que p o r falta d e m edios económ icos para m antenerlos se venían abajo, así com o la crea­

ción de hospitales com o el de la M isericordia y el de m ujeres, “que se m orían e n las calles o portales sin asistencia m édica alguna” ; pero sobre esto hablare­

m os en otra ocasión.

Tam poco d ejarem os en olvido a ilustres próceres com o los A raníbar, Im- blusqueta, Ipañarrieta y Zum aya, quienes tam bién aportaron grandes sum as de dinero para atender a las necesidades de los portuenses creando refugios p a ra los desvalidos y escuelas.

F U E N T E S :

SANCHO MAYI, Hipólito: Historia del Puerto de Sta. María desde 1259 hasta ¡800.

CAMBOSSIO y VERDES, Nicolás: Historia para la Biografía y Bibliografía de la Is­

la de Cádiz.

CARDENAS BURGUETE, Juan: D+on Francisco Javier de Uriarte y Borja.

LOSADA CAMPOS, Antonio: Hechos y hombres de la batalla de Alcolea+. Artículo publicado en la revista "Omega", de la Excma. Diputación Provincial de Cór­

doba. núm. 5, correspondiente a los meses de febrero-julio de 1970.

DE LA VEGA. Enrique: Serie de artículos publicados en el ABC de Andalucía bajo el título genérico de Recuerdos Sevillanos entre e l l 9 de mayo y el 22 de agosto de

1982.

Referenties

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