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Las máscaras de España en el siglo XIX

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La identidad española en los artículos de Mariano José de Larra

Por Judith Koole

Directora: Dr. C.M.H. Raffi-Béroud

Romaanse Talen en Culturen Spaans

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España está, como todos los países, sometida a fluctuaciones sociales, políticas y económicas. Un país siempre está desarrollándose, perdiendo en el proceso algunas viejas costumbres, pero siempre conservando la propia identidad.

España no se desarrolló tan rápidamente como los otros países europeos. En el siglo XIX la Península estaba dividida en diferentes partes, que tenían todas sus propias costumbres, sus propios rituales, su propia comida, su propio vestido y su propia lengua. Además, la sociedad estaba claramente dividida en la clase alta, media y baja, cada una con su propia conducta. No obstante, en España como en el resto de Europa los movimientos lingüísticos y filosóficos de cepa romántica del siglo XIX aspiraban a formar estados nacionales. El Estado-nación tenía por ideología el nacionalismo “de fronteras adentro”. Así surge el nacionalismo de “patria chica” y no existe “el español”. En este laberinto, Mariano José de Larra buscaba el sentido común.

Como un país siempre está desarrollándose, un individuo también lo hace. Esta tesina forma el cierre de mis estudios de licenciatura Romaanse Talen en Culturen (Spaans) que empecé en septiembre 2001.

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Prólogo i

Índice ii

Capítulo 1 – Introducción 1

§ 1.1 - El trasfondo 1

§ 1.2 - El marco histórico 3

§ 1.3 - El objetivo, la hipótesis y el método de investigación 4

Capítulo 2 - El romanticismo y el liberalismo en la primera mitad del siglo XIX 6

§ 2.1 - El desarrollo de las dos tendencias 6

§ 2.2 - La cosmovisión y la imagen humana 8

§ 2.3 - El pensamiento de Larra 11

Capítulo 3 - La identidad española en el siglo XIX 15

§ 3.1 - La identidad colectiva 15

§ 3.2 - La identidad individual de Larra 17

Capítulo 4 - La máscara literaria “El Duende” 20

§ 4.1 - El café (26-02-1828) 21

§ 4.2 - Corridas de toros (31-05-1828) 25

§ 4.3 - El desarrollo del “Duende” 29

Capítulo 5 - La máscara literaria “El Pobrecito Hablador” 31

§ 5.1 - ¿Quién es el público y donde se encuentra? (17-08-1832) 32

§ 5.2 - Empeños y desempeños (26-09-1832) 35

§ 5.3 - El casarse pronto y mal (30-11-1832) 37

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Capítulo 6 - El alter ego “Fígaro” 51

§ 6.1 - Representación de El si de las niñas (09-02-1834) 52

§ 6.2 - La sociedad (16-01-1835) 54

§ 6.3 - Un reo de muerte (30-03-1835) 57

§ 6.4 - El duelo (27-04-1835) 60

§ 6.5 - El ‘album’ (03-05-1835) 62

§ 6.6 - Modos de vivir que no dan de vivir (29-06-1835) 64

§ 6.7 - El día de difuntos de 1836 (02-11-1836) 66

§ 6.8 - La Nochebuena de 1836 (26-12-1836) 70

§ 6.9 - Desde “El Duende” a Fígaro 73

Capítulo 7 – Conclusión 75

§ 7.1 - Introducción 75

§ 7.2 - Las conclusiones en cuanto a la cultura, la sociedad y el Estado 76

§ 7.3 – La conclusión 80

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Capítulo 1 - Introducción § 1.1 - El trasfondo

Hoy en día tenemos una variedad de periódicos. Los más conocidos son El Mundo, El País,

ABC y El Periódico, dejando los periódicos regionales aparte. Con esta variedad de periódicos

tenemos también una variedad de periodistas y columnistas, y dado que las noticias son siempre subjetivas, una variedad de opiniones. En la prensa vemos secciones como opinión, nacional, internacional, economía, ciencia, ecología, deportes, sociedad, cultura, tecnología y gente. El periódico es una fuente importante de información para todos sus lectores, quienes tienen la oportunidad de dar su opinión en el periódico.

Esta libertad de expresión está fijada en la constitución nacional y la libertad de prensa es estipulada por la ley de las Cortes de Cádiz. Las Cortes reconocieron por primera vez en la historia de España la libertad de imprenta mediante el decreto de 10 de noviembre de 1810. No obstante, sólo a la muerte de Fernando VII en 1833 se instauró una libertad de prensa. Con esto se puso fin a una legislación restrictiva en esta materia. (Zavala, 1972: 43)

Los primeros periódicos son del siglo XVIII, de un solo escritor, y fue una prensa didáctica. Durante el reinado del rey francés, José Bonaparte, en la Península, surgió una prensa afrancesada; una prensa de opinión. Los lectores eran de la burguesía, porque ellos podían comprar un periódico. Consecuentemente la prensa reflejó los gustos y los valores de la burguesía, con lo cual las imágenes y modas literarias iban a cambiar. La prensa vino a ser una difusión de ideas y de literatura. La prensa se desarrolló en los núcleos urbanos y contó de ahora en adelante con una prensa popular y una prensa ilustrada.

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A la muerte del rey, en 1833, las condiciones se liberalizaron. Con la amnistía de María Cristina y la política del viejo liberal Martínez de la Rosa, regresaron los emigrados. Volvió entonces a instaurarse una libertad de imprenta. Los periódicos con ilustraciones se lanzaron al mercado. La transcripción visual del texto era un buen argumento de venta. (Servodidio, 1976: 71-75) También se formó la prensa de carácter político y la prensa cultural con artículos de costumbres, de crítica social y teatral y artículos de divulgación científica. Mariano José de Larra (1809-1837) empezó a escribir dentro de este contexto. En 1828 fundó su primer periódico, llamado El Duende Satírico del Día.

Los principales escritos de Larra son artículos de crítica teatral, de sátira literaria y política y cuadros de costumbres. Este costumbrismo se desarrollaba con la prensa y daba la impresión de pertenecer a una nación. Los costumbristas redactaron crónicas sobre todo lo que estaba a punto de desaparecer, en cuadros, o sea textos breves. Se interesaban por aquellos aspectos de la realidad que eran típicos de una región o área española. Se puede decir que el costumbrismo era una evasión de la realidad, del contexto de violencia. La violencia se manifestó en la oposición entre los conservadores y los liberales durante todo el siglo XIX.

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§ 1.2 - El marco histórico

El siglo XIX comenzó con la guerra de independencia (1808-1814). Carlos IV y Fernando VII abdicaron sus derechos a la corona en Napoleón que había ocupado España con sus tropas. Pero el pueblo se rebeló y se crearon varias Juntas Provinciales que asumieron el poder al margen de las instituciones de gobierno, y luego formaron una Junta Central. Napoleón nombró a su hermano José rey de España. Los que aceptaron al nuevo rey, los afrancesados, eran considerados como traidores por el pueblo, aunque muchas veces sólo eran personas que querían reformas.

La primera Constitución española de 1812 (Cádiz), de inspiración liberal, estableció una monarquía constitucional, con separación de los poderes. No obstante, sectores sociales como la nobleza, los eclesiásticos y los campesinos no la aceptaban y deseaban la restauración del absolutismo. Ellos eran llamados absolutistas por los liberales que eran los partidarios de la Constitución.

Napoleón devolvió la corona de España a Fernando VII en 1813 y con este acto empezó la primera etapa en la cultura española del siglo XIX: la “polémica calderoniana” (1814-1820). Es llamada así por la polémica entre la crítica clasicista de origen aristotélico y la reivindicación del teatro español de Calderón cuyas obras estaban hasta entonces despreciadas por no atenerse a las reglas clásicas. (Llorens, 1979: 11) La discordia entre los conservadores y liberales también se manifestaba en la literatura, no sólo en la política. Fernando VII comenzó su reinado con una dura represión contra los liberales. Muchos salieron al exilio, otros intentaron fomentar levantamientos armados contra el absolutismo del rey. Mariano José de Larra se trasladó a Francia en 1813, antes del comienzo del reinado de Fernando VII. Su familia se exilió allí con motivo del trabajo del padre como médico en el ejército francés de José Bonaparte. En 1818 Larra volvió con sus padres a España. En 1820 el pronunciamiento de general Riego1 tuvo éxito y dio pie al trienio liberal (1820-1823). Tras un reducido éxito inicial, Riego proclamó inmediatamente la restauración de la Constitución de Cádiz y el restablecimiento de las autoridades constitucionales.

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La siguiente etapa (1824-1834) recibió el nombre de década ominosa, caracterizada por una enorme represión. Se puede observar cómo se originó la obra de Larra en estos años en que se formaron las tendencias que luego dominaron la España liberal. Los últimos años del reinado de Fernando VII se vieron marcados por el problema de la sucesión al trono. En 1830 la esposa del rey, María Cristina, dio a luz una niña, Isabel, que fue reconocida heredera del trono. Para ello, el rey abolió la Ley sálica, pero al no publicar la pragmática sanción, la abolición no se conocía. El hermano del rey, don Carlos se negó a reconocerla. Cuando murió el rey, las guerras carlistas (1833-1839, la guerra entre los liberales o isabelinos y los absolutistas o carlistas) fueron la consecuencia directa de la cuestión de sucesión. Finalmente en 1839 el Convenio de Vergara estuvo firmado, y reconocía a Isabel como reina. El reinado de Isabel II empezó con la regencia de su madre María Cristina (1833-1844). Pese a una serie de altibajos, durante el reinado de Isabel se impuso en España un régimen liberal o constitucional. Durante el primer tercio del siglo, la economía española sufrió las consecuencias de la inestabilidad política y del absolutismo fernandino, y acumuló retraso. Durante el reinado de Isabel II, empezaba cierta recuperación y España comenzaba a industrializarse, a modernizarse. Desgraciadamente a Larra no le tocó vivirlo, porque se suicidó en 1837.

§ 1.3 - El objetivo, la hipótesis y el método de la investigación

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cuál era la percepción de la identidad en aquel siglo. Las teorías y los trabajos que vamos a usar para estos temas son respectivamente de Schurlknight, Locke (el primer representante del liberalismo) y Kirkpatrick, y Servodidio. El romanticismo es un movimiento cultural y político que surgió en diferentes países europeos en el siglo XIX.

En cada una de las épocas de la historia van a cambiar, según la voluntad, los intereses o las pasiones de los grupos o personas que se las apropian. Esta identidad del pueblo se manifestaba en el romanticismo. Una corriente política que toma la identidad y la individualidad como pauta de su programa es el liberalismo: una doctrina política que defiende las libertades y la iniciativa individual, y limita la intervención del Estado y de los poderes públicos en la vida social, económica y cultural.

Exploramos primero la primera mitad del siglo XIX en España. Investigamos el romanticismo, el liberalismo y la persona que une los dos movimientos: Mariano José de Larra. Después nos ocuparemos del concepto de identidad. Expondremos el concepto de identidad individual y colectiva. Y examinaremos la identidad nacional de España en el siglo XIX, la identidad de Larra (su vida y obra), y un aspecto importante de la identidad: el género, que consiste en los rasgos característicos atribuidos a un sexo por la cultura. Estos rasgos son construcciones culturales que aparecen en la literatura y están determinados socialmente, por consiguiente son variables. Cerraremos los capítulos 2 y 3 con cuestiones parciales. Con la ayuda de estas cuestiones parciales, responderemos la pregunta principal en los capítulos de análisis.

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Capítulo 2. - El romanticismo y el liberalismo en la primera mitad del siglo XIX

En la primera mitad del siglo XIX se desarrollaron dos movimientos culturales y políticos estrechamente relacionados: el romanticismo y el liberalismo. Ambos movimientos empezaron en España en 1833. En este año el rey Fernando VII murió y por fin llegó el turno de la rama ‘liberal’ o ‘subjetiva’ del romanticismo. El romanticismo liberal se expandió y enriqueció el limitado lenguaje del Neoclasicismo dando entrada a lo exótico y lo extravagante. Este nuevo estilo vital de los autores románticos reflejaba el amor libre y el liberalismo en la política. Mariano José de Larra es visto como el romántico liberal por excelencia.

§ 2.1 - El desarrollo de las dos tendencias

La palabra romántico todavía se usa en el siglo XXI. Ahora la gente ve que es importante tener ‘romanticismo’ en las relaciones amorosas. Esto puede significar encender una vela durante una comida o llevar flores a una cita. En otras palabras, romanticismo tiene algo que ver con el amor. Pero en el siglo XIX esto no fue el caso. El romanticismo fue una escuela literaria de la primera mitad del siglo XIX, extremadamente individualista y que prescindía de las reglas o preceptos tenidos por clásicos. También fue la época de la cultura occidental en que prevaleció tal escuela literaria. El romanticismo surgió en diferentes países de Europa a los principios del siglo XIX. Los escritores románticos se resistían al racionalismo de la Ilustración. Con sus libros querían humanizar la sociedad. El escritor romántico portugués Almeida Garrett (1799-1854) formulaba el sentimiento de este tiempo de buena manera: “Sancho Panza gobierna nuestro tiempo, pero Don Quijote volverá” (Garrett en Schenk, 1966: 34)

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proclamando la soberanía del pueblo y las libertades del individuo. Sin embargo, en 1814 el absolutismo resucitó de nuevo para permanecer durante todo el reinado de Fernando VII, excepto la breve interrupción del Trienio Liberal (1820-23). El liberalismo entró en España cuando la regenta María Cristina, madre de Isabel II de Borbón, asumió el trono de España en 1833 después de la muerte de su marido Fernando VII. La transición del antiguo régimen a la sociedad burguesa llevaba un problema consigo: cómo restablecer la tranquilidad en un mundo donde los viejos valores y aún los más recientes se habían desmoronado y cómo encontrar nuevos modelos (Kirkpatrick, 1977: 104). Las soluciones se buscaron en un cambio de la conciencia y en una nueva comprensión de las relaciones: en el romanticismo y el liberalismo.

El liberalismo y el romanticismo tienen muchos puntos de coincidencia. Tanto el liberalismo como el romanticismo traen consigo el individualismo, la igualdad y el universalismo. En el siguiente capítulo volveremos sobre estos temas. Otra pauta importante es la libertad del individuo. Para el romanticismo la libertad implica que el individuo esté sólo, sin rey ni ley. En esta situación ideal, el ‘yo íntimo’ puede desarrollarse al máximo. Además, en la literatura el escritor tenía esperanza en sí mismo, en su yo y creía en su importancia individual. La libertad implica para el liberalismo que el Estado no interviene. Un gobierno liberal es un gobierno limitado en que el individuo tiene la oportunidad de realizarse. La sociedad ideal es una sociedad de hombres libres respetando los derechos de unos y otros. Por tanto, según la teoría liberal, el Estado debe seguir una política de mínima intervención. Ésta se sustenta por un lado en la convicción de que cada individuo buscará lo mejor para sí mismo, y por otro en que las relaciones sociales surgidas de este modo tenderán a beneficiar a todos. La labor del Estado es corregir los casos en que esto último no se cumpla. En el Segundo

tratado sobre el gobierno civil de John Locke2 fue la primera vez que los elementos centrales

del pensamiento se cristalizaron en un movimiento político.

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§ 2.2 - La cosmovisión y la imagen humana

En el siglo XIX había dos Españas: la España tradicional y la España moderna. La primera representaba el catolicismo, la lealtad a la monarquía y la nostalgia. Los partidarios de la segunda miraban a Europa; querían un desarrollo económico más rápido y una política democrática liberal. Ambas Españas estaban representadas en el romanticismo: en la rama histórica y en la rama liberal.

También el romanticismo mismo se puede dividir en dos corrientes: el romanticismo universal -interés por la naturaleza, el Weltgeist3 y el tipo de arte- y el romanticismo nacional –interés por la historia y la lengua del pueblo. Esta segunda corriente se manifestaba en la literatura y es la que interesa más para el tema de esta tesina. Los escritores aludían a los héroes españoles del pasado o a la Edad de Oro, la época en que todo estaba bien. El romanticismo nacional se revelaba por su interés por la propia lengua y por la historia y héroes comunes. Este interés por la cultura nativa podemos clasificarlo como una búsqueda de la propia identidad. Por su parte, la búsqueda lleva a un tipo de nacionalismo. En Teoría y

práctica del nacionalismo literario en Ignacio M. Alamirano Grudzinska (1982) define el

nacionalismo como “ […] la expresión de una reacción frente a un desafío extranjero que se considera una amenaza para la integridad o la identidad nativas y que su contenido implica la búsqueda de una autodefinición. Esta búsqueda lleva a la exploración del pasado nacional para encontrar enseñanzas y inspiración que sean una guía para el presente.” (Grudzinska, 1982: 247)

El romanticismo universal es más bien un sentimiento. La máxima aspiración del individuo era estar solo, sin ley ni rey. (Gies, 1989: 166) En toda Europa existía un tipo de decadencia y por eso parecía lógico que la gente quisiera huir del presente y vivir en el pasado. La gente quería ser libre en la vida e incluso en la muerte. Relacionado con el concepto de

Weltgeist está el concepto de Weltschmerz (fastidio universal), un tipo de nihilismo que

consiste en el sentimiento de que no hay fe cristiana, aunque la fe cristiana puede traer consolación, ni progreso mundial. La liberación de esta situación sería el suicidio que es la

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negación de toda forma de vida. Eso es la opción más extrema, que elegirá Larra. Otra opción para huir del presente es el sentimiento de nostalgia. La última elección para escapar de la vida contemporánea es el culto a la fantasía, que está más presente en los sueños. Éstos son lo más dulce y quizás lo más verdadero que encontramos en la vida. Larra usa el concepto del sueño entre otros en sus artículos El café y El mundo todo es máscaras, Todo el año es carnaval. Este tipo de negativismo, huir de la situación actual, fue el resultado de la dura represión del régimen de Napoleón y después de Fernando VII. Por eso los habitantes de la Península consideraban negativamente el presente y el futuro, y querían escapar de la situación contemporánea. Al mismo tiempo nacían los nacionalismos contra el gobierno y cada pueblo desarrolló sus propias señas de identidad.

El romanticismo en su totalidad está basado en el organicismo y el historicismo. (Schurlknight, 1998:74) Cada nación tiene su propio carácter orgánico y único. Esto vale también para cada persona. El individuo no está moldeado en un modelo del mundo mecánico y estructurado, sino que es una persona con una naturaleza específica y única. El organicismo es aquella doctrina que afirma que no se puede explicar la vida y sus funciones a partir de postulados mecánicos: los seres vivos son organismos complejos caracterizados por un funcionamiento inmanente. No obstante, hay cierta tensión entre el individualismo y las demandas de una vida colectiva y social. El peligro de ello, hay que buscarlo en la tiranía o la dictadura. Los liberales temían también este peligro. Según el liberalismo “el estado debe ser un conjunto de pesas y balanzas en el que se contrapesen los distintos poderes que ostenta sobre el individuo, para que ninguno pueda devenir en tiranía.” (Kirkpatrick, 1977: 122)

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la vida. El romanticismo mina el concepto de una perspectiva generalizada. Cada ser humano tiene su propia identidad.

Aunque el hombre es una persona individual existió amor y amistad en el romanticismo. El subjetivismo y, relatado a él, el amor, fue muy importante durante la época. El romántico reconocía diferentes características en el espíritu masculino y femenino. Para el romántico el hecho de que hubiera tantas posturas diferentes en la vida era un hecho positivo y sano. Según él ambos sexos tenían su propio enfoque de la vida, de los valores espirituales e intelectuales; ambos tenían razón. La mujer completaba el hombre y al revés. Esta relación entre hombre y mujer consiste en los rasgos característicos atribuidos a un sexo por la cultura. Estos rasgos son construcciones culturales y están determinados socialmente, por consiguiente son variables. En una sola palabra: se trata del género. El ideario de Mariano José de Larra se parece mucho al del romanticismo progresista y del liberalismo, como veremos más adelante.

Como se puede deducir del apartado anterior, la verdad no estaba en el exterior sino en el interior del hombre: el yo íntimo. Esta imagen humana se reflejó también en las artes como la pintura, el teatro, la prosa narrativa sentimental y el periodismo. En la prensa surgió el costumbrismo: la atención que se presta al retrato de las costumbres típicas a punto de desaparecer de un país o región. Es un género literario que reúne la descripción de formas de vida colectiva, de ritos y hábitos sociales. Son los acontecimientos sociales contemporáneos que afectaban e interesaban a la colectividad y están íntimamente ligados al romanticismo. La profundización del sentimiento nacionalista y la conmoción espiritual producida por las guerras napoleónicas avivaban la corriente en la literatura. Se desarrolló cuando la revolución industrial que empezaba, presagiaba ya que una serie de valores y tradiciones rurales se estaban perdiendo o se iban a perder. El costumbrismo también sirvió para describir con realismo el espíritu de una nueva clase social urbana, la burguesía que conquistó el poder en el siglo XIX.

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§ 2.3 - El pensamiento de Larra

Mariano José de Larra era un verdadero romántico liberal. Era un escritor polifacético: era liberal, costumbrista, crítico literario, autor dramático y poeta. Con sus escritos intentaba cambiar el orden social español completo, pero no percibiendo resultados positivos, comenzó a frustrarse, y acabó suicidándose.

Larra era una persona idealista, con sus artículos quería cambiar la sociedad española. De esa manera se puede decir que tenía ideas ilustradas, pero de estilo romántico. Sin embargo, no rechazó las ideas del Romanticismo. Su actitud hacia el movimiento estético cambiaba, en primera instancia aceptó el Romanticismo aunque le parecía “desandar lo andando” (Larra en Escobar, 1973: 172). Luego, cuando la libertad en política y en literatura fueron por delante de la evolución social, el romanticismo literario, identificado con el liberalismo político le pareció una precipitación, algo así como estar “tomando café después de la sopa”. (Larra en Escobar, 1973: 172)

Mariano José de Larra

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literatura es la expresión del progreso social que da lugar a que los hombres sepan y comprendan la naturaleza dinámica de la sociedad. De la misma manera el escritor debe comprometerse a exponer la verdad, con una lúcida percepción de la realidad. También tiene que responsabilizarse con esa sociedad cuya conciencia de sí misma contribuye a formar.”(Larra en Kirkpatrick, 1977: 204) Por eso, el costumbrista criticaba un aspecto del Romanticismo: la tendencia a crear una imagen de oposición irreconciliable entre sociedad e individuo y a apartarse de la responsabilidad social realizando una literatura de evasión. Según Larra, el escritor tiene una tarea social. Larra disputaba mucho con otros escritores sobre este tópico en el café del Teatro del Príncipe, el principal lugar de reunión de los románticos en Madrid. Esta tertulia se denominó el Parnasillo.

Como ya dicho, Larra fue educado en la tradición del siglo XVIII: neoclasicismo, literatura útil y placentera, pero también con tendencias al realismo. Anticipándose a las novelas realistas de su siglo, consideraba que la literatura debía revelar cómo las vidas individuales están ligadas a los grandes movimientos y conflictos sociales de los que formaban parte. No obstante, Larra tenía miedo a este concepto del organicismo. Para él no existía sólo lo único e individual con sus rasgos característicos específicos, sus propias leyes y metas. Larra siempre tenía una lucha interior entre su voz de dentro, subjetiva e individualista y la voz de Fígaro. La primera le dijo que tenía que perseguir sus sueños, y la segunda era más idealista y socialmente orientada.

Larra tenía una creencia optimista según la cual el progreso está ligado a una concepción más o menos democrática de la sociedad. Son los hombres, libres para actuar según su racionalidad inherente, los que pueden crear ese orden natural que mejor sirva su felicidad. (Kirkpatrick, 1977: 113-114) El escritor tenía respeto por la ciencia y consideraba el avance técnico como uno de los fundamentos de la nueva sociedad. Larra sugería que la clase media oprimía a las masas y explotaba su fuerza durante las revoluciones. Lo que Lara dice es que, en la medida en que todas las estructuras de poder tienden a perpetuarse, el sistema legal de la clase media no va a dejar lugar al cambio radical.

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siete pecados capitales del catolicismo - la lujuria, la gula, la codicia, la ira, el celos, la soberbia y la pereza. También dijo que rechazó el concepto del derecho divino de los reyes. Larra opinó que “Se necesita progreso en las estructuras económicas que conducen al desarrollo del comercio y la industria y una aceptación de la concepción liberal del poder político basado en el pueblo y no en el derecho divino de los reyes.” (Larra en Kirkpatrick, 1977: 155) Estrechamente relacionado con la preocupación de Larra por los problemas sociales estaba su interés por la política. Aunque jamás actuó como portavoz oficial de un partido político en concreto, Larra se nos presenta, en la mayoría de sus artículos, como un firme defensor de las ideas liberales. Según él son necesarias la educación y la libre expresión.

De 1828 hasta 1833, Larra escribió en tres diarios: El Duende Satírico del Día, El

Pobrecito Hablador y La Revista Española. Siempre narró a partir de otros, sus máscaras

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Capítulo 3 - La identidad española en el siglo XIX

Como estamos indagando la identidad española a través de los artículos de Larra, tenemos que saber si había una conciencia de identidad propia entre los españoles en el siglo XIX. En este capítulo veremos las grandes líneas del desarrollo de la identidad española. A continuación examinamos la vida de Larra, visto que Larra describía la identidad de los españoles desde su propia identidad. La identidad se puede definir como “conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás.”(DRAE, 2001) La identidad española del siglo XIX es un concepto complicado, porque no había un sentimiento de unidad entre los compatriotas.

Hay una relación estrecha entre la conciencia de la identidad nacional y la conciencia de la lengua, tradición y cultura propia. La cultura indica determinado estilo de vida que es propio de un grupo, de un periodo o de un pueblo. Cuáles rasgos de España la diferenciaban de los demás países, lo veremos en los siguientes párrafos.

§ 3.1 - La identidad colectiva

La formación de la propia identidad española empezó sólo en el siglo XV. Desde este siglo los gobernantes de España intentaron formar un estado estable. Al comienzo de la Edad Moderna, los Reyes Católicos reunieron en sus cabezas la mayoría de las coronas peninsulares para formar una monarquía cuyas fronteras coincidían casi a la perfección con las de la actual España. (Pensamiento crítico, 2006) La función nacionalizadora de la monarquía se ejercía sobre todo por medio de guerras. Estas guerras suponían la existencia de enemigos comunes y promovían el surgimiento de una imagen colectiva.

La Contrarreforma desempeñó el papel moldeador de la identidad colectiva que en otros países correspondió a la Reforma protestante.

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homogeneización cultural, especialmente cuando la invasión napoleónica puso en sus manos los destinos del país. (Pensamiento crítico, 2006)

A partir de 1808 existía algún tipo de identidad colectiva que respondía al nombre de “española”. En el conflicto bélico de 1808-1814 se utilizaba ya un lenguaje usando palabras y términos nacionales: quien hasta entonces se reconocía como “vasallo del Rey de España” comenzaba a identificarse como “español”. En las Cortes de Cádiz, los términos de “reino” y “monarquía” fueron sustituidos por los de “nación”, “patria” y “pueblo”. Las élites modernizadoras aprovecharon la ocasión para intentar imponer un programa de cambios sociales y políticos. Era el régimen opresivo de Napoleón que llevó toda la Europa a una nueva forma de la conciencia nacional.

Sin embargo, España no era una comunidad con homogeneidad lingüística y cultural. Se hacía necesaria una etapa de afirmación de identidades culturales. Las palabras claves para esa afirmación eran la nación, el estado, la raza y el lenguaje. En las nuevas, grandes naciones los habitantes eran anónimos. Los medios de comunicación, y en gran medida la prensa, ofrecían la posibilidad de cambiar la gran masa anónima en “comunidades imaginadas” (Anderson, 1995: 19). Para llegar a este tipo de comunidad un grupo necesita símbolos identificadores: lengua, formas de vestir, banderas, himnos y monumentos. Un ámbito prioritario era la historia o “memoria colectiva”. Al leer los mismos relatos los nacionales se imaginan a sí mismos de la misma manera, se identifican con los mismos héroes. A la vez se cultiva el idioma, instrumento privilegiado de cohesión de la comunidad imaginada. (Leerssen, 1999: 81) Por todas partes en España se intentó re-actualizar el pasado. Tan grande fue la necesidad de una tradición nacional, que se atendía a la demanda por medio de falsificaciones o embellecimientos: invention of tradition (la invención de la tradición).

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finales del siglo XIX, los intelectuales habían conseguido completar la construcción de todo un edificio cultural, aprovechando al máximo las creencias y tradiciones heredadas. Contaban con el estado como instrumento fundamental para la modernización económica y social del país. El pueblo y la cultura popular pertenecían a los importantes fundamentos simbólicos de este sentimiento nacional y común. La identidad nacional dominaba todo el pueblo; desde la clase alta hasta la clase baja.

§ 3.2 - La identidad individual de Larra

Si bien la mayoría de la gente pensaba que la identidad de una persona depende de nature, la verdad es que la identidad individual también depende de nurture. Según el padre del liberalismo, John Locke, la identidad de un hombre es variable; como la de un roble. La identidad consiste en: “nothing but a participation of the same continued life, by constantly

fleeting particles of matter, in succession vitally united to the same organized body. In neither case is it required for identity over time that any particular particle of matter remain constant.” (Locke en Jolley, 1999: 71) Como veremos en el análisis del artículo La sociedad,

Larra podría ser seguidor del filósofo.

Tampoco la identidad de Mariano José de Larra es un concepto constante. Hay ciertos acontecimientos en su vida que cambiaron su identidad. Larra nació en Madrid en 1809. Su padre fue un medico militar afrancesado, su madre de origen extremeño. En 1813 su padre se desterró voluntariamente a Francia. Allí se quedó con Mariano José hasta 1818, fecha en que Fernando VII concedió amplia amnistía a los desterrados. Así durante los cinco años de su infancia, Larra recibía clases en Francia. El conocimiento del francés debió servirle de perfecto medio de expresión para estar en contacto permanente con la cultura francesa. También estaba en contacto con culturas ajenas durante sus viajes por Europa en 1835; viajó por Francia, Bélgica, Inglaterra y Portugal.

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manifestar en prosa su verdadera personalidad, publicando en 1828 el periódico El Duende

Satírico del Día. Posteriormente el escritor se enamoró de una mujer mucho mayor que él que

resultó ser la amante de su padre. Este fue un punto crítico en su vida, que alteró su carácter completamente. Sin embargo, en 1829 se casó con Pepita Wetoret y Velasco. La boda infortunada iba a servirle de título y asunto para uno de sus más celebres artículos: El casarse

pronto y mal. El matrimonio muy pronto comenzó a ser desgraciado, porque acaso el mismo

año de la boda inició sus relaciones adúlteras con otra mujer, Dolores Armijo de Cambronero. Ella fue el gran amor trágico de su vida y de su muerte. El año 1834 rompió definitivamente con su mujer con la que dejaba a sus hijos. Precisamente en este año, el satírico se enamoró de la cantante Judith Grissi. Esta vez fue un amor pasajero, de escasa duración.

Larra se inició como poeta neoclasicista, evolucionó luego hacia el costumbrismo, la sátira política y la crítica literaria. Cuando Larra empezaba como periodista, el artículo había sufrido transformaciones importantes en forma y contenido a partir de su antecedente clásico. El artículo ahora tenía que ser breve y como el diario buscaba un círculo de lectores más amplio, se hizo necesario para el periodista animar su material, por ejemplo usando la ironía, con el fin de mantener el interés de sus lectores. Además de las consideraciones teológicas, ahora los aspectos económico, social y político de la vida humana requerían un examen más detallado. (Servodidio, 1976: 15) Dos elementos ausentes en el cuadro clásico asumen también mayor importancia en el moderno artículo: el interés por la sátira política y el énfasis en lo pintoresco. Desde el principio, los escritos de Larra mostraban su fe en el espíritu crítico que pone en tela de juicio las costumbres y la autoridad tradicionales y en la libre expresión. Como escritor satírico Larra escribía de tal manera que sus lectores estuvieron de acuerdo con él: el público también tenía que condenar los actos y los hombres que el satírico considera como viciosos. (Pollard, 1970: 3) A título de ejemplo: Larra criticaba a los hombres perezosos en sus artículos El café y Vuelva usted mañana.

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ego, es el más implicado en la política. Es muy preocupado y confía en los liberales. Su nombre de Fígaro4 está basado del personaje de Beaumarchais.

En el fondo Larra era un escritor costumbrista. Eran muy variados sus fines, su temática, sus propósitos y estilos. En ningún caso intentaba divertir ni describir lo pintoresco simplemente, ni se contentaba con hacer reír al lector. Hay en Larra estas dos caras: la de lo humorístico y la de la gravedad pensativa. Larra es el payaso que llora. Pasaba su mensaje por medio de diferentes técnicas, como el artificio del observador extranjero o la anécdota, y del estilo, por ejemplo lo comparativo o la repetición. Percibía perfectamente que la labor del escritor satírico es trascendental y que podía realizar una profunda función regeneradora. Larra estaba descontento con lo que estaba pasando en España. Si hería a quien le leía, lo hacía para corregir sus defectos y debilidades de comportamiento. En el siguiente capítulo veremos cuáles son estos defectos en los españoles y en la identidad española.

Con la ayuda de las características descritas en este capítulo y en el capítulo anterior podemos analizar si el contenido de los artículos de Larra refleja la identidad española del siglo XIX, y si Larra quiere modificar esta identidad. Las tres cuestiones parciales que deducimos de los conceptos del romanticismo, liberalismo e identidad:

1. ¿Cómo describe Larra la cultura española y cómo usa la redacción para transmitir su mensaje al público?

2. ¿De qué manera plasma Larra sus personajes y el Estado en los artículos? 3. ¿Qué dicen los artículos sobre Larra mismo?

Basándonos en estas cuestiones hacemos un análisis de los artículos seleccionados del “Duende” (Capítulo 4), del “Pobrecito Hablador”(Capítulo 5) y de “Fígaro” (Capítulo 6).

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Capítulo 4 - La máscara literaria “El Duende”

El “Duende” es uno de los seudónimos más conocidos de Larra. Es una reencarnación del picaresco ‘diablo cojuelo’ de Luís Vélez de Guevara, que levantaba los tejados de Madrid para ver las costumbres de sus ciudadanos. (Ballesta, 1982: 54) Con Vélez de Guevara, se ha formado la tradición del “diablo cojuelo” como observador satírico de las costumbres. En el siglo XIX el “Duende” llega a ser una representación del costumbrismo. (Escobar, 1973: 107) El “Duende” de Larra hace más que solamente ver las costumbres. Es un narrador ficticio crítico que observa y ridiculiza las flaquezas sociales. Por su crítica aguda de la sociedad española se puede describirle como un personaje mordaz, excesivo y curioso, pero siempre de espíritu burlón. Además, tiene la intención de revelar la realidad detrás de las falsas apariencias. La idea de ver el mundo por dentro viene también de Quevedo y la había cultivado Diego de Villarroel, en sus Sueños. (Escobar, 1973: 150) Al “Duende” le gusta acudir a los lugares públicos. En los artículos que siguen se presenta en un café y en las corridas de toros.

Además, varios periódicos madrileños de inequívoco matiz satírico estaban titulados El

Duende. La voz “Duende” ofrecía por sí sola connotaciones críticas. El Duende Satírico del Día (1828) de Larra, era un folleto periódico, de un solo autor, que salió por cuadernos de

variable número de páginas. Se publicaron cinco números. Larra ha publicado tan pocos artículos bajo el nombre del “Duende” por dificultades financieras y además Larra mismo dice que el “Pobrecito Hablador” es su punto de partida del costumbrismo.

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§ 4.1 - El café (26-02-1828)

En el primer número de El Duende Satírico del Día apareció el artículo El café. Es una descripción satírica de tipos que concurrían en un café madrileño. Cuando la gente se cansaba de pasear y no tenía ganas de volver a la incómoda casa donde vivía5, se refugiaba en un café, importante elemento de la España del siglo XIX. Los nobles y los burgueses bebían, comían y discutían en este lugar. Los cafés nacieron como lugares sociales donde la sociedad se podía reunir y hablar de todo, es decir, nacían con la (seudo) libertad política. Surgieron con las primeras manifestaciones de independencia en 1808, pero, sobre todo, con el general Riego en 1820. Ser parroquiano y peligroso revolucionario fue todo uno. (Díaz Plaja, 1993: 31).

En El café, escrito en torno al tema de la disimulación de la identidad (por causa de soberbia y pereza), Larra nos presenta al “Duende”: un personaje independiente y solitario. Se instala en un café y allí observa, como siempre, atentamente los movimientos y las palabras de los visitantes. El “Duende” es un personaje “naturalmente curioso” (Larra en Rubio, 2001: 111) que va al café para pasar el tiempo. Allí se mete en “rincones excusados por escuchar caprichos ajenos, que luego me [el “Duende”] proporcionan materia de diversión para aquellos ratos que paso en mi cama sin dormir […] y río como un loco de los locos que he escuchado.” (Larra en Rubio, 2001: 112). Pero esta vez no tiene motivo para reírse. Esta vez se va a casa con una sensación angustiosa, sin tener ganas de reír de los parroquianos como otras veces. Ahí se mete en la cama y dice sobre el sueño: “[…] es el único que no es quimera en este mundo.”(Larra en Rubio, 2001: 126)

Hay muchos diferentes tipos genéricos que se reúnen en el café: los abogados, los médicos, los “chimeneas”, los ex militares y los literatos. Cada persona quiere pasar por lo que no es. Larra rechaza totalmente estos personajes, salvo el literato, y sostiene que todos ellos necesitan un objeto para funcionar bien en el mundo. Los abogados quedan reducidos a los anteojos y los médicos al bastón. Por medio de esta amplificación de un rasgo exterior distintivo va presentándonos el observador a los demás personajes. Critica a estos tipos

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representativos del siglo XIX, y con eso critica toda España. Los “chimeneas” son fumadores, que con su humo dan la sensación de hacer algo cuando están sin hacer nada. Algunos de los fumadores son “lechuguinos”. El “lechuguino” es el hombre a la moda del siglo XIX, a quien unos envidian, otros imitan y muchos atacan. (Díaz Plaja, 1993: 177) A Larra no le gustan los lechuguinos y lo dice mediante la siguiente exageración: “lechuguinos […] que no acertarían a alternar en sociedad si los desnudasen de dos o tres cajas de joyas que llevan” (Larra en Rubio, 2001; 112) Las circunstancias que distinguen al “lechuguino” son tener dinero, despreciar profundamente lo español, desde la fiesta nacional hasta el cocido, y a causa de ese odio dice todas las palabras francesas e italianas posibles. Casi siempre no tiene nada que hacer, se levanta tarde y va a un establecimiento público a jugar al billar. (Díaz Plaja, 1993: 178) En el billar el “Duende” ve a tres hombres con cierto aire de vanidad e indiferencia hacia todo. Se puede clasificarlos como “pollo”: lo que caracteriza especialmente al “pollo” es su juventud, y de ahí su vanidad y petulancia. (Díaz Plaja, 1993: 185) Además, el “pollo” no tiene dinero. En vez de trabajar va al billar. Así España quedó arruinada porque la gente no quería trabajar con las manos. Una exposición más detallada de estos tipos, se puede leer en Los calaveras.

Artículo primero y Artículo segundo y conclusión.

El médico

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incluso a desafiar los preceptos divinos.” (Díaz Plaja, 1993: 184) Después de haber presentado a los visitantes del café, el “Duende” escucha la conversación de los parroquianos. Esta reproducción “objetiva” de una conversación casualmente oída entre dos extraños es también una técnica de Larra para presentar sus ideas.

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De repente el artículo da una vuelta cuando el “Duende” mismo empieza a discutir con un literato. Esta conversación es también una técnica de Larra para sugerir ideas. El literato es un hombre erudito que se queja de España: “¿es posible que en España hemos de ser tan desgraciados o, por mejor decir, tan brutos?” y de sus autores: “[…] no podemos [los españoles] tolerar la ignominia de que la cubren hace muchísimo tiempo esas bandadas de seudoautores, este empeño de que todo el mundo se ha de dar a luz, ¡maldita sea la luz!”(Larra en Rubio, 2001: 115) Por medio de la interrogación retórica y la epifonema, Larra nos muestra su opinión sobre la España del siglo XIX. Es un país atrasado sin buena literatura propia. El “Duende” cuenta una anécdota al literato. Un día leyó en la calle un cartelón que decía: El té

de las damas. El “Duende” pensaba que era un remedio contra la histeria, “un mal tan común

en las señoras” (Larra en Rubio, 2001: 119). No obstante, resultaba ser el título de un libro. Según el “Duende” es un título ridículo y él se siente muy desilusionado. El título siembra el desconcierto; “el té” parece ser una solución, pero resulta ser una ilusión: una disimulación. Con esta anécdota Larra también denuncia la relación entre hombre y mujer. La española todavía está supeditada al español. El literato estrepitoso concluye la discusión con las palabras: “[…] amo demasiado a mi patria para ver con indiferencia el estado de atraso en que se halla; aquí nunca haremos nada bueno…y de eso tiene la culpa...quien la tiene… […] ¡Pobre España!” (Larra en Rubio, 2001: 122). Según él, los españoles no ven la situación penosa en que está España. En la inserción explicativa que sigue la conversación Larra usa la antitesis para mostrar su opinión sobre el hombre:

[…] la misma curiosidad de que hablé antes me hizo indagar […] quién era aquel buen español tan amante de su patria, que dice que nunca haremos nada bueno porque somos unos brutos […]; supe que era un particular que tenía bastante dinero, […] comiéndose el pan de los pobres y el de los ricos […] y entonces repetí para mí su expresión “¡Pobre España!”

(Larra en Rubio, 2001: 122).

Con esta observación satírica el “Duende” sostiene que aún el hombre que parece ser erudito, es un hombre disimulador.

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mental de España. Larra elabora este tema presentando tipos y conversaciones referidos por un observador crítico. Así también remite a la identidad colectiva; describe al prójimo, a la historia colectiva y a la relación entre hombre y mujer. Probablemente lo hace para crear una situación reconocible para que los lectores españoles puedan mejorar su vida. En el artículo se puede leer un latente matiz crítico respecto a los habitantes de la Península. Los visitantes del café, salvo el literato, no ven la situación penosa en que está España. No obstante, el literato también es culpable del atraso del país. Este “Duende” romántico y liberal, sostiene que los españoles mismos tienen la culpa del atraso de España. Pero esta constatación no es suficiente para cambiar la vida de los compatriotas.

§ 4.2 - Corridas de toros (31-05-1828)

En este artículo de costumbres la corrida es tema de discusión. En el siglo XVIII la corrida adquirió una gran importancia en la vida de la nación. Pero a los reformistas ilustrados les preocupaba la diversión pública: había una polémica taurina. Según los reformadores el incremento de la afición a los toros ponía en evidencia un aspecto más de la imperiosa necesidad de reformas en la sociedad española. Al pueblo hay que educarle los gustos. (Escobar, 1973: 173) En Corridas de toros vemos al Duende colocarse directamente en la línea de los reformadores. Muestra como la corrida le produce horror entre otras cosas citando a varios escritores conocidos por sus opiniones antitaurinas.6 En el artículo Corridas de toros Larra describe la historia y el desarrollo de la corrida, critica la situación del siglo XIX y termina el artículo con un romance de Calderón de la Barca titulado El toreador nuevo.

En el mundo antiguo el toro divino, considerado recipiente o símbolo del poder sagrado que reina sobre la talasocracia, es elegido como protagonista de rituales. Estos rituales preludian las corridas y juegos circenses. Todavía reina la confusión cuando se habla de los orígenes del toreo. No pocos historiadores afirman que son los musulmanes los introductores en España del arte torear. En la actualidad, la mayoría de los estudiosos rechazan el origen

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musulmán de las corridas. Todos ellos están de acuerdo en que los musulmanes no eran aficionados a estas diversiones. Otra opinión es que los moros celebraban fiestas taurinas, pero fueron consideradas imitación de las cristianas. (GER, 1979: 590, 592) En el siglo XIX, los toros tenían una popularidad inmensa. Los protagonistas eran los mismos hombres del pueblo, que tomaban la dirección de la fiesta cuando los nobles la desdeñaron por influjo francés. (Díaz Plaja, 1993: 336) Larra no se explicaba el fenómeno: en el artículo Corridas de toros se ve que no era amigo de los toros. El escritor describe la corrida como una costumbre brutal de una sociedad brutal.

La corrida

El “Duende” empieza su artículo con dos epístolas que ilustran el artículo principal: una del poeta francés Racine y la otra de Quevedo. La primera hace referencia al pasatiempo brutal de los romanos: las peleas entre hombres y animales en los anfiteatros. Durante el Imperio Romano, los romanos usaron el ‘pan y circo’ para mantener el pueblo en un estado de barbarie. La segunda epístola sostiene un origen moro de las fiestas de toros. Así empieza la primera parte del artículo: la exposición de la historia de la corrida. Según Escobar (1973: 178) esta descripción histórica es un plagio a Carta histórica sobre el origen y progresos de

las fiestas de toros en España de Nicolás Fernández de Moratín. Como dice Moratín, el

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conveniente para expresar su disgusto respecto a la costumbre. “Los españoles sucesores de Pelayo, vencedores de una gran parte de reyezuelos moros que habían poseído media España, ya reconquistada, tomaron de sus conquistadores [...] estas fiestas, cuya atrocidad era entonces disculpable [...]” (Larra en Correa Calderón, 1976: 165) Según Larra la corrida del siglo XIX es una mala costumbre, así prueba que los moros todavía tienen una mala influencia en la cultura española. No obstante, la corrida fue un juego que exigía fuerza y que solo fue practicado por reyes y nobles hasta el siglo XVIII. El “Duende” sostiene que “El primer español que alanceó a caballo un toro fue nuestro héroe, nunca vencido, el famoso Rui o Rodrigo Díaz de Vivar, dicho el Cid, que venció batallas aún después de su muerte. […] cuando el Cid alanceó el primer toro delante de los que le acompañaban, éstos quedaron admirados de su fuerza y de su destreza.” (Larra en Correa Calderón, 1976: 165) Esta alabanza no está descrita explícitamente en el Cantar de Mío Cid (cantar de gesta compuesto alrededor 1200), pero si pensamos que Larra quiere una mejor España podemos comprender porqué alude al héroe: puede ser un ejemplo de invention of tradition. El Cid es un héroe medieval, que alude a un mundo exótico y modélico. Además, la afirmación alude a la historia colectiva, a la propia tradición que debe dar a los lectores un sentimiento de unidad (nacional).

Después de algunos siglos de permitir y de prohibir –aún por Real Cédula- la corrida, el actual rey Fernando VII permitía las fiestas: “[…] rey don Carlos IV y nuestro actual Soberano (que Dios guarde) han concedido en dos temporadas del año cierto número de corridas […]” (Larra en Correa Calderón, 1976: 172-173). Ahora es una festividad para todos: para el entero pueblo español. No obstante, Larra dice que la fiesta se ha vuelto un espectáculo violento:

Pero si bien los toros han perdido su primitiva nobleza; si bien antes eran una prueba del valor español, y ahora sólo lo son de la barbarie y ferocidad, también han enriquecido considerablemente estas fiestas una porción de medios que se han añadido para hacer sufrir más al animal y a los espectadores racionales: el uso de perros […], el de los caballos […] el uso de banderillas sencillas y de fuego […] y aun la saludable costumbre de arrojar el bien intencionado pueblo a la arena los desechos de sus meriendas, acaban de hacer de los toros la diversión más inocente y más amena que puede haber tenido jamás pueblo alguno civilizado.

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El final de cita es una crítica feroz de la época de Larra y de la corrida de su época. El pueblo español se ha vuelto un pueblo brutal y perezoso que vive solamente para la fiesta de toros. En este tiempo sólo se celebraba la corrida los lunes y “parece que los habitantes de Madrid no han vivido los siete días de la semana […]” (Larra en Correa Calderón, 1976: 174). Larra expresa su ideología liberal y progresista exponiendo las malas influencias del reinado de Fernando VII. Como dice la ideología liberal, el Estado se ocupa del sentimiento de la identidad de una nación. Siendo jefe de Estado, el rey tiene que permitir la costumbre española de la corrida. Pero, según el “Duende” la corrida es mantenida por el rey para mantener la nación en un estado de primitivismo y barbarie. Esta vez, el rey tiene también la culpa del retraso de la Península.

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En Corrida de toros el “Duende” muestra ser un escritor sensible que considera que el espectáculo de los toros es muy cruel. La corrida es una diversión para los habitantes de Madrid y en vez de esforzarse por una España mejor, viven todos para este día en que deben “precipitarse tumultuosamente en coche, caballos, calesas y calesines” (Larra en Correa Calderón, 1976: 174). El artículo es una fuerte crítica a los comportamientos de la gente, al rey y al uso de la lengua. El pueblo español quiere pan y toros, y el soberano, que menosprecia el pueblo, satisface a este deseo. La fiesta taurina es un elemento representativo de la sociedad de la brutalidad. Sin embargo, según el Duende la corrida tiene una función doble. Por una parte la fiesta es una tradición ‘típica’ española que trae consigo unidad en el pueblo español. Por otra parte por autorizar esta costumbre, el Estado mantiene a la nación en estado de barbarie. En una sociedad democrática existe algo como la civilización: el Estado responsabiliza a los ciudadanos de su mejor cara, pero en la España del siglo XIX reina la tiranía. No obstante, en el fondo el propio pueblo tiene la culpa: la costumbre hace ley.

§ 4.3 - El desarrollo del “Duende”

Un año después del primer número del Duende Satírico del Día, el periódico dejó de existir. No es sorprendente, ya que la revista estuvo fundada en la década en que los hombres de letras se veían forzados a guardar silencio. Larra intentaba que el Duende Satírico del Día fuera una revista mensual, pero pensamos que fueron las dificultades económicas lo que impidió a Larra continuar la serie de cuadernos. Sin embargo, también censuraban con severas amenazas la conducta irrespetuosa del joven Larra y el “Duende” quedó olvidado. A ello contribuyó también su propio autor. Larra lo excluyó completamente de la colección de sus artículos y situó explícitamente el “Pobrecito Hablador” como punto de partida de su obra. (Escobar, 1973:83)

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Capitulo 5 - La máscara literaria el “Pobrecito Hablador”

Desaparecido el periódico El Duende, su contrincante el Correo Literario y Mercantil, queda como única publicación literaria hasta que el redactor principal lanza por su cuenta Cartas

Españolas. En 1832 Cartas Españolas llegó a ser La Revista Española. Larra entra a formar

parte de la redacción del nuevo periódico encargándose de la sección de teatros. (Escobar, 1973: 272) Poco tiempo después, Larra lanza su Pobrecito Hablador como revista de costumbres, en el cual escribió con el seudónimo del Bachiller Juan Pérez de Munguía. (Rubio, 2001: 127) Este Bachiller es un “Pobrecito Hablador”7; una persona benévola, inofensiva, humilde y de carácter crítico. “Yo vengo a ser lo que se llama en el mundo un buen hombre, un infeliz, un pobrecillo, [...] no tengo más defecto [...] que hablar mucho” (Larra en Rubio, 2001: 128).

En la nueva revista, pone la nueva forma del artículo de costumbres al servicio de la sátira social que había determinado la génesis del “Duende”. La nueva revista puede clasificarse en el mismo género de publicaciones al que pertenecía el Duende Satírico del Día. Era también una revista redactada por un solo autor que adopta una personalidad ficticia expresada con un seudónimo significativo de su carácter crítico. Los escritos de Larra son otra vez ejemplificaciones críticas de lo que el autor piensa de la sociedad y de sus preocupaciones morales. Desde el momento en que lanzó la revista se tomó el trabajo de identificar “El Pobrecito Hablador” con los costumbristas. La preocupación crítica, tiene su expresión en una forma que opera en un doble plano, en el que la reproducción de la realidad está subordinada a la opinión que tiene el autor mismo. Los artículos tienen una forma característica en la que la introducción y conclusión discursivas vuelven de forma explícita sobre las implicaciones de la anécdota central.

Pero la situación de la literatura en 1832 ya no era la misma que en 1828. El tiempo en que Larra escribió con la máscara literaria del “Pobrecito Hablador”, de 1832 a 1833, era un tiempo de muchos cambios políticos. La lucha entre distintas facciones del gobierno dio lugar a una apertura política. (Escobar 1973: 272) Además, la prensa podía esperar una mayor

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libertad en 1833, cuando murió rey Fernando VII y la liberal María Cristina tomó el poder, como regente.

En marzo del año 1833 El Pobrecito Hablador deja de publicar. El personaje “Pobrecito Hablador” se ha muerto; Larra sigue escribiendo en La Revista Española, ahora firmando sus obras con el nombre de “Fígaro”.

§ 5.1 - ¿Quién es el público y dónde se encuentra? 8 (17-08-1832)

En la opinión del “Pobrecito Hablador” el escritor no sólo debe decir la verdad acerca de su sociedad, sino que debe dirigirse al público de manera apropiada. El “Pobrecito Hablador” es un personaje que se dedica a examinar, partiendo de su interés patriótico, los distintos tipos de grupos de personas para ver si tienen fallos, y en ese caso si pueden corregirse. Para saber quién es su público y cómo pasa el tiempo, el Bachiller va en busca de lectores potenciales. Para Larra el público es un conjunto de personas reunidas. Es un colectivo ilustrado, indulgente, imparcial, respetable. Se da cuenta de que el público pierde el tiempo y habla de lo que no entiende, no se entiende siquiera a sí mismo. Para llegar a estas conclusiones, el autor nos ilustra con los ejemplos que es capaz de observar. Pasa por lugares públicos como la iglesia, la fonda y el teatro, ofreciéndonos una representación caricaturesca del comportamiento de la masa en España de su tiempo. Después de la búsqueda tiene que concluir que aunque cada hombre es un ser único, el español en general es un hombre patético que se aferra a las viejas costumbres.

El artículo empieza con un epígrama antiguo contra el doctor don Juan Pérez de Montalván: “El doctor tú te lo pones, / El Montalván no le tienes, / Con que quitándote el don / Vienes a quedar Juan Pérez.” (Lara en Rubio, 2001: 127) La idea de este poema, podemos decir, es la esencia de un hombre. Sin el título que lleva, sólo queda el individuo con su propia identidad. Partiendo de este poema, Larra elabora el tema de que el público español necesita una identidad propia.

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El “Pobrecito Hablador” puede encontrar su público en los días y parajes en que suele reunirse más gente. Consecuentemente se va el domingo a la iglesia, porque la fe católica es gran cosa en la cultura de España. Allí observa la gente y ve que hace las cosas sin motivo: sólo por ver y ser visto. Concluye que “El público oye misa, el público coquetea [...] el público hace visitas, la mayor parte inútiles, [...] en consecuencia [...] el público pierde el tiempo y se ocupa en futesas” (Larra en Rubio, 2001: 128). Esta parte es una aguda crítica a “los conservadores” de la Iglesia. El periodista opina que la doctrina cristiana oprime al individuo libre y no le deja desarrollar su propia identidad.

Después el Bachiller se entra en una fonda a comer. En la España del siglo XIX, “ir a comer fuera” tiene una gran importancia para la gente de toda la clase humilde. A Larra todo le parece mal; desde la decoración a la concepción del alimento. Le parece un local incómodo, sucio y se sirve comida mala. No obstante, la fonda está llena de gente. Una descripción parecida a esta, la hace Larra en La fonda nueva. Con enumeraciones Larra produce un estado caótico y de incomodidades insufribles: “[...] y me lo hallo comiendo voluntariamente, y con el mayor placer, apiñado en un local incómodo (hablo de cualquier fonda de Madrid), obstruido, mal decorado, en mesas estrechas, sobre manteles comunes a todos, limpiándose las babas con las del que comió media hora antes en servilletas sucias sobre toscas, servidas diez, doce, veinte mesas, en cada una de las cuales comen cuatro, seis ocho personas [...]” (Larra en Rubio, 2001: 130) Para el Bachiller es inconcebible que los españoles sean duros consigo mismos, y apunta en su librito que “El público gusta de comer mal, de beber peor, y aborrece el agrado, el asco y la hermosura del local.” (Larra en Rubio, 2001: 130)

Agitado, el Bachiller se va del local. De camino hacia un café, ve la gente paseando a lo largo del parque y concluye otra vez que: “Un público sale por la tarde a ver y ser visto [...] otro público sale a distraerse, otro a pasearse [...].” (Larra en Rubio, 2001: 130) Cuando llega al café más feo, oscuro y estrecho observa a los visitantes y apunta en su librito: “El ilustrado público gusta de hablar de lo que no se entiende.”

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tenían los españoles.(Díaz-Plaja, 1993: 307) Allí el “Pobrecito Hablador” piensa encontrar un público más indulgente, más ilustrado y más respetable. Desgraciadamente, en el teatro encuentra gente variopinta de opiniones dispares: “¡Dios mío! ¿Dónde está ese público [...] que no conoce más norma ni más leyes que las del sentido común, que tan pocos tienen?” (Larra en Rubio, 2001: 135) Esta gente tampoco cumple con la imagen ideal de un público universal, de una masa homogénea.

El Teatro Real de Madrid

No pudiendo encontrar la respuesta en el público mismo, el Bachiller va a informarse acerca de los ‘maestros’: las personas más ilustradas que él. Pregunta a un autor, a un escritor, a un periodista, a un abogado y a un médico quién es el público, pero ellos tampoco tienen una respuesta única ni satisfactoria.

Cuando llega la hora de acostarse, el Bachiller lee sus notas de nuevo y concluye:

En primer lugar, que el público es el pretexto, el tapador de los fines particulares de cada uno. [...] Y en segundo lugar, concluyo: que no existe un público único, invariable, juez imparcial, como se pretende; que cada clase de la sociedad tiene su público particular, de cuyos rasgos y caracteres diversos y aun heterogéneos se compone la fisonomía monstruosa del que llamamos público; que éste es

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Esta parte del artículo muestra una desilusión enorme. En primer lugar, el público es el pretexto, el tapador de los fines particulares de cada uno. El mismo autor lo reconoce, ya que escribe para el público y vive de él. En segundo lugar, no existe un público imparcial e invariable, porque cada clase social forma un público. De esta manera siempre quedan en esta situación de atraso. Los únicos aspectos comunes de la identidad colectiva son ir a la iglesia, ir a una fonda para comer e ir al teatro. No obstante, estas cosas no procuran ningún sentimiento de unidad, porque la gente lo hace por ‘obligación’. Además, la sociedad está dividida en distintos estratos, cada uno de los cuales posee casi una cultura separada. Cada uno tiene su fin particular. Las diferentes clases (la parte de la sociedad que acaba describiendo como su público es la clase media) tienen su identidad individual y esta diferencia sigue existiendo siempre. Eso es una lástima, porque así el “Pobrecito Hablador” no consigue nunca reunir todo el pueblo español.

§ 5.2 - Empeños y desempeños 9(26-09-1832)

En este artículo de costumbres, que se publicó en El Pobrecito Hablador, Larra cuenta una anécdota sobre la casa de préstamos. Como pretexto el “Pobrecito Hablador” usa un poemilla del escritor Jovellanos (1744-1811): “Pierde, pordiosea / El noble, engaña, empeña, malbarata / Quiebra y perece, y el logrero goza / Los pingües patrimonios...” (Larra en Rubio, 2001: 151) Aquí ya está el tema del artículo: la exhibición frecuente de hipocresía y engaño de los españoles. El tema se desarrolla a diferentes niveles.

En el primer nivel tenemos al ‘sobrino’ Joaquín, y el Bachiller nos le presenta en la primera parte del artículo. Este sobrino es el representante de la clase media y engaña a todo el mundo: es un superestafador. Se hace pasar por chico educado: “[...] sabe leer, aunque no en todos los libros, y escribir, si bien no cosas dignas de ser leídas [...], baila [...] canta [...] monta al caballo [...] de ciencias y artes ignora lo suficiente para poder hablar de todo con maestría.” (Larra en Rubio, 2001:152) Además ha viajado por el extranjero, de donde ha aprovechado de las cosas mejores de otros países. Habla un poco de francés y de italiano siempre que había

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que hablar español10. Además, maltrata al español porque es su lengua materna. Joaquín no cree en Dios porque: “[...] quiere pasar por hombre de luces; pero en cambio cree en chalanes y en mozas [...]” (Larra en Rubio, 2001:152). Recurrirá cuando sea necesario a los consejos de su tío, aunque Larra es considerado por su sobrino como una persona antigua. En toda la descripción del sobrino, Larra usa la inserción explicativa y la paradoja para debilitar las competencias de nuestro lechuguino. De esta manera parece ser un hombre inteligente, pero es sólo una fachada. En realidad es un parásito social con deseos frívolos y materiales. Su codicia y soberbia le lleva a engañar al mundo. Cuando el sobrino entra en casa de Larra, viene del baile de las máscaras. Allí ha engañado a las personas llevando una máscara y ahora va a engañar a su tío. Joaquín le pregunta si puede pedir prestado dinero del Bachiller para que pueda recobrar del prestamista el reloj de un amigo suyo. El “Pobrecito Hablador” está de acuerdo y le acompaña a la casa de préstamos.

Aquí entramos en el segundo nivel de engaño: los usureros que engañan a su clientela. El corredor que nos presenta Larra es un israelita. Casi todos los corredores o usureros eran judíos en el siglo XIX. Se podría esperar que Larra no tuviera prejuicios ante el judío, pero aquí no parece ser verdad. Le describe como un hombre viejo, feo y de aire misterioso y escudriñador. Parece que incluso el periodista piensa en términos de “el otro” versus “nosotros los españoles”, porque expresa cierto tipo de xenofobia hacia el corredor:

“Y entró un hombre como de unos cuarenta años, si es que se podía seguir la huella del tiempo en un acara como la debe de tener precisamente el judío errante [...] Rostro acuchillado [...] mirar bizco, [...] barbas independientes [...] y aire, en fin, misterioso y escudriñador. [...] - Es inútil; yo [El Bachiller] no entrego mi dinero de esta suerte. [...] Aquí empezó una de votos y juramentos del honrado corredor, de quien tan

injustamente se desconfiaba, y de lamentaciones deprecatorias de mi sobrino, que veía escapársele de las manos su repetición por una etiqueta de esta especie; pero yo me mantuve firme, y le fue preciso ceder al hebreo mediante una honesta gratificación que con sus votos canjeamos.”

(Larra en Rubio, 2001: 156 - 157)

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Larra describe el judío como una persona de poco fiar que sólo viene de su subcultura judía por negocios (y las ganancias) en la cultura española. El Bachiller español no confiá su dinero a alguien así, y los tres hombres van juntos al puerto Lápice. El sobrino entra en la casa donde se debía buscar la repetición y contar el dinero y el “Pobrecito Hablador” se disimula donde puede escuchar sin ser notado. Con la descripción de los visitantes entramos en el tercer nivel de engaño y hipocresía. Entra primero un joven vestido modestamente (un pollo) que quiere empeñar su ropa por otro traje. No necesita el dinero para cuidar su familia, sino para ir a una fiesta: “Tengo que ir esta noche sin falta a casa de la señora de W***, y estoy sin traje: he dado palabra de no faltar a una persona respetable.” (Larra en Rubio, 2001: 159) Después entra una señora que necesita dinero para pagar su baile y un jugador que necesita dinero para volver a jugar. Por fin entra un criado para desempañar las alhajas de su señor, pero se habían vendido. El criado critica la situación en que todos estos personajes están: vivir por encima de sus posibilidades.

¿Es posible que se viva de esta manera? Pero ¿qué mucho, si el artesano, ha de parecer artista, el artista empleado, el empleado título, el título grande, y el grande príncipe? ¿Cómo se puede vivir haciendo menos papel que el vecino? ¡Bien haya el lujo! ¡Bien haya la vanidad!

(Larra en Rubio, 2001: 161)

Con la ayuda de los usureros se puede vivir con lujo, pero no es más que una fachada. Los corredores engañan a su clientela y la clientela engaña la sociedad. La identidad española no es nada más sino una fachada. Larra da una triste idea de la humanidad.

§ 5.3 - El casarse pronto y mal (30-11-1832)

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