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EL SER Y LA HISTORIA

A partir de la experiencia cubana

JOEL JAMES FIGAROLA

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Solo entre todos los hombres puede llegar a ser vivido lo humano

Goethe

La idea que no puede definirse es la más exacta.

Padre Félix Varela

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A JULIÁN MATEO TORNES, PROFESOR MIO.

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No deseo juzgar cuan lejos mis esfuerzos coinciden con los de otros filósofos. En realidad lo que

he escrito aquí no pretende ser en detalles novedoso y la razón por la cual no menciono ninguna

fuente es que me es indiferente si los pensamientos que yo he tenido han sido anticipados por

cualquier otra persona (Treetatus Lógico- Philosophicus, Preface- Ludwing Wittgenstein) (Routledye

and Keagan Paul, London 1972, edición en alemán e inglés)

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INTRODUCCIÓN

No le tengo absolutamente ningún miedo a las contradicciones. Ni en la vida práctica ni en la especulación teórica.

Si una insuficiencia generalizada creo encontrar en el ámbito del pensamiento abstracto a lo largo de la historia de ese propio pensamiento, es el de dogmatismo.

Cada pensador cree ser poseedor de la realidad absoluta. Padecen del pecado de la exclusión y la discriminación. Y durante siglos esto ha significado millones de muertos.

De aquí la importancia trascendental de la afirmaciónm del Padre Varela.

De aquí la necesidad – y hasta la urgencia- de conciliar filosofía e historia. De tener en cuenta los procesos inconclusos; la subjetividad humana; el misterio como categoría de la vida.

De aquí lo impostergable de teorizar con alternativas a la vista y en las manos.

A esas premisas he intentado ajustar todas las páginas que siguen.

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BREVE COMENTARIO AL ÁMBITO RELIGIOSO DE

“PLEGARIA A DIOS”

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De sobra son conocidas las circunstancias trágicas en que Gabriel de la Concepción Valdés –Plácido- compuso su ―Plegaria A Dios‖, una de las más logradas realizaciones poéticas llevadas a cabo por cubanos.

Quisiera, por lo pronto, llamar la atención sobre dos extremos precedentes en este tenebroso entretegido de la conspiración de la Escalera. Además de significar un duro golpe propinado por el gobernador O’ donell, no sabemos si con la anuencia del gobierno metropolitano o sin ella, para la burguesía mestiza propietaria en ascenso, significó el quebrantamiento de una coincidencia de criterios, que se perfilaban cada vez más como una alianza, entre el sector ilustrado de negros y mestizos y el sector libre pensador blanco. Del Monte, Plácido, Luz, Manzano, Heredia pudieran ser señalados como los puntos descollantes de un acuerdo en ciernes que conduciría, más tarde o más temprano, a formulaciones no sólo abolicionistas, sino incluso separatistas en alguna de las variantes de separtismo entonces en Gaga.

De que hubo conspiración, no me cabe dudas. De hasta dónde estuvo adecuadamente organizada, articulada, con voluntad de ser y de vencer, jerarquizada; conservo todas las dudas.

De lo que estoy perfectamente persuadido que la acusación de delación –es decir traición- que el gobierno de O’ donell instrumenta contra Placido y otros compañeros -más que para perjudicar a Luz- procuraba, y lo logró romper el acuerdo social que se gestaba.

Pero mis propósitos en estas notas son otros; van dirigidos a una suerte de análisis inmanente de la ―Plegaria‖ en los qie a su llamado a las fuerzas tenidas como superiores se refiere ―Plegaria a Dios‖, ¿Pero a qué Dios?

Veamos.

En la primera estrofa de la obra expresa:

Ser de inmensa bondad, Dios poderoso, a vos acudo en mi dolor vehemente, extended vuestro brazo omnipotente.

Rasgad de la calumnia el velo odioso y arrancad de mí este sello ignominioso con que el mundo manchar quiere mi frente.

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La invocación es a un dios bondadoso, benevolente, de amor. Es al dios de los cristianos. Pues este componente de acercamiento humano es, precisamente, el componente revolucionario mayor que el gran reformador que fue el Mesias, introduce y alcanza que arraigue en ampliar masas populares irredentas.

Más adelante en otros versos se nos dice:

Dios de dioses

Señor de mis abuelos

Es, para mí clara referencia al panteón de divinidades africanas, motivo de adoración de los ancestros del poeta mulato. Claro que por la vía de la jerarquización de una divinidad –dios de dioses- y la especialización de un culto – señor de mis abuelos- se apunta ya la tendencia hacia el monoteismo que en aquellos momentos se encontraba en tránsito tanto por el expediente yoruba de Obbatalá como por el trámite Congo de Nzambi.

Por último Plácido, caminando ya hacia el cadalso nos dirá:

Más si cuadra a tu suma omnipotencia que yo perezca cual malvado impío; y que los hombres mi cadáver frío ultrajen con maligna complacencia; suene tu voz, acabe mi existencia, cúmplase en mí tu voluntad; Dios mío.

Se está dirigiendo a Yavé, a Adonai, al dios innombrable de los judíos. Al dios del temor, vengativo, terrible, inesperado, inescrutable, inconjurable, impredecible.

Según creo ver estos tres momentos simbólicos de ―Plegaria a Dios‖ abarca un amplio horizonte de alternativas dentro del cual se fue fraguando la nacionalidad cubana. Y con ella la filosofía presente en la cotidianidad del hombre común.

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PALABRAS EN TORNO AL LIBRO “MARX, ENGELS Y LA CONDICIÓN HUMANA. UNA VISIÓN DESDE CUBA” DEL

DR. ARMANDO HART

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En estrictos términos, las ciencias sociales cubanas han carecido, durante mucho tiempo, de proposiciones filosóficas asumibles como sistemáticas. Profesores y expositores de la filosofía, básicamente occidental, sí han existido desde las prostrimerías del siglo XVIII, el XIX, el XX y hasta la actualidad.

Los nombres de los padres Agustín Caballero y Félix Varela, Luz, Saco, Montoro, Varona, Fernando Ortiz, Antonio Sánchez de Bustamante y Medardo Vitier, ellos y otros, son exponentes de alto vuelo de esta proyección intelectual.

José Martí, como en muchos otros aspectos, es un caso excepcional de apertura hacia nuevas formas originales de sabiduría dentro de las que se incluyen proposiciones sobre el individuo y el Universo que prometían ser frondosas especulaciones metafísicas pero que su corta vida, abierta en abanico de múltiples abnegaciones, le impidió culminar. Baste con señalar un pensamiento que, desde hace tiempo, me está dando vueltas en la cabeza y es cuando expresa: ―es necesario que yo, puesto en mí, me vea por mí a mí mismo‖. O ese otro en que nos dice que la felicidad humana es posible y que radica en el conocimiento de la armonía del mundo, en el uso prudente de la razón y en la práctica de la generosidad.

Subrayo lo de ―uso prudente de la razón‖ que pudiéramos traducir en que es razonable no concederle mucha razón a la razón, porque nos pone en contacto con una tendencia a la especulación kantiana ocultada para el pensamiento cubano durante mucho tiempo por una calificable indigestión de hegelianismo.

En el ejercicio de la meditación filosófica, —o al menos de la preocupación por ella en los años más recientes y hasta la actualidad—, tendríamos que mencionar a representantes de generaciones y sectores tan diferentes como Jorge Mañach, y García Bárcenas, como Lezama Lima y Cintio Vitier, como Fidel Castro, Ché Guevara y Armando Hart, Carlos Rafael Rodríguez y como Fernando Martínez, Abel Prieto, Pablo Guadarrama y Julián Mateo, por sólo mencionar a algunos sin ánimo de excluir a nadie, sino pidiendo perdón por cualquier omisión involuntaria.

El libro del Dr. Armando Hart Dávalos, que presentamos hoy, titulado ―Marx, Engels y la Condición Humana. Una Visión desde Cuba‖ , se encuentra en la mejor tradición de aquello que pudiéramos llamar el esfuerzo cubano por la obtención de una parcela propia en el amplio terreno de la filosofía Universal.

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A mi modo de ver, el libro del Dr. Hart procura conciliar el pensamiento independentista cubano, sostenido a lo largo de más de cien años, con las conclusiones de vigencia actual de los clásicos del marxismo —que no de una dogmática marxista total— y las circunstancias coyunturales en que se encuentra la revolución cubana considerada en sí misma y en sus relaciones con el resto del Caribe, el continente y el mundo.

En toda presentación de una publicación se suele hablar del autor. Del Dr. Hart pudiéramos decir que fue uno de los cuatro dirigentes más importantes del llano en la lucha contra Batista dirigida por Fidel; que nunca ha cedido ante el sectarismo y la arbitrariedad; que siempre ha mantenido una actitud patriótica con los intereses del pueblo a la vista más cercana.

¿Errores? , por supuesto que existen algunos señalables: el de ser amigo y compañero mío y el de haber admitido que yo fuese, junto con él, fundador del Festival del Caribe y de la Casa del Caribe.

Todo período de convulsión tiene zonas de penumbras y hasta de oscuridad.

El autor ha sido siempre un hombre de la luz.

El libro del Dr. Hart tiene la virtud, que comparte con Martí y Lezama Lima, de insertar a Cuba, a su cultura, a su pueblo, a su historia, dentro de una totalidad mundial. Y lo logra a plenitud, aparte de sus méritos implícitos, por resultar ser un producto de la Revolución de Enero de 1959.

En el libro se parte del supuesto de que ningún conocimiento humano es desdeñable. Que todo lo que contribuya a acrecentar la espiritualidad humana por encima de su materialidad, constituye aporte de valor civilizatorio, desde las ciencias y el arte, hasta la filosofía y la religión. Porque el drama del hombre, que es el conocimiento de su razón de ser en el planeta, solo es solucionable —si acaso es solucionable— a través de los accesos a la cultura.

La duda permanente es prerrequisito indispensable de la ciencia y de ello no escapa el marxismo ni la dialéctica en general. El capitalismo que Marx conoció no fue el de Lenin. Y por ello Lenin puede ser catalogado —y así lo hago teniendo en cuenta sus mejores contribuciones a una teoría revolucionaria realista— como el mayor y más brillante revisionista del marxismo ortodoxo.

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En equivalente circunstancia a la de Lenin nos encontramos los revolucionarios de hoy, en los diversos lugares del mundo, en relación con el marxismo, tanto el auténtico como el que se acuñó por el llamado ―socialismo real‖ con fuerte impronta stalinista.

Ser revolucionario hoy obliga a revisar, con responsable profundidad y fraternal respeto, toda la teoría revolucionaria acumulada a lo largo de la historia de la humanidad para alcanzar una teoría que, aún cuando sea general en sus pronunciamientos fundacionales, se ajuste a las necesidades de cada pueblo en cada momento. Ya no puede haber más voluntarismo teleológico, más predeterminación fundamentalista, ya que ambos, entre otros motivos invalidantes, han demostrado ser (aún cuando no se quisiera que ocurriera esto de manera consciente) aliados objetivos del imperialismo. Pues el imperialismo también se nutre de una voluntad teleológica y de un sentido de fundamentación divina desde la época del ―Destino Manifiesto‖ hasta Truman y la estirpe de los Bush. El dogmatismo es una forma de perdurar en la ignorancia y enmascararla, en muchos casos es un simple signo de oportunismo ventajista y pseudorevolucionario.

De aquí el anti-dogmatismo y anti-sectarismo que nutren las páginas de este libro. Si en 1966 el Che pudo avizorar que la Unión Soviética marchaba hacia el capitalismo es, según creo apreciar, porque entre Socialismo de Estado y Capitalismo de Estado no hay sustancia humana diferenciante en lo que a la enajenación se refiere.

El miedo paraliza las mejores iniciativas. Las sociedades humanas se diferencian por aquellos tipos de relaciones sociales, casi siempre superestructurales, a las cuales se les teme, es decir, que originan miedo. Por ello el miedo es un recurso del poder.

Este es un libro escrito sin miedo y publicado sin miedo. Pero no estoy seguro de que yo lo esté presentando ahora ante ustedes con igual fortuna.

Desde un punto cardinal o desde otro, el centro de las inquietudes remite siempre al llamado problema fundamental de la filosofía, es decir, a la relación entre materia y conciencia. Para mi el problema fundamental no es ese, sino la relación

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entre interioridad y exterioridad humanas. Pero ello es algo a considerar en cualquier otra ocasión.

Me basta por el momento conformarme con afirmar que, aún cuando sea la materia lo primario, la misma carece de sentido mientras no sea asumida por la conciencia. Y aprovecho esta oportunidad para reivindicar en todo su alcance para la filosofía el concepto de sentido.

La condición del hombre como el único animal capaz de construir símbolos - extremo de raíz kantiana explicitado por Ernest Cassirer- no es reducible a simple expediente de solución económica. Cristo expirando en la cruz, Martí baleado en Dos Ríos o el Ché asesinado en La Higuera, son ejemplos de símbolos por encima de intereses y determinaciones económicas.

Propongo todo lo opuesto a un pedestre determinismo económico: la capacidad de crear símbolos y sistémas simbólicos -aún cuando tengan pertinencia también o además, en el ámbito de lo tecnológico- son los recursos humanos por excelencia para independizarse de las llamadas ―leyes ciegas de la economía‖. Y propongo además, una lectura a la inversa del enunciado marxista: el hombre primero tiene que sentirse y saberse hombre, es decir, primero tiene que pensar como hombre para luego alimentarse y vivir como hombre. Los lobos también comen y se resguardan pero se quedan sólo ahí, en ese factor primario. Nunca llegan, ni llegaran a ser hombres. El hombre, para serlo, lo primero que debe tener es la capacidad de serlo. Y a eso le llamo yo conciencia, con independencia del estadío de complejidad evolutiva en que se encuentre.

Finalizo coincidiendo -entre las muchas coincidencias que he tenido con el Dr.

Hart, antes, durante y después de ser Ministro de Cultura- en la importancia gnoseológica de la categoría misterio. Y finalizo, además, remitiéndome a una expresión de la definitoria carta del Ché al autor: ―... ya hemos hecho mucho, pero algún día tendremos también que pensar‖.

¡En efecto!

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LA HISTORIA COMO CIENCIA

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La definición –el contenido- de la historia es la búsqueda de la unanimidad humana.

La coincidencia es un afán, una necesidad inevitable de la conciencia residente en la naturaleza humana. Y aún en todo lo existe, viviente o no.

Todo lo existente precisamente existe en la coincidencia. En un principio fue la coincidencia. Toda gran reversión parte de una coincidencia aun en el aspecto político. Toda reversión va antecedida, y muchas veces acompañada, por una amplia coincidencia, la coincidencia de los factores ejecutores de la reversión.

Toda revolución como reversión de un status es coincidencia, si no la hay, no hay revolución.

No todo encuentro es coincidencia tributando a la búsqueda de la unanimidad humana. La coincidencia tributaria sólo lo es, en tanto categoría humana en lo trascendente, en tanto reafirme la razón de ser del hombre sobre la tierra. Nunca lo es en lo aparente o circunstancial.

Existe una coincidencia de la materia; de lo inerte, si es que hay algo inerte.

Existe también la coincidencia de la vida –de lo que hace posible la vida- previa a la conciencia o simultáneamente con ella, como pedestal de ella.

Existe también la coincidencia como mentalidad; como aceptación de convivencia y solicitud de convivencia. Como reconocimiento y solicitud de alternativas distintas y hasta opuestas. Como identificación de lo uno en lo otro y a la inversa. Como estadio superior al conocimiento; como descubrimiento del hombre en su eterna mismidad. Toda la sabiduría puede encontrarse en un momento, un lugar y una gente cualquiera, a sabiendas de que no todo conocimiento es sabiduría. Entendiéndose lo mismo definición y contenido el enunciado puede resumirse, en un intento de aprehensión tanto filosófico como ético, con las palabras resumidotas de todos los anhelos de la humanidad las cuales constituyen, en efecto, una convocatoria a la unanimidad: Amaos los unos a los otros. Palabras semejantes a la afirmación del Che en el Socialismo y el Hombre en Cuba sobre el revolucionario como un hombre de amor.

La coincidencia en términos sólo de elementos materiales o de organismos vivientes anteriores a la conciencia, remite al hombre a lo animal; a lo pedestre, a

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lo inmediato. La priorización de lo inmediato o urgente por encima de lo importante es un error de paralaje con demasiada y lamentable presencia en la conducta humana tanto individual como social remitiendo a quien lo comete a expresiones inferiores de coincidencia. Entendida la historia en tanto preeminencia de lo tecnológico, como determinismo tecnológico dentro del cual se incluye cualquier expresión de determinismo económico, resulta en cifras de deshumanización, de involución, por predominio del consumo y la satisfacción de las necesidades más corpóreos en detrimento de las proyecciones y realizaciones espirituales.

El entender la historia como predominio de lo inmediato y urgente conduce al culto de las apariencias y a convertirse en inaccesibles los contenidos eidético de la existencia. El determinismo tecnológico y e económico consagra como razón de ser el consumo, la exaltación del yugo del que hablaba José Martí.

Lo aparente como valor paradigmático es el reino de la indiferencia y la no coincidencia de lo trascendente. El reino de la indiferencia hacia lo superior y lo, por qué no llamarlo así, eterno. Es la renuncia a la búsqueda de unanimidad equivalente a la renuncia de la historia como ámbito del supremo encuentro del hombre con el hombre. Como la definitiva conciliación del hombre en sus inicios y con su fin.

La exaltación de lo inmediato, de lo aparente, de la satisfacción por el consumo de falsas ambiciones asumidas como necesidades individuales y sociales, al rango de mecanismo de prestigiamiento, consuma el imperio del fetichismo y la enajenación verdaderos verdugos de la libertad y la práctica del ejercicio de sí mismo por el hombre.

La coincidencia que hace posible la vida por la evolución de la materia desde los estadios más elementales de lo inanimado –en constante superación- hasta la conciencia, es también, una vez lograda y en plena ejercitación ésta, un peligro de reducción a lo pedestre y superficial amparado por la apariencia de lo urgente –por solicitud intima suya de sobrevivencia como coincidencia- constantemente acechante y acechando. Y esta actitud de acecho es una disposición de ataque irreductible por sí misma; sólo derrotable por la cultura. Por

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el ejercicio conscientemente aplicado a fines; de la cultura. Por estos rumbos andaba José Martí cuando expresó:

Se ha de tener fe en los mejor del hombre y desconfiar de lo peor de él. Hay que dar ocasión a lo mejor para que se revele y prevalezca sobre lo peor. Si no lo peor prevalece.

Por supuesto que hay contradicción entre un concepto de coincidencia entendido como queda expuesto y otro asumido como mentalidad ya antes mencionado.

Esta contradicción suele ocurrir cuando el determinismo tecnológico, económico o extremos apremios de subsistencia, prevalecen.

En esas circunstancias aparecen elementos que anuncian situaciones de reversión incluso políticas de alcance revolucionario. Si supuestas leyes ciegas de la economía rigiesen la historia no habría espacio para la voluntad, la ética, las aspiraciones de mejoramiento, la innatez humanas. La economía, considerada en sí misma si puede tener leyes ciegas que actúen indicando conductas, proclividades y resultados.

Pero estas indicaciones no poseen un carácter de inevitabilidad. No hay nada superior al hombre, su capacidad de decisión, su libre albedrío, expresados en un día con otro. Las leyes de la economía sólo se manifiestan ciegamente en la medida en que el beneficio lucrativo personal predomine sobre otras determinaciones posibles.

Así pues, el contenido –la definición- de la historia es la búsqueda de unanimidad humana.

Este contenido se da como principio y se da como ley. Como principio se expresa en tanto satisfacción sucesiva de la necesidad de socialización creciente de la naturaleza humana. El hombre quiere y necesita cada vez más sociedad.

Cada vez conocer más a sus semejantes; cada vez comunicarse mejor con sus semejantes como expediente de comunicarse mejor consigo mismo y conocerse mejor a sí mismo.

La única explicación posible del yo existe en el otro. Pero tampoco así, salvo en darse, precisamente, en esa alteridad, la explicación es encontrable por

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estar demasiado y fatalmente oculta. Se sabe que está ahí pero no se puede aprehender; no se puede llegar a ella salvo por la intuición. El yo y el otro, cada uno, busca su propio conocimiento en el otro –porque el yo y el otro son intercambiables y al establecerse así una relación inversa este conocimiento se imposibilita.

La historia es ciencia en tanto estudia las determinaciones –consecuencias, hechos, establecimientos de códigos conductuales, etc.- del pasado sobre el presente, en un conjunto humano determinado y las posibles vinculaciones en términos de tendencias del presente de ese propio conjunto sobre el futuro. En tanto ciencia la historia se aproximará a la sociología, la antropología y la psicología. En el caso de la historia aspirar a la cientificidad equivale a sumergirse en la vida humana palpitante.

En el acontecer social existen la casualidad, el accidente, lo imprevisto, lo exterior a sí. Existe, en fin, el caos como antagonista de toda perspectiva de regularidad y ordenamiento. Pero la resultante de todas esas entidades obrando como fuerzas en el pasado, obrarán obligatoriamente sobre el presente y éste, a su vez, sobre el futuro.

Así pues, la Biblia tiene razón; y Max Bloch también. La Biblia al exponer en el Eclesiastés que lo que fue es lo que es; y lo que es, es lo que será. Y Max Bloch cuando razonaba, antes de ser fusilado por los alemanes en un campo de concentración, en torno a los hombres en el tiempo y en su medio natural.

La ley fundamental de la historia sería enunciable en términos de: Toda acción humana socializada llevada a cabo en un pasado concreto dentro de un conjunto social o dentro de las relaciones con otro u otros conjuntos sociales a él vinculados, contribuirá a específicas determinaciones sociales en el presente de este conjunto, con un alcance de amplitud variable. De igual manera las acciones humanas en el presente contribuirán a específicas determinaciones en el futuro.

Esta ley general entiende como implícitos dos principios sociológicos rectores:

Todo conjunto viviente soluciona sus propias necesidades para subsistir como conjunto. En el caso de los conjuntos humanos estas soluciones se buscan

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y adoptan incluso contraviniendo las normas superestructurales establecidas, que pudieran oponerse a ellas. Entre estas necesidades se encuentran las derivadas de la jerarquización interna del propio conjunto.

Si no nos atenemos a todo este enunciado, la historia, como registro del pasado, sería una mera colección de hechos o acontecimientos. Y como atisbo del futuro, de pretenderlo, se reduciría a una voluntad escatológica en riesgo siempre de devenir en ideología o en fe religiosa.

Así planteadas las cosas la historia como ciencia, en su estadio actual de desarrollo, tendría que desentrañar los principios particulares, si es que existen, que conducen el comportamiento de categorías muy poco reconocidas en su obraje recíproco como pueden ser los conceptos de generación, nacionalidad nación, psicología social, mentalidades; así como profundizar y precisar las razones internas presentes en la dinámica, y en la lógica, de las superestructuras y su integración con la base económica.

El ser humano no puede dejar de buscar la explicación de sí mismo. La aparición de la conciencia conduce obligatoriamente a esta búsqueda que tiende al infinito. Si el hombre renuncia a ella, renuncia a sí. Por determinación óntica. El ser humano tiene que socializarse de manera sucesiva. Utilizando los términos de la estética griega de la antigüedad, está trágicamente condenado a ello.

Toda socialización es coincidencia. Entonces la ecuación aparece como: de la coincidencia creciente, a la socialización creciente, a la unanimidad.

Podemos pensar que el destino del hombre es socializarse cada vez más, como un recurso contra la muerte. André Malraux, en una excelente novela, planteaba que la condición humana era la soledad ante la muerte.

Si la antesala de la muerte es la soledad más absoluta, la plenitud de la vida ha de encontrarse en la socialización más cabal y más conscientemente asumida por los individuos que se socializan, reafirmando la individualidad auténtica, original y responsable como cimiento de la vida y rechazando el individualismo rapaz, superficial, privado y despersonalizado, como pregonero de la muerte; como la muerte misma. Pues el valor supremo de la vida y la historia es la solidaridad. Y el individualismo su enemigo.

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En la correspondencia entre la sociedad y la historia lo que tiende a la coincidencia prevalece; lo que tiende a desunir desaparece. La coincidencia define y es el único camino de acceso a la existencia tanto de lo material inanimado como de lo viviente desde las formas más elementales hasta el hombre y el espíritu.

La verdad científica radica en la realización –y el enunciado- de lo coincidente. Familia, sociedad, nación, humanidad, grupos y clases, son resultados, por sumas y por funciones, de lo coincidente.

La preservación de la especie ha requerido, y requiere más ahora para evitar la muerte total, de una superior coincidencia de valores; de descubrimiento y aceptación de valores definitivos y definitivamente aceptados por todos. Los valores universales supremos que dan razón a la vida. Que permiten la vida. Sólo en la unanimidad en cuanto a ellos la presencia de todos en el pasado, hoy y en el futuro, justificará el esfuerzo contenido en la creación cualquiera que haya sido el sujeto creador.

La coincidencia es categoría de la historia y la sociedad. De la historia en cuanto garantiza la coherencia del decursar. En tanto humaniza el sentido del tiempo. Como sociedad es necesidad y factualidad; sin coincidencia la sociedad es horda. El estado, expresión superestructural de la sociedad, es también un acto de coincidencia; recordemos la afirmación de Gramsci de que el gobierno es el consenso de los gobernados.

La inevitabilidad social e histórica de las contradicciones, el movimiento como suma y resultante de las contradicciones, es un correlato del contenido de la historia como búsqueda permanente de la unanimidad; como búsqueda permanente de la coincidencia creciente. La contradicción como categoría histórica presupone y tributa, en un mismo acto, a la coincidencia y la búsqueda de la unanimidad. Ese es el expediente de vinculación orgánica entre la sociedad y la historia. Pues el hombre ente ejecutor de las contradicciones, es en definitiva y por ello sujeto tanto de una como de otra.

El conocimiento por el hombre de sí mismo resulta entonces en una inaplazable condición para dejar de ser portador ingenuo de contradicciones y

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convertirse en constructor consciente de las mismas y, con ello, en trabajador de la coincidencia y la búsqueda incansable de la unanimidad.

La única manera de conocerse el hombre a sí mismo es creándose a sí mismo, en razón de que el hombre resume en su singularidad todas las contradicciones de la existencia. Esa autogénesis sería –si ya no lo es o ha sido en alguna medida- una suerte de ontogénesis.

Pero la ontogénesis es atributo de la divinidad, como la queramos denominar. Estamos concluyendo pues, que el acceso del hombre a su propio conocimiento atraviesa por la angustia del crearse a sí mismo y todo ello comporta una exaltación al ámbito del espíritu, esfuerzo siempre presente no sólo en la religión sino también en todo el arte, toda filosofía y todo empeño consecuente de mejoramiento humano. Ese es el camino por donde han ido los redentores que en el mundo han sido, llámense Cristo, Mahoma, Marx, Martí, Lenin, Che.

La socialización creciente es la búsqueda de la perfección y la perfección es el espacio de lo divino que es la totalidad. La humanidad es total. Patria es humanidad, decía Martí. La Patria, pues, es categoría componente de lo divino; de lo coincidente total; de la perfección.

La conciencia de la búsqueda inevitable de este conocimiento necesario se encuentra en Martí cuando dice: ―Es preciso que yo, puesto en mí, me vea por mí a mí mismo‖. Y la búsqueda de la socialización creciente y también inevitable –que es de igual manera la búsqueda de sí mismo- se encuentra en Martí en su prolongado apostolado, en su marcha hacia Dos Ríos, es decir la andadura hacia la plena y cabal consagración. La marcha hacia la consustanciación con sus semejantes; con su Patria; con la humanidad.

La marcha hacia la conciencia con el Gran Misterio de la aparición de los hombres eternos cuyas biografías coinciden con las historias de sus pueblos.

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ACERCAMIENTO A LO HUMANO

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I

Todo proceso de engendramiento es un sistema que anticipa y que resume.

La gestación nunca termina hasta la desaparición del sujeto engendrado o de la especie a la cual pertenece el sujeto según sea el caso del abordaje científico. Por muy trágico que parezca sólo la muerte es el final de toda gestación. De ahí los esfuerzos del ser humano por perfeccionar la muerte, en términos de culminación, bien a través de la fe, bien a través del pensamiento ético. La gravidez de dominación persigue alcanzar en tanto resumen en la vida la coincidencia unánime; al mismo tiempo esta unanimidad y esta coincidencia ya se encuentran como anticipación en la inevitabilidad de la muerte. La muerte absolutamente participativa y absolutamente democrática.

La gravidez de dominación, cuyos contenidos conceptuales quedan expuestos, según creo apreciar, transita por caracterizados estadios o momentos.

Asumido en conjunto la gravidez de dominación y los procesos dinámicos de la complejización de la conciencia en cifras de comunicación y consenso; y de ampliación de los alcances del asombro, se resuelven como sistemas equivalentes, pero de una equivalencia tan cercana y tan cerrada que pudiéramos aceptar esos sistemas como un solo sistema.

Entonces en cuanto a momentos o estadíos. Vamos a ver. Y solo como sugerencia de esquema:

1. Lo desconocido, a lo cual puede acogerse lo necesario, se patentiza como imagen recibida en la psiquis del sujeto en cuestión. La imagen solo se recibe; no es objeto de pensamiento y por tanto el sujeto no la proyecta o desenvuelve. Pero la posibilidad –y la capacidad- para pensarla en términos de recibimiento y para pensarla más tarde en términos de emisión, existen, están dadas ya.

Con ello el otro o lo otro se encuentra implícito como reconocimiento posible; existe pero no puede expresarse aún. Se carece de los modos adecuados de expresión. Esta posibilidad no realizada puede prolongarse por encima de toda dimensión calculable. No hay asombro ni necesidad de comunicación; por ello no hay angustia.

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2. Lo desconocido irrumpe como imprevisto. Aparición del asombro.

Tránsito de la imagen solo captada a la imagen pensada en tanto que captada, en su cualidad de captada. Aparición de lo otro como alternativa. No hay necesidad de comunicación. Toda necesidad es sólo en referencia a la sobrevivencia del individuo uno. Lo otro no es término de referencia activa; sólo como diferencia.

Lo otro, pues, aparece como lo diferente y lo diferente, siendo condición de lo otro comporta el reconocimiento del yo. Lo diferente aparece así en toda su estatura e importancia en la ontogénesis de la conciencia. Y esa jerarquía la mantendrá como categoría de lo humano, hasta la desaparición de lo humano.

Con la aparición de lo otro aparece también el espacio de lo otro. Se inaugura el pensar, el espacio que como innatez, como capacidad, subyacía desde el momento anterior.

Entre el recibir la imagen por sentirla y el pensar la imagen antes y después de recibirla, existe un salto que contiene el reconocimiento de lo desconocido amalgamado con lo misterioso. Todo es desconocido y misterioso en la fase de recibimiento, pero esto que es lo todo comienza a ser lo otro desde el inicio del pensar la imagen. Este ser lo otro abre no ya la posibilidad sino la inevitabilidad del pensamiento de alcanzar la crítica y la praxis. Pero esto en su totalidad, factual o potencialmente, se encuentra ya en el momento en que sólo se recibe la imagen, sin haberse alcanzado el momento de pensarla. Tal como un niño recién nacido que contiene todas las fases o momentos de su devenir futuro. De manera que lo desconocido, el misterio y el asombro se encuentran entre las primeras categorías humanas. Son componentes de la creación del hombre y como categorías suyas se mantienen dentro del ser humano, cualificándolo, hasta la desaparición de la especie.

3. Lo imprevisto se presenta como agresión; en su íntima naturaleza enemiga. Necesidad de respuesta. Aparición de la crítica como por gradación del peligro y la posibilidad o las posibilidades de respuestas del individuo o el grupo en tanto sujeto. Uso de la

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selección. Mediando la condición y circunstancia gregaria, necesidad del aviso. Tránsito de la imagen pensada sólo en tanto captada a la imagen representada y a través de la elaboración o digestión en la estructura psíquica, por engendramiento en ella, en un súbito, la imagen proyectada en términos de aviso. Diferencia del antes y el después. Aparición de las magnitudes temporales con predominio de la referencia del pasado. Con ello, creación -no descubrimiento- del tiempo por el hombre, primera y suprema creación humana. El hombre se reconoce como un animal temporal. El hombre ya es hombre. Primeros balbuceos de lenguaje en forma de gritos y gestos.

Presencia de formas rudimentarias de praxis.

4. Repetición de avisos. Instrumentación de estructuras de recursos sostenidos de comunicación. Estructuración no irreversible, no univoco del lenguaje. Diferenciación de los gritos de acuerdo a la diferenciación de percepciones y sensaciones. Tránsito del gesto, a la representación del gesto en pictografías. Los rudimentarios expedientes de comunicación utilizados para transmitir deseos o circunstancias esperadas por venir. Salto cualitativo del sueño a la vigilia imaginativa. Ampliación creciente de la imaginación más allá de los límites expuestos por los imperativos de la sobrevivencia. El hombre como animal capaz de imaginar se manifiesta y reconoce. La imaginación y la praxis –también como capacidad imaginativa- amplían de manera amalgamada sus horizontes de acción. Aparición de manifestaciones mágicas que devendrán en simientes de las religiosas.

5. La repetición de avisos iguales ante semejantes contingencias y necesidades y deseos, conduce a la creación de signos.

6. La repetición de signos por la ampliación del ámbito gregario y la uniformidad de la incidencia de lo exterior, junto al crecimiento de la presencia de la praxis y la imaginación conduce a la elaboración de símbolos. Sistematización de los procesos de construcción de

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lenguaje. Manifestación de la voluntad de preservar los símbolos elaborados.

7. La repetición de símbolos comporta la aparición de sistemas simbólicos, primero aglutinando todos los elementos concurrentes en una vertiente comunicativa y luego proyectándose, como tendencia, hacia la sistematización de los sistemas procurando un sistema único reductor. Un gran sistema –como pensamiento abstracto-.

8. Abriendo las puertas de la conciencia humana mayor, aunque no necesariamente en términos de igualdad. Abiertas las puertas de la ciencia, el arte, la religión, la filosofía, la ética.

Claro que este esquema –válido sólo en tanto tal- nos obliga a varias consideraciones o juicios, siempre provisionales, dispersos.

Como principio de método parto de que es razonable no concederle mucha razón a la razón.

La historia no es sólo el registro del devenir sino el testimonio del ser.

Todo símbolo –en tanto sumatoria de signos y por ello de imágenes- puede expresarse en muchas figuraciones. Tal es el caso, pongamos por ejemplo, dentro del culto mariano en la religión católica. Algo parecido sucede con el tránsito de la anécdota o cuento, a la leyenda y al mito, al mismo tiempo.

La historia es el ámbito del espíritu colectivo donde se resuelven todos los tiempos en un tiempo único.

Todo lo existente es existente en la medida en que sea para la conciencia de los seres humanos. La conciencia humana es la creadora del sentido, de la razón de ser, de todo lo que existe. Incluso ella. Todo lo que es, es en la conciencia y por la conciencia. La conciencia es, pues, dios. O si se prefiere, la parte alícuota de dios yaciente en cada ser humano. El camino de acceso de lo vivo no consciente a lo vivo consciente es el génesis, en todas las variantes que las diferentes civilizaciones han sido capaces de construir. Todas ellas, en una hermenéutica común, son reconocibles en el ascenso a la conciencia.

Y nada existe fuera de ella. Ni siquiera la nada. Más la conciencia no está dada de una vez sino ella misma posee la cualidad de su propio incremento, de su

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propia superación. Según aumenta lo creado por ella, se acrecienta ella misma.

Esa es la única ley a la cual se sujeta. Es omnipotente y es omnipresente. Es, en fin, dios rehaciéndose a sí mismos una y otra vez. Si dejara de hacerlo –cosa imposible por determinación óntica- devendría en un imparable factor de destrucción. Por ello la historia, suprema expresión de la conciencia, nunca correrá el riesgo de llegar a su final. La búsqueda indetenible, permanente, de la conciliación de la contradicción entre el ser humano en tanto mortal y la historia humana en tanto tendencia al infinito, es el crisol donde se fraguan todos los resultados de la creación. Es el logos y el verbo. El espíritu y la emoción. El asombro previo a todo surgimiento. Es la contradicción primigenia y eterna engendradora de todo lo engendrado y todo lo por engendrar. Semejante capacidad se realiza a través de la acumulación de imágenes, de signos y de símbolos. En ello radican todas las posibilidades del arte, la ciencia, la religión y la filosofía al igual que la cotidianidad siempre presente.

Junto a la conciencia, formando parte de ella, aparecen el logos, la fuerza interior creadora y uniformadora. Semejante al Verbo Cristiano; a la praxis post- hegeliana; o al aché de los sistemas mágicos- religiosos cubanos. A la superior afirmación de Vico: sólo se conoce aquello que se crea. Aquello que se construye.

Cuando hablo de unanimidad no me remito a ningún tipo de activismo sindical, ceguera religiosa o historia populista sino al encuentro buscado y consciente del ser humano con el ser humano. A la aceptación por todos del derecho, -y aún más, la obligación- de los demás al ejercicio de sí mismo. El engendramiento de su propia vida y el sostenimiento de sus ideas, a la preocupación por los demás; por el destino común de todos. Ampliar y profundizar la comunicación entre las personas.

La búsqueda de la unanimidad, compulsada por la necesidad humana de socialización creciente, se expresa en términos de búsqueda de un mundo común el cual supone una conciliación democráticamente aceptada, compartida e instrumentada, de formulaciones, de derecho y de ética; conciliación resuelta en principio por el respeto a la diversidad como expediente de fortalecimiento de la unidad.

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Como se ha dicho en diferentes ocasiones por distintos pensadores ―Las ideas de una época son las ideas de las clases gobernantes‖. ¿Se mantiene esta afirmación como pertinente?

Creo entender que en cada época o momento hay sistemas de valores conductuales de ámbito general –como resultantes de los valores éticos, estéticos, políticos, religiosos, económicos, filosóficos- que sobredeterminan a aquellos otros valores con pertinencia sólo para países, clases, grupos o sectores.

Estos sistemas sobredeterminantes se adaptan, adecuan o amoldan, particularizando su vigencia para los países, clases, grupos o sectores como si fuesen determinantes de ellos emergidos.

El criterio marxista repetido luego por otros estudiosos de que ―se piensa como se vive‖parece ser cierto fuera de toda duda en la mayor parte de los casos;

pero hay modalidades de pensamiento tan abarcadoras, tan reducidoras a sí en cuanto a los principios, tan ecuménicos, que son aceptadas por todos o casi todos los componentes sociales –en un alcance a veces internacional- presentes en cada caso. Así, pongamos como ejemplos, prevalece el cristianismo en casi todo Occidente, pero en diferentes lugares hay mayor acogida de una denominación u otra dentro de la misma creencia; igual sucede con el republicanismo puesto existen distintos en razón de concretas apreciaciones de época o de lugar. Estos valores generales, ya obrando como particulares, matizaran de rechazo los propios valores generales en sus formas iniciales modificando en extensión o en intensidad sus contenidos y expresiones.

Desde esta perspectiva, y pese a más o menos recientes criterios opuestos –el concepto de mentalidad posee pertinencia explicativa siempre que se sepa diferenciar los planos de lo más general y lo más particular.

Si entendemos la cultura –y en propiedad debe ser entendido así- como las maneras -y las cualidades contenidas dentro de ellas- de relacionarse los seres humanos entre sí, la historia de las mentalidades pudiera ser vista entonces como una historia de las relaciones, o de los tipos de relaciones, o de los presupuestos motivadores de las relaciones, o de todo ello en conjunto obrando entre los seres humanos y vista la categoría relaciones en un sentido holístico o referida a

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ámbitos más restringidos. Así se abarcarían, como en círculos concéntricos, los sistemas de valores imperantes a nivel de civilizaciones, sociedades, clases, grupos, sectores, etc.

Una historia de las mentalidades así vista –y asumiendo la cultura como conducta humana socialmente entendida- resultaría en una fenomenología del espíritu.

El desentrañamiento de la naturaleza íntima de la articulación e interrelación de unas mentalidades con otras coincidentes en el tiempo – diferenciadas o no en sus radios de acción- está por llevarse a cabo. Y no se conocerá la sociedad humana en ninguna de sus expresiones si no se alcanza las leyes rectoras de esa naturaleza y hay ley donde hay regularidad en los vínculos entre los fenómenos. No sólo vínculos ocasionales sino repetidos y mutuamente condicionados. La ley busca descifrar esas regulaciones y esas condiciones, si no, es el caos. Y el caos carece de ley.

Llegados aquí parece prudente proponer la definición de identidad cultural a la cual nos atenemos. La misma se propone en términos de: específico y diferenciante sistema de símbolos y mentalidades elaborado por un conjunto social determinado basado en la memoria histórica de sus integrantes, y expresado en las formas de comunicarse esos propios integrante entre sí, tributando todo ello al establecimiento de una particular cotidianidad, sentido común y consenso.

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II

Hay razones que inclinan a pensar en un ciclo dentro del cual se suceden las imágenes recibidas sin sentido de lo anterior y lo posterior, y más tarde el recordar que equivale a decir el descubrimiento del pasado, descubrimiento que se encuentra entre los grandes descubrimientos humanos. Es de suponer que para alcanzarlo el reconocimiento repetido de los cambios operados en la propia persona por simples y naturales determinaciones biológicas, su constatación una y otra vez a través de generaciones y generaciones, jugó un papel fundamental. El primer otro conocido fue el propio yo en sus cambios. Con el reconocimiento del pasado –que durante una instancia de larga duración se mantuvo sin merma en su especificidad como pasado sólo en tanto imágenes recibidas como sensaciones- se abre el acceso al pensamiento, primero sólo dicotómico, en términos de relación de opuestos; y mucho más tarde dialéctico o conclusivo. Y se abre también el acceso a la conciencia que ha de ser visto –no sabemos si en secuencia o al unísono- como conciencia de la imagen recibida, como conciencia de la imagen recordada y como conciencia del pensamiento. El arribo a la conciencia de la conciencia tendrá que esperar por épocas relativamente recientes. Tan recientes que podemos afirmar que todavía nos encontramos en ese momento. Con la conciencia del pasado se inaugura la categoría tiempo. El ser humano con conciencia de pasado es dios creando el tiempo. Crear es ser.

Crear resume y anticipa al hombre. La creación del tiempo por constatación del pasado, suprema creación humana, debió haber significado toda una revolución en la estructura psíquica del ser humano. A partir de esta certidumbre podremos suponer la importancia del pasado, y por ende de la historia, en el transcurso de las civilizaciones. Y en el futuro de las civilizaciones.

Aclarando que entendemos por imagen la simple representación mental de algo –como el reflejo en cualquier superficie pulida- sin agregado cognoscitivo alguno, pudiéramos asumir lo que se acaba de exponer como el proceso de la percepción de imágenes, a la elaboración de signos por suma de imágenes; al símbolo por suma de signos; a la conciencia por suma de símbolos. Parece obvio que si en la primera y segunda etapas predomina la exterioridad sobre la

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interioridad del hombre, la relación tiende a invertirse de manera creciente en la segunda y tercera.

Al recordar y crear el tiempo aparece lo otro como alternativa diferenciada del yo. La conciencia de la otredad, de lo diferente a mí, es una definición más del ser humano, de exclusiva pertenencia del ser humano. Así se puede afirmar que el hombre es el único animal capaz de reconocer y hasta crear, lo otro. No se escapan las implicaciones ónticas y éticas derivables de semejante certidumbre.

Con igual pertinencia con que se afirma que la historia de la humanidad es la historia de la lucha entre explotados y explotadores, podemos proponer que la historia de la humanidad es la historia de las relaciones entre el yo y el otro, lo cual se equivale a decir, la historia del reconocimiento de los distintos modos de alteridad humana tanto en sentido individual como social. Lo cual se equivale a decir, a su vez, las distintas expresiones que ha asumido la cultura en tanto formas de relacionarse los seres humanos entre sí.

Debo aclarar que la revolución en la estructura psíquica del ser humano por constatación del pasado y creación del tiempo, presupone la aparición de las facultades o capacidades biológicas en razón del largo proceso consecuencial, que condujo a la posición bípeda y sus derivaciones ulteriores.

Aventuro que se puede –se pudo y se puede- recordar sin reconocer el pasado. Las imágenes recordadas y las recibidas por inmediatez se mezclan e indiferencian en un gran torbellino caótico en el alba de la humanidad.

A este caos agónico e interminable no dudo en llamar ―La gran confusión inicial‖. A ella se refiere el Génesis al hablarnos del desorden de la expansión entre el arriba y el abajo; entre la luz y las tinieblas.

La creación, sea cual sea el agente creador, fue el ordenamiento.

La diferenciación entre los factores concurrentes en ―La gran confusión inicial‖ es el supremo hecho cultural. En el nos encontramos. Y nos seguiremos encontrando en todo el futuro aún por venir. En el soberano acto de diferenciación entre el ámbito de la interioridad y el ámbito de la exterioridad del ser humano;

diferenciación que con toda audacia y algo de temor propongo constituye el problema fundamental de la filosofía.

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Me inclino a suponer que la experiencia de la Gran Confusión inicial debió crear en la estructura psíquica humana la capacidad de remisión a lo trascendente. De pensar e imaginar lo trascendente, de ampliar los espacios del asombro abriendo los accesos desde el arte a la magia y la religión. Aquella Gran Confusión inicial que significó un esfuerzo ciclópeo de diferenciación y definición, esfuerzo el cual, a su vez, desbrozó los accesos al pensamiento absoluto en medio de un torbellino de angustia, la ansiedad, de temor indescifrado, de incompletamiento. No se escapa la constatación de estas categorías primarias que resultarán recurrentes a lo largo de la civilización hasta las formulaciones del existencialismo y el psicoanálisis. Ante la Gran Confusión inicial la especie se encontraba en la encrucijada de retornar al status de absoluta animalidad o ascender al rango de lo humano. Se determinó por lo segundo. Pero el riesgo de la primera alternativa se mantiene ahí viva y palpitante; como acechando. Y el hecho que el crecimiento tecnológico y la enajenación cultural de el derivado hayan como borrado las huellas de este período de alumbramiento humano, pudiera persuadirnos de la factibilidad de este peligro. Peligro en cuestión que puede llegar hasta el extrañamiento del hombre en relación consigo mismo, entre otras cosas por abandono y perdida de la capacidad de recordar –es decir imaginar y pensar- los nutrientes más auténticos de la propia existencia, en virtud del acrecentamiento de la dependencia a los sistemas computarizados y sus soluciones de virtualidad. Es decir, la gran contradicción del hombre autoenajenándose, autoextrañándose, como resultado del propio incremento de los resultados de su capacidad creadora. El gran enemigo del ser humano se encuentra dentro del ser humano. Dios y el demonio constituyendo un binomio hasta ahora no resuelto. Así pues, el recuerdo creo el tiempo. Esto pudiera quizás comprenderse mejor si aceptamos que la agresión exterior, a fuerza de repetirse y por la necesidad de sobreviviencia frente a ella debió haber dado a luz las primeras formulaciones sígnicas en términos de avisos; es decir como recurso de defensa ante la agresión repetida. Y salta a la vista la importancia de la categoría repetición; importancia que es definición de lo humano en todo su alcance

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epistemológico. Y si el hombre al recordar creó el tiempo, el hombre al moverse creó la dimensión del espacio.

En todo este complicado proceso de larga duración –duración de no menos de centenares de miles de años- el suceder es un suceder por acumulación de muy pequeñas magnitudes tanto en una dimensión espacial como una temporal.

El hombre en esta circunstancia casi infinita vive el instante y en el instante. Lo que semejante contingencia existencial permite para la conservación en el recuerdo y su eventual tributo acumulativo para él, a su vez, proceso de elaboración sígnica y simbólica, son otorgamientos ínfimos sólo apreciables en gestos abarcadores de muy larga extensión.

Este vivir el y en el instante, esta capacidad, este poder –aún cuando tanto el uno como el otro en ese momento inicial era resultado de la omnipotencia de la necesidad- se ha ido perdiendo por un no deseado subproducto de la cultura.

Como afirmaba Pascal, en estricto presente –en el instante- solamente viven ya los niños. Si aceptamos, como debemos aceptar, que la vida de cualquier ser humano de la actualidad reproduce en equivalencias las fases de la vida de la especie, comprenderemos la importancia antropológica de este proceder infantil que se encuentra entre las pocas conductas humanas ecuménicas en el mundo de hoy.

El vivir el y en el instante se perdió como se perdió toda la resonancia sensible y emocional derivada de la Gran Confusión Inicial verdadera gestión del hombre en trance de resultar civilizado.

Resonancia solo rastreable en el presente en el arte y el pensamiento abstracto y en un cierto, y raro, estado de ánimo que en contadas ocasiones asalta de súbito y de súbito desaparece, como de sentir, y hasta vivir, la vida asumida por registrada en una dimensión sensible desconocida, en la cual llega, o se puede llegar, a una expresión de añoranza irreconocible en sus motivaciones originarias la cual suele situarse en el naciente mismo de toda poesía encerrada en la sustancia humana. Como un recuerdo no intelectual, no reducible a la razón, sino exclusivamente sensible de algo tenido como perdido. Que aparece sin previo aviso y sin causa pensante. Como el ir y venir de todas partes de José

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Martí. Un recuerdo –mejor sería decir una resonancia- emocional de lo remoto, como del origen de la mismísima existencia humana. Estado –o manifestación- psíquica cercano a la definición del concepto de sinestesia expresado en términos de asociación de sensaciones irreales sugiriendo plurales escenarios inmateriales motivacionales. Es como una suerte de juego de los sentidos entendidos como entidades puras, sin causa concreta, pero que sí puede dar paso a una proyección, diríamos que fantástica, de la imaginación.

La sensación del propio cuerpo, por otra parte, que está presente en el inicio del tiempo como de la dimensión espacial, posibilita gracias a la posición bípeda y la visión periférica y tridimensional, un abarcamiento amplio del espacio y con ello una aprehensión no lineal del entorno sino en planos y por la facultad del desplazamiento en variadas direcciones, obrando todo ello de conjunto, permitirá la idea de distancia la cual a su vez irá estando en las condiciones adecuadas para dar de sí lo que hemos dado en llamar la Ley del Horizonte, describible como aquella referencia que siempre, por íntima determinación de naturaleza, se aleja en la medida en que se le intente acercar; Ley que permitirá la aparición del concepto de lo lejano y de la categoría de lo inalcanzable.

Con el dominio de las ideas sobre el tiempo y el espacio y sobre lo cercano, lo lejano, y lo inalcanzable, el arribo a la categoría de límite será una nueva importante adquisición cuyo alcance en más de un sentido se encuentra aún sin conocer. Todo existe dentro de límites; y todo límite presupone resistencias que precisamente, lo establece como límite. Así pues, todo existe dentro de la resistencia. Toda resistencia vencida origina la aparición de nuevos límites en virtud de la vigencia de la Ley del Horizonte, de la cual no escapa ni siquiera la idea y hasta la conciencia más presuntamente elaborada del propio yo. La búsqueda de la plenitud del yo es de suyo una búsqueda indetenible en el hombre pero, por la propia Ley del Horizonte, llamada a nunca obtener cabalmente lo que busca. Tal es la razón de la inevitabilidad de las religiones, las variadas formas de la fe, las escatalogías, los estados místicos, el ensimismamiento, los mesianismos.

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Sospecho que inserto en la Gran Confusión Inicial el hombre debió haber experimentado una suerte de disolución en el todo circundante, como un abandono de sí, como un desvalimiento óntico, como una desaparición por ampliación, por salirse de los límites manejables de la conciencia en ciernes, como una incapacidad de focalización. Esta disolución en la magma existencial primaria resultaría como un estado de posesión de parecida naturaleza a los estados de posesión reconocidos en los sistemas mágico- religiosos cubanos con la diferencia que en estos el desplazamiento de la personalidad del creyente a favor de una entidad trascendental comporta un estrechamiento de su conciencia y una muy especial focalización singular, mientras que en el fenómeno primario antes señalado predomina la desaparición de toda la referencia consciente por disolución en la totalidad confusa; subrayemos que estamos en presencia de un fenómeno de reaparición de límites referenciales propios; de límites del yo. Vale la pena recordar señalado esto, que una de las técnicas utilizadas en los sistemas mágico- religiosos cubanos para devolver a la normalidad a un practicante poseso, es palparle el cuerpo marcándole sus límites precisos.

La contradicción entre exterioridad e interioridad del ser humano aparece en esta inmersión en el todo caótico de la Gran Confusión Inicial. Y desde entonces esta contradicción se mantiene como una constante más de la existencia, sujeta a la Ley del Horizonte. Semejante inmersión conduce a la configuración caótica del espíritu humano, en correspondencia rítmica sujeta a un sistema de principios rectores aún por definir en sus esencias. Dentro de esta especulación la creación del tiempo en las alternativas de pasado, presente y futuro y una cuarta en tanto la historia como tiempo único, ha de corresponderse con el reconocimiento del espacio en todas sus dimensiones; y ambos –tiempo y espacio- han de converger en una solución de unión de alcance cósmico. –Lo preexistente al hombre y la suprema creación del hombre integrados en una aún no resuelta armonía universal.-

La realidad exterior existe, pero esa existencia sólo tiene sentido en tanto se relacione –como factualidad o como posibilidad con la realidad interior. Los

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modos de establecerse esa relación pertenecen a la teoría del conocimiento alejada de todo tipo de solipsismo.-

Las raíces más remotas de todo el código doctrinal de las teorías freudianas indican a esa Gran Confusión Inicial como causante del ―miedo sin objeto‖, forma alterna de denominar la ansiedad, suelo sobre el que descansa las neurosis y también la represión como recurso de exilar el miedo hacia el inconsciente y con ello diferir –nunca resolver- y acumular por almacenamiento, las consecuencias adversas, desajustes de muy variado tipo, provocadas por la represión la cual se presenta como un expediente humano de urgencia pero imperfecto.

Enfrentado a esta circunstancia crucial el ser humano se encontraría sumergido en un torrente de sensaciones que se amalgamaban unas en las otras cerrando el paso a las percepciones y, por ende, al pensamiento elaborador de signos y símbolos

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III

La capacidad y la habilidad para construir signos en tanto avisos necesarios para prevenir y defenderse de la agresión exterior una y otra vez repetida condujo a la superación del grito por la palabra y del trazamiento en el suelo –de suyo efímero- a la pintura en las paredes de las cuevas. La obligatoriedad del uso de avisos y su sostenida repetición conducirá a la ampliación de la acción comunitaria y a la certeza de la mayor productividad de la acción colectiva coordinada. Como se ha dicho es preferible un mamut en pedazos y entre muchos que ningún mamut. La acción comunitaria requiere de la comunicación creciente y del sostenimiento de un medio estable y enseñable –es decir permanente- todo lo cual contribuye a conducir a la secuencia, por repetición acumulativa, del signo al símbolo y de éste a un sistema constructivo consciente tanto psíquico como simbólico.

Los límites de la interioridad y la exterioridad buscan la expansión por acción reciproca. Con ello el asombro, su aparición repetida, tiende al infinito. Hay asombro en el descubrir y lo hay en el adueñamiento del descubrimiento; en la necesidad siempre en aumento de descubrir. Porque crear es descubrir. Y descubrir es crear.

El asombro está fuera y está adentro del ser humano. En cierta forma el asombro es el ser humano. El asombro, inicio y resumen de la conciencia capaz de definir el yo y el otro, es el nacimiento de la civilización y continuará siendo siempre uno de los nutrientes fundamentales, al vincular exterioridad e interioridad en una dimensión única que es la conciencia. El asombro es un componente indispensable de la creación del tiempo por el hombre. Y del ejercicio maravilloso de la imaginación.

En cuanto a la importancia de la conciencia del hombre en la creación del tiempo se debe subrayar el peso del conocimiento de la preñez, de la gestación en el vientre materno y la evidencia de los cambios que en ese transcurso van ocurriendo; del nacer y el morir.

El proceso de sucesión de la imagen al signo, al símbolo, por suma de acumulaciones, una vez que comenzó ya no se detiene. Ese proceso es,

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precisamente, el proceso civilizatorio que seguirá transcurriendo siempre. Es decir, el proceso civilizatorio es la historia. Ambos conceptos tributan a la unanimidad social según quedó esta definida. Son la unanimidad que tiende –dentro del enunciado de la Ley del Horizonte- a un carácter social planetario. La socialización absoluta del ser y la existencia humana. Se comienza a pisar terreno firme e irreversible en el proceso civilizatorio cuando diversos símbolos son articulados conscientemente en un sistema orgánico.

La construcción de signos y símbolos no pertenece sólo a una etapa de la existencia humana. Cada época y cada cultura tiene sus propias necesidades de signos y de símbolos e instrumenta los procedimientos para satisfacerlas. El ser humano no puede dejar de simbolizar.

No se puede dejar de recibir imágenes en tanto sensaciones y luego, sólo luego de cierta acumulación de imágenes compartidas dentro del grupo humano, no se puede dejar de elaborar primero signos y después, y sólo después, símbolos.

El recuerdo es el mecanismo que actúa creando –una y otra vez- este proceso de transformaciones. Proceso el cual una vez realizado en todas sus secuencias, se repetirá como se repite la propia especie humana. Es indetenible como el propio flujo de la existencia. El recuerdo presupone el yo y da a luz lo otro el cual, a su vez, reafirma el yo. Todo ello en un mismo acto existencial dialéctico que se dio una vez primera y luego se repite una y otra vez. No puede dejar de repetirse; marca las singularidades de lo humano que conducen a la plenitud de lo humano. Tal vinculación dialéctica marca los límites dentro de los cuales lo humano, precisamente, puede existir. Si toda la otredad se convirtiese en mismidad, la propia mismidad desaparecería en las tinieblas de lo sin sentido por carencia de referente. Igual pertinencia se tiene en el caso inverso.

La articulación dialéctica y permanente entre el yo y el otro se resuelve repetitivamente en el espacio de la conciencia. En virtud de esta articulación la conciencia tiene estadíos, niveles, de alcanzamiento, o si se prefiere, de expresiones de otorgamiento y arribo. Cada estadío o nivel resulta en una específica formulación de cultura, la acumulación siempre interactuando de estas

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formulaciones –que son posibles de entender como cualidades expresivas- dan lugar a corpus culturales diferenciados –de ahí la posibilidad de clasificación de los mismos- y la sumatoria de corpus con cualidades comunes predominantes permite hablar de la existencia de civilizaciones distintas.

En términos de esquema pudiéramos asumir los estadíos de la conciencia de acuerdo al siguiente orden, entendido en tanto sensaciones y no sólo percepciones:

1. Conciencia de la necesidad por la agresión, por la repetición del peligro y respuesta a las demandas de la subsistencia.

2. Conciencia primaria del yo y de lo otro.

3. Conciencia de lo circundante, de lo exterior, del ámbito físico.

4. Conciencia de la necesidad en tanto deseos, proyectos, comunicación.

Ampliación del yo y emergencia de la ampliación de necesidades. Sentido selectivo. Noción de cualidad.

5. Derivado de lo anterior, ampliación de la conciencia de lo circundante, del espacio tanto físico como humano. Capacidad de imaginación. Obviamente las fases pueden sucederse en mayores o menores períodos temporales de separación e incluso solaparse unas con otras.

La conciencia del yo implica el salto supremo que comporta –al determinar soluciones en la estructura psíquica- una nueva visión, una nueva luz, un nuevo registro de sentimientos.

Un importante adelanto hacia el acceso al concepto. En fin, una transformación en términos de incremento.

Los niveles descritos no se borran sino que socialmente coexisten. Los niños, ciertos enfermos mentales, los idiotas y los superlativamente ignorantes sólo viven en el primer estadío. Las distintas fases, vistas en sus tendencias innatas, procuran interrelacionarse entre sí; encontrar las posibilidades de conciliación. De correspondencia equilibrada entre interioridad y exterioridad.

En el terreno de estas interrelaciones y estas correspondencias ocurren expresiones fenoménicas tan importantes como la experiencia de la divinidad en el

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